SINALOA DE LAS INFANCIAS

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«De todas las infancias que tuve, elijo la de ElDorado», decía Inés Arredondo y sobre ello escribió y nos trajo vivos los sabores y olores de ese pueblo.

Se escribe de lo que se conoce, se cuenta lo vivido…

En días pasados anduve por la Ciudad de México visitando antiguos amigos y conociendo a otros con quienes sólo había tenido contacto por Facebook. Sin querer, tuvimos una tarde de pura gente de Sinaloa y pasamos horas grandiosas.

–Cuando vengas, iremos a visitar a Cruz Mejía a su estación de radio, es tu paisano y te quiere conocer –me había dicho Germán.

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Nunca he sabido de dónde es Germán. En Facebook se hace llamar Socoyote y se emociona igual cuando ve fotos de Culiacán, Navolato o Angostura. Sé que su familia tiene una casa de descanso en El Tetuán, a donde él llega en Semana Santa. Hace treinta años que se fue al chilango.

Nos fuimos a buscar a Cruz Mejía, pero antes habíamos pasado por Luis, hermano de Germán. Caminamos y platicamos rumbo a Radio Educación.

–Aquí está su porción de machaca, háganse cargo –les dije a los hermanos, que la atesoraron como si fuera algo más que un poco de carne.

El camino a la radio era largo pero no suficiente para decir lo que se tenía pendiente, y se dio un arrebato de palabras para contar historias, recordar personajes y preguntar por amigos.

–Venimos al bunker a ver a Cruz –le dijo Socoyote al guardia, luego se anotó en el libro de visitas y pasamos a una escalerita de caracol para subir a un tercer piso.

En el bunker nos esperaba Cruz, quien ya había ordenado servicio de comida para todos.

Nos contó de La Noria, su pueblo en Guasave. Recordó cada detalle. Recordó el día en que siendo un niño, él y su familia salieron con los velices para irse a la Ciudad de México. Esperaban un raite a El Naranjo para tomar el tren, pero el raite iba a Guamúchil y allá fueron a dar en una camioneta de vacas que no traía animales, pero sí pajoso.

Recordó la hora exacta -según el boleto de pasaje- en debía llegar el tren, que llegó tarde. Recordó a detalle, recordó cada pequeño dato de ese viaje que fue decisivo para él.

En esa fecha Cruz podía ver. Algo pasó durante la adolescencia que perdió la vista. No sé si sea la pérdida de la vista, pero posee un oído y una memoria envidiables.

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Su primer reclamo fue: «Tenemos en México y en Sinaloa una cantidad grande de mar que no se ve reflejada en la literatura. Nos hace falta hablar más del mar. No es proporcional».  Luego le pregunté sobre su música. Es cantautor. Dijo que había estado en Culiacán hacía varios años, invitado por Élmer Mendoza a El Colegio de Sinaloa; y que regresará en unos meses.

–¿Cuántos años tiene usted en esta ciudad, Cruz? –le pregunté.

–Justo hoy estoy cumpliendo cincuenta y cinco –dijo.

–¡Vaya, por eso la comida! –exclamé.

–No, la comida es para festejar la visita –aclaró.

Y nos dedicamos a hablar de Sinaloa.

Socoyote es reportero y cuentacuentos. Se especializa en contar anécdotas de su familia de Sinaloa. Junto con Cruz, tiene un espectáculo llamado «Conociendo Sinaloa a través de la música y sus historias». Cruz canta y Socoyote cuenta. Hacen temporada en cantinas y pulquerías culturales de la ciudad capital.

Luis, el hermano de Socoyote, es maestro universitario y también cuenta historias de familia, aunque sólo en familia. Comparten los mismos amigos de Sinaloa y recuerdos de infancia. Hasta le perdoné cuando dijo: «Imposible no contar un chiste de Guasave». Y se lanzó con el del pianista. Aguanté, estoica. Y hasta sonreí.

Bajamos para comer, acompañados de colegas de Cruz y amigos nuestros. Nos repartieron ricos platos de guisados del sur, que saboreamos mientras hablábamos de nuestra cocina del mar, de amigos en común, del habla sinaloense; y aquí Cruz aprovechó para bromear a sus compañeras del sur con palabras desconocidas para ellas, como guachapore, bichi y panocha. En desagravio, prometió llevarles, luego, panocha con cacahuate de los trapiches de Mocorito.

Con Cruz intercambié machaca (moneda de cambio) por sus libros y discos. Quedo pendiente de enviarle algunos libros para su biblioteca especializada en Sinaloa.

Nos despedimos horas después con los recuerdos regocijados y la alegría de las referencias comunes. La felicidad de tener, todos, una infancia sinaloense.

–¡Hasta pronto, plebes!

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