Solemos situar el inicio del problema del narcotráfico en Sinaloa y México en los años 40, cuando el gobierno estadunidense suplió la fuente del surtido del opio para producir la morfina necesaria para sus soldados, dañados física y moralmente en la II Guerra Mundial, al suspenderse el suministro desde Afganistán.
Pero sus raíces vienen desde 1926, con la primera prohibición del opio y la mariguana.
Es bien sabido que, hasta fines del siglo 19, el tráfico y consumo de drogas aún no era perseguido legalmente, de modo que el padre de la psicología Sigmund Freud podía darse el lujo de escribir sobre las virtudes de la cocaína.
En tanto, el opio era aún tolerado pues durante siglos fue la base para fabricar el láudano (opio mezclado con alcohol y otras sustancias), que fue el curalotodo de la farmacopea europea hasta que, en el siglo 19, se le usó con fines lúdicos con muertes de por medio por el abuso.
- USOS CURATIVOS
En el artículo «Arqueología del narcotráfico», del investigador de la UNAM, Luis Astorga (revista Nexos, agosto de 2009), éste hace una crónica del tema, con retazos tomados de fuentes periodísticas, ensayos, estadísticas, etcétera.
Nos dice que, entre 1888 y 1911, México importó de 800 kilos a casi 12 toneladas de opio para usos curativos.
Eso, aun cuando en Sinaloa, según datos de 1886, ya se sembraba la adormidera o amapola blanca, rica en heroína, pero el opio en sí, se importaba legalmente desde Estados Unidos. El mundo era al revés.
El uso de la cocaína era también común para usos médicos. En las farmacias eran usuales los vinos «cordiales», con coca, para combatir el raquitismo, la senilidad, la anemia y la neurastenia (todos saben que la Coca-Cola debe su nombre a uno de sus ingredientes secretos, cuando aún era un tónico medicinal).
En los periódicos El Correo de la Tarde y El Demócrata Sinaloense, ambos de Mazatlán, en 1900 se promovía una compañía francesa que vendía cigarrillos de mariguana, buenos contra el asma, la tos nerviosa, los catarros y el insomnio.
- DE COMERCIANTES A TRAFICANTES
Las primeras disposiciones contra el opio en México se dieron en 1920, en concordancia con reuniones internacionales que datan de 1909 y 1912, para combatir «el cultivo y comercio de productos que degeneran la raza».
Esas medidas incluyen a la mariguana, que ya desde 1883 era considerada nociva, excepto para fines médicos. El de la adormidera se permitió, pero solo bajo control sanitario.
Para 1926, dice Astorga, «la prohibición abarcará a las dos plantas, sin excepción. Los comerciantes y consumidores se convierten así en “traficantes” y “viciosos”, en “criminales”». Por primera vez en México.
Y con ello llegó la corrupción gubernamental, que en México nunca ha sido cosa del otro mundo. Ya en 1937, el titular del Departamento de Salubridad Pública, José Siurob, en una junta con funcionarios del área de justicia federal, se quejaba de algunos gobernadores, sobre todo uno que informó que se había ya remitido el opio decomisado a las autoridades de salud, pero al abrir las latas, se toparon con que contenían sólo chapopote.
Y es que, en aquel tiempo, a los agentes se les pagaba con la droga decomisada, por lo que los encargados de combatirla se convertían a su vez en traficantes (eso lo consignaba el Universal en noviembre de ese año).
- UN «GOBERNADOR TRAFICANTE»
En noviembre de 1947, ya terminada la II Guerra Mundial, en La Voz de Sinaloa y en Excélsior, se anuncia el inicio en Sinaloa de un plan presidencial para acabar con el tráfico de drogas (tan inútil como la operación Cóndor de 1977).
En la capital del país se publicaban rumores en el sentido de que dos gobernadores están involucrados, entre ellos el de Sinaloa, Pablo Macías Valenzuela (gobernador 1945-1950) y ex secretario de Guerra y Marina (1940-1942).
