- En los últimos años la muerte ha hecho su parada en el mundo de la cultura; a ellos hoy se les recuerda y añora.
Por Azucena Manjarrez
Para la muerte no hay distingo, todos somos iguales; pasajeros que dejan huellas de sus pasos, esos pasos que se convierten en las nostalgias que permiten estar siempre presente y no convertirse en ‘aquello’ que en Sólo la muerte relató el poeta Pablo Neruda:
Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,/
hay pies de pegajosa losa fría,/
hay la muerte en los huesos,/
como un sonido puro,/
como un ladrido de perro,/
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,/
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia./
En las ausencias de la cultura la situación es distinta. Es difícil olvidarlos: el canto, la promoción cultural, el teatro, la música, la escritura… todo lo que nos dejaron no se olvida. ¿Cómo hacerlo, si en los últimos años la muerte se ha llevado a valiosos creadores, irremplazables, inolvidables? Basta recordar a Álvaro Rendón, el maestro de letras, el que sabía de novelas, de deportes y que siempre se escudaba en decir: “Yo no sé, yo soy de Los Mochis”. Su huella sigue ahí, así como la del crítico y promotor cultural Martín Amaral, quien estuvo ahí siempre para puntualizar o para aplaudir los programas culturales.
No se diga de don Miguel Tamayo Espinosa de los Monteros, el hombre culto, el mecenas, el que cada año abría las puertas de su casa para mostrar su impresionante Nacimiento de Navidad, o para rememorar sus tiempos mozos trabajando al lado del Indio Fernández, o recordando sus pulcros eventos artísticos en la Casa de la Cultura de la UAS. Allí, en ese espacio que también pisaron admirados actores, escritores y artistas que se adelantaron en el camino, como Germán Benítez Borrego, Rosa María Peraza, Itzel Navidad y la compañera de teatro de Pedro Carreón, la señora Lolita Gaxiola, fallecida recientemente.
La muerte también se llevó no hace mucho al músico y maestro Gustavo Orpinela; al integrante del Cuarteto Santa Cruz, José Bernal Amador, el de potente y hermosa voz; al fotógrafo Roberto Bernal y al escritor y periodista Javier Valdez, así como al cantante y director Carlos Serrano. No se olvide tampoco que el mundo de la danza ha perdido a dos de sus grandes exponentes: Rubén Benítez en la danza folclórica y Jorge Tapia Serrano en las danzas polinesias.
Entre otros más, la cultura en Sinaloa ha estado de luto, pero nada que no se mitigue con el arte que cada uno de ellos hizo, con el que nos hicieron cantar, bailar, imaginar y emocionarnos.
Al menos yo los recordaré escuchando la ‘llegadora’ voz de Itzel Navidad. La imaginaré sobre el escenario del Peor para el sol, mientras Juanito y el Compaye la acompañan. Primero cantará Mentiras piadosas y después Ella se marcha. Entonces todos la acompañaran con sus voces. Le aplaudirán y gritarán. Así será mi homenaje y mi voz de presente.