TAMBIÉN PUDIERA INSTALARME EN PERSONAJE

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Que me parta un rayo si me equivoco. Así pensaba yo mientras rodaba por los caminos. Había recorrido buen tramo de la ciudad, y visto ya poquísimos árboles de amapa erguidos entre el pavimento, algunos desfallecientes, tristísimos, como si les doliera el ruido urbano, pero esforzados en mantenerse altivos, florecientes. Sí, porque es enero, y en este mes Sinaloa se pinta con ellos, sobre todo en los montes vírgenes. Por supuesto que el rayo no me iba a partir, y malaya hubiera sido el asunto de haber sucedido, porque no estaría aquí pegándole a la tecla. El caso es que anduve dale que dale buscando llenarme los ojos con esas flores tan nuestras, y mientras lo hacía, entre los pétalos de amapa se me aparecía la imagen de Kate del Castillo, y yo que me reía, juas, juas, enternecido al concluir que la actriz –sin equivocación–- vive auto camuflada en el personaje de aquella serie sobre el narco y córrele porque te pego, con el mismo porte, similar actitud y tono, esto es, la chica Kate decidió quedarse con el ropaje de «Teresa Mendoza», se quedó instalada en La Reina del Sur y el disfraz, válgame Dios, le dio agallas para hacer contacto con el celebérrimo Joaquín «El Chapo» Guzmán, tal parece: el nuevo héroe popular, algo así como un Robin Hood actualizado, o un Jesús Malverde del siglo XXI, que quienes así lo asimilan, no debe ser tanto por sus incursiones en las oscuras grietas de la ilegalidad, sino por su talante de al tú por tú frente a un gobierno mexicano, que pese haberlo aprehendido de nuevo, todo indica que ya no pudo ni podrá escapar al ridículo.

KATE Y ARTURO NOROESTE (Small)Kate del Castillo sigue siendo «Teresa Mendoza», el personaje de Pérez-Reverte.

Y mire usted, qué cosas: un millar de satélites enfocando los movimientos del hombre nacido en La Tuna, centenares de federales tras él armados hasta los dientes; casi toda la milicia haciendo cateos y retenes; el FBI, la CIA y todo aquel con gorra de policía, incluida mi tía la arpía, intentando dar con su paradero, mientras que la actriz, luego de haber bebido la esencia de la obra de Arturo Pérez-Reverte, se tomaba el café con él, por decirlo de algún modo. Y quiero decir, y digo, que la cosa tiene su mérito, que da mucho de qué hablar el hecho de que una mujer, una sola, haya podido más que todo el gabinete de la Presidencia y por encima de todo el equipo de inteligencia gringo. Se lo digo de otro modo: pareciera que Hollywood se despachó primero con el paquete, antes que cualquiera. Y pues por allá andaba yo, oiga, alucinado con cada árbol de amapa, con tal entusiasmo que de repente me vi circulando por Imala, y luego quise enfilar el auto derechito a Sanalona, barriendo monte, pero la cordura me hizo llamar a una amiga que conoce la región, y me dijo regrésate, que los tiempos no son para que te andes haciendo fotos con florecitas salvajes: no seas imbécil. Y de Imala me devolví, pero no bañado en llanto, sino contento por las imágenes ya logradas, en tanto se me a figuraba Kate a cada rato, la actriz que se volvió «otra» desde el éxito de aquella famosa serie, igual como le sucedió a María Félix cuando después de una película se instaló en La Doña, similar a Irma Serrano cuando ya no quiso ser nadie más que La Tigresa, parecido a César Güemes desde que Pérez-Reverte lo puso como «El Batman» en La Reina del Sur. Y pues, anda, me dije, de qué me he perdido, qué motivos podría razonar para no hacerme yo con otra personalidad, pues estoy descrito como personaje –con santo y seña– en la referida novela, soy el anfitrión de aquel sujeto que, en la trama, llega a Culiacán desde España tras los pasos de Teresa Mendoza. De atreverme, quizá pudiera lograr alguna entrevista fenomenal, quizá alguien ande por allí buscando contar en privado sus verdades. Y justo ahora recuerdo aquella foto que Julio Scherer se hizo con Ismael «El Mayo» Zambada, y silencio todo mundo, excepto el impacto sensacionalista de la portada de la revista Proceso. Que yo sepa, nadie ordenó que investigaran a don Julio, como ahora sí lo andan haciendo con la referida actriz. Y pues como no quiero a la Marina rondando en lo cerquita, mejor me quedo como estoy. Adiós, personaje.  A guardar silencio. Resulta menos riesgoso ponerme a recordar que por mucho tiempo Yolanda Andrade insistió en que le presentara al escritor, porque, decía, ella era la apropiada para ser «Teresa Mendoza» cuando se anunció el proyecto de una película. Pero nada. Quedó en serie de televisión y la ganona fue y sigue siendo Kate del Castillo. Y punto.

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