LA INCREÍBLE HISTORIA DE LA NIÑA ALEMANA ALTATA HUNDERWADT

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Lo que aquí se cuenta, es un hecho real para la historia de la hoy moderna bahía sinaloense.

Al entrar a la bahía de Altata –espacio costero del valle de Culiacán, Sinaloa– un poco antes de desembarcar en el puerto del mismo nombre, abrazada a su hija María Augusta, de apenas seis años,  María Sofía sintió movimientos en el vientre. Su embarazo lo había llevado con cierta tranquilidad durante la travesía de Marie, la barca que comandaba su esposo, el capitán Carlos Augusto Hunderwadt.

Era a mediados del año de 1883, cuando la fiebre amarilla rondaba los puertos de Sudamérica y los occidentales de México.

Por lo regular conocemos la bahía desde la perspectiva de un visitante por tierra, pero poco sabemos de cómo la observan los navegantes o los pescadores, así que la mirada esperanzada de María Sofía por alcanzar a pisar el muelle y  recibir cobijo ante la eminencia de su esperado alumbramiento, la animó, observando el pequeño caserío achaparrado y sin trazas de ser un puerto de regular envergadura.

Al mismo tiempo, un cierto temor la asaltaba al desconocer noticias ciertas de las condiciones de insalubridad del lugar, las que se disiparon al observar una edificación de aceptable tamaño y de reciente construcción. Su semblante se iluminó al observar personas de bien vestir, las cuales le expresaron palabras amables y de apoyo.

En el ambiente se creía que el terrible mal de la fiebre se derivaba de las condiciones insalubres en las bodegas y muelles, y que la enfermedad se trasladaba a las embarcaciones vía los roedores. Sin embargo, desde 1881 –gracias a las investigaciones del cubano Carlos Juan Finlay– se supo que el agente transmisor de la fiebre amarilla era el mosquito Aedes aegypti; antes de esa fecha, se atribuía la causa de muchas epidemias a las miasmas, emanaciones fétidas de aguas impuras que, se suponía, flotaban en el ambiente.

Ante el desconocimiento de lo anterior, se generó una ola de horribles leyendas y rumores sobre estas epidemias, las cuales afectaron la vida económica y social de las regiones ya mencionadas. De sólo pensarlo, se estremecía: peste bubónica o fiebre amarilla. Las manos se le helaban y lo reseco de la garganta afectaba hasta el mareo.

Después se supo que desde el 12 de marzo de aquel año, el Ayuntamiento de Culiacán había nombrado al respetado doctor Ramón Ponce de León como miembro de la Junta de Sanidad del puerto de Altata, junto con Francisco de Aranzubia, L. Lemoris, Tomás Gómez y M. Yribe. Se tenían razones bien fundadas de la existencia de esta epidemia en algunos puertos cercanos, por las noticias que circulaban en los periódicos y el telégrafo de la época.

Y antes de que tal emergencia se declarara oficialmente, María Sofía desembarcó en Altata con los apuros de los continuos dolores que por fin provocaron el alumbramiento de sus hijos gemelos; así que el 16 de junio, a las 4:00 de la mañana, dos niños, hombre y mujer, vieron sus primeras luces en el alto de la Casa de la Compañía del Ferrocarril Sinaloa-Durango, es decir, la de ese famoso trenecito que la conseja popular llamó el Tacuarinero y que tenía sus vías tendidas desde Culiacán hasta el viejo puerto del Guayabal, como lo conoció Hernán Cortés en su paso hacia la mítica California, hoy La Paz.

El alumbramiento de los cuates alemanes fue un acontecimiento que traía de cabeza a las mujeres del puerto. La novedad de ver a unos güeros nacidos en la Casa del Ferrocarril, concitó continuas visitas y ofrecimientos de ayuda a una madre que lo necesitaba; así fue conociendo a los vecinos, pescadores y comerciantes; a los marineros y estibadores, y a un conjunto de felices niños que por todo soltaban la carcajada. Se sintió querida por el pueblo y hasta llegó a preguntar el significado de la palabra Altata.

