Sin poder hacer una tregua con la muerte, el 7 de febrero de 1994, en Culiacán, Sinaloa, México, el jilguero se quedó dormido. Eran las 8 de la noche con 25 minutos cuando AMPARO OCHOA dijo adiós, arrullada por el terso canto de los ríos de la ciudad que la vio nacer. En su edificio central, la Universidad Autónoma de Sinaloa le rindió honores de cuerpo presente, nombrándola UNIVERSITARIA DISTINGUIDA. Amparo, la sinaloense, la ciudadana del mundo con el lenguaje de la solidaridad, la hermana de todos, la que nos dejó un legado musical que es, a la vez, su voz de presente. Y con nosotros para siempre. Vaya este homenaje, a 23 años de su partida.

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