Las fuentes históricas manuscritas o impresas nos incitan a nuevas lecturas que no siempre desembocan en la parafernalia de las nuevas miradas. Viene a cuento lo anterior, ya que trabajando un texto de la Mtra. Rosa de Lourdes Camelo Arredondo sobre Baltasar de Obregón, cronista de unas “modernidades” en 1584, relata algunos acontecimientos de la villa de San Miguel de Culiacán, cuando el conquistador y fundador de la Provincia de la Nueva Vizcaya, Francisco de Ibarra, recibió el socarrón apoyo de don Pedro de Tobar.
Bajando desde las estribaciones de Topia con un fuerte contingente de soldados y grupos de indígenas, el joven sobrino político del virrey, Luis de Velasco, es recibido por don Pedro de Tovar para aconsejarle o pedirle no entrar a la villa sanmiguelina.
–Sigue la ruta acordada con el virrey y tu tío Diego de Ibarra –le susurró al oído–. Hacia el norte existen riquezas enormes, siete ciudades doradas te esperan, pero antes apacigua y domina a los levantados del río Évora, luego vete al Petatlán y domina la tierra del Cinaro.
El confidente se refería al río Mocorito, a Guasave y al río Fuerte, respectivamente. Y continuó:
–Como está acordado, te surto los bastimentos, caballos, indios y algunos de mis hombres; congratúlate con la santa cruzada evangélica, amplía las posesiones de don Felipe II, nuestro monarca, y dale brillo a tu tío el virrey; magnifica el prestigio del Imperio.
Estupefacto ante el descubridor de El Cañón del Colorado en la expedición de Francisco Vázquez de Coronado, Francisco siguió el consejo del viejón.
Y en efecto, Francisco de Ibarra rodeó Culiacán, situó su contingente fuera de la Villa y visitó con una escasa guardia la casona del viejo conquistador. Allí conoció a su bellísima esposa, de la que quedó prendado. En una de las muchas convivencias, supo que Nuño Beltrán de Guzmán no fue el de la idea de fundar la villa de los tres ríos, sino que uno de sus más valientes capitanes, Gonzalo López, lo conminó a tan trascendente acto fundacional.
Nuño el ambicioso, letrado en leyes, sufría continuos desvelos y sinsabores; ya estaba con un juicio de residencia encima y el marqués del Valle de Antequera, el magnífico Hernán Cortés –junto con el obispo vizcaíno Fray Juan de Zumárraga–, lo malquistaron con la corte retirándosele el nombramiento de Presidente de la Primera Audiencia de la Nueva España. Por eso Nuño no vivió en la Villa de San Miguel, en cuanto le hizo caso a Gonzalo López y vencer a los naturales de la confluencia de los tres ríos, donde los derrotó definitivamente, se afincó en la parte sur, buscó una zona elevada, cercana al agua del Tamazula y a partir de la centralidad parroquial delimitó los solares para distribuirlos entre sus hombres.
Todo esto viene a cuento porque a tinta de pólvora y pluma de paja se gestó la escritura militar de su tiempo y le confirió a Baltasar de Obregón el mérito de ser actor de primera línea en las peripecias de Francisco de Ibarra, después del alejamiento de Nuño Beltrán de Guzmán de la Provincia de la Nueva Galicia.
Efectivamente, la incursión de Francisco de Ibarra al norte de Sinaloa fue definitiva para incorporar aquellos territorios a la Corona española; y quince años después, al paso por San Miguel de Culiacán para reconquistar Chiametla, se aposentó en la Villa por seis años.
¿Qué hizo en esos largos seis años en la Villa de San Miguel de Culiacán el avanzado virreinal de los señores de la plata?
¿Qué historias le contaron don Pedro de Tobar y su señora, doña Francisca de Guzmán, en los confines más norteños por la Mar del Sur que pretendía la corona española?