“Dialogando con un árbol”

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La naturaleza ofrece en todas partes armonías admirables y bellezas infinitas. De entre toda su diversidad y majestuosidad, hoy quiero “dialogar con un árbol”; lo elegí porque me sorprendió, me atrapó su colorido:

Árbol …te encontré de niño, estabas en mi terruño, no creciste con la copiosidad del mezquite, el brasil o de la bella amapa… eres un árbol singular, por decirlo de alguna manera. Tan curioso que a una tortillería de mi pueblo le pusiste tu nombre. Pero no eres escaso, pues lustros después te encontré enraizado en suelo del Occidente mexicano.

Eres un árbol con historia, donde la sensibilidad humana te sublima. Significas vida, fuerza, bondad. Como pocas plantas creces alto, vistoso; brindas frondosa sombra y hasta recibes ofrendas, tributo, adoración. Para los mayas y pueblos mesoamericanos eres un árbol sagrado, se te considera el “árbol de la vida”, porque tus ramas forman el cielo, tu tronco expresa el plano terrenal y tus raíces conducen al inframundo… En tu forma y esencia se expresan los niveles cosmogónicos, las dimensiones de la existencia, de la vida que trasciende.

Esa es la mirada y significación ancestral sobre ti, árbol; yo te observo, te palpo y te doy otras lecturas, pues me despiertas otros sentires. De entrada, te me presentas todo vestido de un verde brillante, luminoso. Tu talle es fuerte; tu corteza alterna lo liso con espinas cónicas que te cubren pareciendo que la calma y las penas se entrecruzan y armonizan, como se conjugan en la vida misma; tal vez por eso tu tronco protege de las tormentas, de los avatares del tiempo; soporta truenos y relámpagos. Un tallo lleno de savia que alimenta tu existir. Tus raíces tocan otros mundos, tu ramaje una sinfonía de encantos; tus flores son pureza, olores de esperanza.

La vida no es fácil, es frágil e inesperada. Por eso, “cuando el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada, y -como dijera Neruda – el temporal arremolina hojas oscuras y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo”. Tú estás aquí. Tú no huyes. Parece que quieres darle sosiego “a mi alma sola y salvaje”; porque estás presente “quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos”.  Eres necesario para brindarle frondosidad al jardín de mi corazón, para que finques tus raíces en un suelo fértil donde crecen almas esperanzadoras; para que tus hojas sean caricia suave y dancen en dulce armonía ante los susurros del viento.

Sí …eres tú, ¡ceiba!, árbol prodigioso dotado de mitos y leyendas; enraizado en la cultura mexicana y en mi cultura. Pero también eres inspiración: el poeta y escritor nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, advierte: “Si suben a este árbol, la serpiente se hace pájaro y la palabra canto”; mientras que Carlos Pellicer le dice a la ceiba:

Colgaré mí corazón
de un retoño de tu abrigo;
tendrá su sangre contigo
altura y vegetación.

¡Ceiba!, eres sostén, cobijo, fuerza, esperanza, musa, profecía y fe. Vives en un bosque y en un valle colmado de ilusiones y de sueños. Tu nobleza dasafía lo monótono y tribial; el florido lenguaje de tus hojas me despierta de sueños y pesares para gritarme: ¡soy el árbol de la vida! que crece con la vista en el porvenir.

Estar junto a ti, árbol generoso, es sentir el rocío de la mañana; que tus aromas envuelvan mi cuerpo, que captures el viento y me lo regales en el rostro, que filtres la luz para ofrecerme un astro sol más luminoso. Porque, contigo, la naturaleza dona hermosura.

Sigue con nosotros, ¡conmigo! No te quiero capturado en un lienzo, en una imagen; te quiero vivo y floreciendo. Si te talaran, sería como si le faltaran latidos a mi corazón, oxígeno a mis pulmones. ¡Ceiba! acompáñame toda la vida, compárteme tu grandeza, regálame primaveras, para que el otoño no me arranque las hojas de vida y me acerque al frio de la desolación.

Eres suavidad y canto a la existencia. Provocas que vuelva a mirar al cielo para alcanzarte con la mirada, tocarte con mis ilusiones, acariciar tus hojas que semejan sedosa cabellera; suaves como alas de palomas. Permite que tus ramas, como brazos, me hagan sentir cerca de tu corazón. Quiero tocarte, beber tu savia, nutrirme de ti.

¡Ceiba!, eres grandeza y vida… mis antepasados no estuvieron equivocados.

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