El periodista de Excélsior, Armando Rivas Torres, en visita a Culiacán («base de operaciones de los contrabandistas de opio»), escribe que Macías «es señalado por mucha gente como uno de los cabecillas de la banda de traficantes en drogas».
Incluso el diario Últimas Noticias daba vuelo, esos mismos días, a titulares tan duros como estos: «Acumulan datos contra el gobernador cabecilla»; «Íntimos colaboradores de Macías vendían el opio»; «Ahora no escapará el gobernador traficante».
- PRIMER «SEÑOR DE LOS CIELOS»
El periodista Eduardo Téllez, de El Universal, escribía que, en Sinaloa, «políticos de altura, influyentes y hasta aparentes comerciantes e industriales están mezclados en el condenable tráfico».
Y más: A Macías se le señala de ser dueño de cuatro avionetas para contrabandear la goma de opio, que él entregaba personalmente en un lugar de Baja California.
Desde luego, el gobernador negó las acusaciones, hechas, no contra él, dijo, sino «contra la dignidad del pueblo de Sinaloa», y las consideró como «fantasías» propias de imaginaciones «previamente estimuladas» del periodista. (O sea).
- «NO FUERON KILOS, SINO TONELADAS»
En 1953 le suspendieron todos los vuelos a don Efraín González, fundador de la Escuela de Aviación de Culiacán, acusándolo de que los usó para transportar muchos kilos de goma.
«Fui a reclamarles y les dije que no había transportado kilos de goma, sino toneladas (…), además les dije que por qué no paraban a Aeronaves de México y al FFCC; que ellos habían transportado más goma que mis aviones. A los pocos días me dejaron volar».
(El hecho se publicó en La Voz de Sinaloa, del 27 de marzo al 2 de abril de 1953, y lo registra Efraín González, en libro «Crónicas de la aviación en Sinaloa» (Edit. Difocur, Culiacán, 1994).
- TODOS ESTABAN EN EL AJO
Manuel Lazcano Ochoa, Procurador de Justicia durante los gobiernos de Macías Valenzuela, Leopoldo Sánchez Celis y Francisco Labastida, comenta en su libro «Una vida en la vida sinaloense» (Edit. UDEO, Los Mochis, 1992), que ya desde los años 30, «políticos, comerciantes, empresarios, policías, campesinos, todo el mundo sabía que se sembraba amapola (…); el Jefe de la Policía era el que iba y controlaba el “por ciento” que les tocaba, a cambio del disimulo, el apoyo o lo que se quiera».
En 1950, el director de El Diario de Culiacán, Román Millán, sugirió que mejor México pidiera «del organismo internacional que controla los estupefacientes», la autorización para producir opio (con fines médicos, supongo), lo cual fortalecería su economía.
«Lo demás son lirismos que están en desacuerdo con la realidad y la práctica», agregó en la edición del 12 de julio de 1950.
Se hubiera evitado tal vez tanta violencia como hay ahora.
- ESTELA DE MUERTE Y LLANTO
No la menciona Luis Astorga, pero la muerte de Alfonso Leyzaola «la Onza», jefe de la Policía Judicial, en marzo de 1941, a manos de gomeros de Badiraguato a quienes había ido a cobrarles la cuota del «desimulo», fue por esos motivos. Una de las primeras muestras de que el naciente crimen organizado no iba a permitir que nada les estorbara el negocio.
Pero Astorga sí consigna que, en 1962, de gira por Badiraguato como candidato a gobernador, Leopoldo Sánchez Celis pedía a los gomeros: «Váyanse de Sinaloa, mátense afuera; aquí nomás trabajen» (eso también lo dice Lazcano Ochoa en su libro).
Y la violencia fue creciendo de nivel.
En enero de 1977 llega la operación Cóndor, con la participación de 10 mil soldados, lo que auguraba el fin del narcotráfico. Pero no:
A tantos años, el monstruo sigue allí, ahora extendido a todo el país, con múltiples cabezas y ramificaciones a los cinco continentes, y con presencia en todos los ámbitos de la sociedad.
Y con su estela de muertos, zombis narcotizados, familias destrozadas y dolor por todas partes.