Tras unos días de reposo y previo acuerdo entre el capitán de la embarcación y las autoridades locales, el 19 de junio, el señor Hernando Díaz Peña, natural de New York y domiciliado en el puerto, casado, de 39 años y Cónsul de los Estados Unidos de América, compareció presentando al niño ante el oficial del Registro Civil, registrándolo como Carlos Augusto Hundewadt, nacido el 16 de Junio, a las 4:00 de la mañana, en la Casa de la Compañía del Ferrocarril Sinaloa-Durango que recién se había construido. Así quedó anotado en el libro de referencia.

Sus padres, Carlos Augusto Hundewadt, natural de Alemania, y María Sofía Marcussen, del mismo país, manifestaron que sus abuelos paternos fueron Carlos Augusto Hundewadt y Cristina Frellsen, el primero vivo y la segunda –para entonces– ya finada. Los abuelos Maternos quedaron registrados como J. A. Marcussen y María Jenson.

Como testigos firmaron Antonio R. Urrea, casado, con 34 años, originario de Durango; Gregorio Urriolagoitia, 29 años, soltero, de Hermosillo; el Juez del Registro Civil, Desiderio Flores, anotó los datos en el libro, dando certificación administrativa  del acto el  Alcalde Constitucional de Altata, David Gil.

En el mismo libro del Registro Civil, de ese año de 1883, aparece  el otro registro, esto es, el de una niña anotada como  Altata Hundewadt Marcussen, que había nacido en el mismo día que su hermano gemelo y presentada por el mismo Cónsul antes mencionado.

El capitán, padre de los gemelos, esbozó una sonrisa cuando su esposa le dijo que su hija se llamaría Altata. Tomó su pipa, acomodó el tabaco y la encendió, al tiempo que se asomó desde el alto de la Casa de la Compañía del Ferrocarril, frente al muelle, y al ver la tranquilidad de la bahía y reconciliado consigo mismo ante la felicidad de contar con dos hijos más, volteó y con ternura dijo: “Muy bien, María: esta hija se llamará Altata y que Dios la bendiga con ese nombre”.

Ante el oficial del Registro Civil se informó que la madre se llamaba María Sofía Marcussen y que la misma, en dicha casa, dio a luz a una niña con fecha 16 del presente mes, a las 4:00 de la mañana, y que habían decidido llamarla Altata, hija legítima del citado Señor Carlos Augusto Hundewadt, natural de Apenrade, Alemania, y de la expresada Señora María Sofía Marcussen, también del mismo pueblo alemán; y que para no exponer a la niña Altata Hundewadt de traerla a esa oficina por temor a que se fuese a enfermar, se pidió al Juez que pasara al domicilio donde le fue presentada, y con los mismos testigos; así que don Desiderio  Flores, con estos registros que se encuentran en el Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa, nos dejó la hermosa anécdota de una niña de padres alemanes, cuata de nacimiento, a la que llamaron Altata.

Una última anotación: esta niña, ciudadana de dos mundos, vivió hasta 1951 en el municipio de Aabenra, Dinamarca, y en la famosa ciudad de Apenrade –donde se construyen los famosos órganos Marcussen, instalados en varias iglesias europeas–. Se casó, tuvo dos hijos y una sobrina directa que heredó el nombre de Altata, pero falleció al año de nacida. No sé si esto de ponerle el nombre del puerto a una descendiente de viajeros alemanes, se halla repetido, pero sí me parece que es un caso único el de una niña de origen alemán que llevó dicho nombre cuyo significado indígena es el de aguas tranquilas, es decir, Altata, este puerto turístico que hoy luce su hermoso y original malecón.

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  1. Niña por nacer, en Puerto de “Altata” Municipio de Navolato Sinaloa. lleva su nombre ALTATA. Origen Alemán “ALTATA HUNDEWADT MARCUSSEN” 16 de junio de 1883 a las 4 horas de la mañana, En casa del Ferrocarril SInaloa Durango, Dando certificación Administrativa, El Alcalde Constitucional De Altata Sr. David Gil. saludos

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