Proceso Fundacional del Noroeste Mexicano: El Caso de Sinaloa

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En la comprensión de los procesos fundacionales mexicanos, desde hace tiempo nos ahogan las visiones de los vencedores y los vencidos. La historiografía de nuestro país y de otras latitudes, abonan en esta dualidad interpretativa; sin embargo, la realidad formadora de nuestra identidad observa ya otras posibilidades de integración cultural.

Hoy podemos afirmar que la mexicanidad se ha construido en la interacción cultural de las regiones; incluso en la Constitución Política del país, se afirma que somos una sociedad pluricultural. A tono con esto, los textos de la historiografía regional -desde hace tiempo- ya reclaman su lugar en la historia mexicana, produciendo nuevas miradas sobre una nación que desbordó la visión centralizada de la misma. De ahí las historias mínimas o las historias generales de los estados, que aportan otras originalidades a la nueva concepción de esta historiografía.

Las regiones y el nuevo mestizaje cultural reclaman su lugar a través de contribuciones sustantivas al producto social, generado en los diversos tiempos de la economía. Hay que gritarles a los economistas neoliberales que las culturas populares son inherentes a la organización de las especialidades regionales. La producción de alimentos, energéticos, desarrollos tecnológicos, servicios turísticos, enseñanza e investigación -junto a creaciones artísticas, con sus promotores-, están repartidos en el territorio de la patria en constante interacción del proceso económico, que reclaman su contenido humano.

Todo esto tiene pertinencia en la conmemoración de los 500 años de la conquista de la centralidad mesoamericana, ya que desde las regiones es otra la perspectiva; las visiones de vencidos y vencedores, aunque persisten y son pertinentes, agotan su ciclo interpretativo.

El proceso fundacional de las regiones mexicanas representó la incorporación de las mismas a los mercados de la globalidad imperial y monárquica del siglo XVI. En efecto, después del proceso de invasión y conquista de los espacios costeros del Golfo de México y la ocupación de la centralidad del altiplano -que dio origen al reino de la Nueva España-, se presentó el arribo del encomendero golfino Nuño Beltrán de Guzmán, el cual, en el Pánuco de ese mar, dejó su impronta esclavista; poco después, investido como Presidente de la Primera Audiencia, con la instrucción Real de residenciar al Capitán General Hernán Cortés. Tratando de aplicar este mandato, se generó un enfrentamiento radical entre estos dos esforzados conquistadores.

Las enormes dificultades para seguir con el juicio de residencia sobre el extremeño y la rivalidad generada, provocaron la incursión de Nuño sobre el Occidente Novo Hispano a través de un largo recorrido que fructificó, entre otros logros fundacionales, tales como el de la villa de San Miguel de Culiacán, primeramente; y después la Guadalajara americana, asiento formal de la Audiencia de la Nueva Galicia.

La villa de San Miguel de Culiacán, establecida mediante enfrentamiento armado en el territorio de la confluencia de los ríos Humaya y Tamazula, en el mes de septiembre de 1531,  representó el punto de avance más septentrional de la región norteña en el pacífico mexicano y de las costas del Mar de Cortés, también conocido como Mar Bermejo y últimamente como Golfo de California; esa inmensidad natural de un mar territorial mexicano que alberga el santuario de las ballenas blancas y grises; enormes riquezas mineralógicas y punto de contacto del Galeón de Manila, antes de llegar a  Manzanillo y Acapulco.

Reafirmamos que el proceso fundacional novohispano a partir del eje Veracruz-Tenochtitlán, irradió -desde 1519-, un impacto sobre algo ya construido y habitado; la hispanidad se yuxtapone e integra con las múltiples sociedades prehispánicas que ya usufructuaban amplios espacios territoriales.

Así que lo fundacional es un proceso de apropiación de nuevos territorios e incorporación de amplios contingentes poblacionales a una fuerza productiva que, fructificó, en nuevos desarrollos agrícolas, ganaderos y mineros incorporados mediante las rutas ya establecidas al interior de la Nueva España y sus posibilidades expansivas.

En el proceso de edificación española de la ciudad de México y en la España misma, el portento espacial del noroeste mexicano y el actual sudoeste norteamericano con su biodiversidad y cultura indígena, transformó las visiones hispanas desde una corte que quedó pasmada ante los nuevos mapas y portulanos;  la cultura mercantil vigente vació en las regiones todos los instrumentos contractuales del comercio, incorporando como soporte institucional el Derecho Indiano,  Y formando a la vez repositorios documentales que dieron origen a la Casa de Contratación de Sevilla y el nacimiento del Archivo de Indias.

Así que, en esta conmemoración de medio milenio, se tiene que considerar que, fundar, fue incorporar al territorio de la Corona Española inmensas regiones fortificadas con una evangelización de múltiples posibilidades de adaptación. Como ejemplo de esto, tenemos las celebraciones actuales de la Semana Santa de mayos y yaquis, las cuales surgen en esa interacción de dos religiosidades que persisten. Por otra parte, el arte sacro generado es el portentoso testigo de tan frenética actividad. Para el caso de Sinaloa, nos remitimos al barroco norteño de las parroquias de Copala, Concordia y el Rosario, que conceptualizó la Mtra. Elisa Vargas Lugo, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y miembro titular del SCM.

La multiplicidad de expediciones por el litoral del Mar del Sur, en nuestro país, rumbo a las californias, ya fueran marinas o terrestres, sacudieron a virreyes y empresarios que, alucinados, invirtieron grandes recursos en la busca de oro y plata en la ilusión de encontrar ciudades doradas; en realidad, encontraron tupidos bosques, inmensos ríos, manadas de bisontes, paisajes maravillosos, plantas extraordinarias y exóticas, fauna marina de grandes posibilidades alimenticias, piedras besares para los papas y otras maravillas, como el descubrimiento del Cañón del Colorado por el encomendero de Culiacán, don Pedro de Tovar.

En el noroeste mexicano y específicamente en Sinaloa, lo fundacional tuvo que ver con el establecimiento de las misiones jesuitas; muchos pueblos de nuestra entidad nacieron y se desarrollaron bajo la égida de las órdenes religiosas y con más intensidad bajo la impronta de los ignacianos, que concibieron el orden misional como formación de espacios productivos y culturales, en interacción con los aspectos humanos en las comunidades indígenas.

Nuestros procesos fundacionales son fusión, interacción, yuxtaposición y surgimiento de algo nuevo; el mestizaje biológico y cultural encarnado en unos humanos que necesitaron expresarse, para de ahí diseñar su proyección cultural que los definió como una nación orgullosa de su fortaleza y que no abandona su esencia social y soberana.

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