Lástima que la religión cristiana sólo contemple castigo celestial para el prototipo humano, porque si existiera para los partidos políticos, rogaría a Dios que habido el fallecimiento del PRD, lo pusiese a cocinar a fuego vivo en las pailas de sus infiernos más profundos; con lo que quería decir, y dije –en 2016– que coincidía plenamente con aquello de que al PRD ya le había llegado su hora –dicho entonces por Imelda Castro–, excepto que disentí en la cosa de que se le diera una muerte digna, pues deberían haberlo ahorcarlo en el palo más alto de la desvergüenza y después arrojarlo en el pozo sin fondo de los rencores atrasados. Y nada de luego haber andado con el ojo propenso al llanto, dado que las lágrimas eran para reservarse a situaciones que en realidad valieran la pena.
Y dije que Cristo bendito no fuera a permitir que enseguida sus dirigentes se aparecieran con el invento ese de la refundación, ya que del infame PRD, a aquellas alturas del partido, lo único que yo aceptaba –como tarjeta de presentación– era su acta de defunción: ay, se murió. Ni pobrecito.
Menciono aquí, en frío, que el PRD nos prostituyó a demasiados, cuando incautos e imbéciles lo seguimos, en 2010, a aquel amasijo deforme que hizo de Mario López Valdez su candidato a gobernador, quien –llegado al poder– terminó sodomizando a sus adeptos políticos, incluido el PAN y Movimiento Ciudadano, hasta convertirlos en una caricatura ignominiosa, en la desfachatez de partidos que recién acaban de hacer el ridículo en la pasada jornada electoral.
Por supuesto que jamás le di mi firma de afiliación al PRD. La única institución a la que he pertenecido se llamaba Partido Mexicano de los Trabajadores, que dejé de seguir cuando se fue en coalición con otros gremios de izquierda, en 1987, para dar forma al Partido Mexicano Socialista, con el que simpaticé cuando llevó a Heberto Castillo como su candidato a la presidencia, y quien al año siguiente declinaría a favor del ex priista Cuauhtémoc Cárdenas, y yo morí del susto y hasta enfermé de hipo.
A muchos sí se nos desmigajó el corazón, y hasta hubo lágrimas, y tuvo que pasar algo de tiempo para poder asimilar el hecho, que nos fue convenciendo cuando se empezó a dar forma al Frente Democrático Nacional. Muchos años después, en algún punto de Culiacán, José Antonio Ríos Rojo –acaso de las pocas personas congruentes que aún quedan de aquella cosecha–, me contaría que vio a Amparo Ochoa salir llorando de un salón, en México, luego de que Heberto informara de su decisión.
La pasión de 1988 inflamó los pechos de millones de mexicanos, y fuimos a las urnas más que convencidos del triunfo y de nuestra verdad histórica, inspirados en el recuerdo de Tata Lázaro; y los mismos millones salimos a marchar y a protestar por el perverso fraude que le dio el gane a Carlos Salinas de Gortari. Ese año respeté al original Manuel Clouthier, abanderado del PAN, quien tuvo la suficiente aristocracia moral para levantar la mano de Cárdenas como el legítimo triunfador de la contienda. En 1989 se dio vida al PRD, y yo le guardaba el debido respeto; y continué votando por la izquierda durante años, a veces sin importar quién fuera el candidato.
Toda esta historia influyó para que yo apoyara al PRD cuando decidió, en 2010, ir junto con el PAN y el MC con Mario López Valdez a la cabeza, quizá por la estúpida ilusión de que éste no nada más fuera un soso priista resentido, quien al final de cuentas sí fue un soso y continuó siendo priista, pero con un cuadro amargoso por delante, con un ya me la pagarás pendiente, puesto que Jesús Vizcarra nunca va a olvidar aquella vez que Malova lo exhibió públicamente, cual Julia Pastrana.
Zaca, zaca le hacía a un lado y otro la cabeza, al pobre, con cada bofetada retórica propinada por el oponente electoral; y nada más como por rizar el rizo; o hagan de cuenta que como si fuera bullying, le espetaba a la cara: ¿Eres compadre, o no, de Ismael “el Mayo” Zambada?
Si las cosas que hieren y estigmatizan se olvidaran fácilmente, cualquiera te heriría y te estigmatizara a la primera.
Pero sucedió que el que pudo reír al último, pues rio mejor; y más cuando podías soltar la carcajada desde el Despacho de la Presidencia de la República, porque Enrique Peña Nieto y su Gaviota tuvieron que pasar las facturas de la tintorería, luego de la remojada sudorosa que pasaron en Los Mochis, cuando vinieron engalanados con seda de gusano vivo para apoyar la candidatura priista de Jesús Vizcarra.
Pero ya, volviendo al saco, habido aquel sexenio que subió a Malova al tercer piso en plan de gobernador, fue de entender que el PRD nos metió a un prostíbulo tubero, derecho y sin cremita, y que entonces nos tocó bailar con el más feo, porque el asunto fue ganar por ganar, aun se pisasen las ideologías, porque significó un contubernio ignominioso que continuó haciendo de Sinaloa un estado fatuo, triste y desangrado, esa época en la que ‘ilustres’ personajes de ‘izquierda’, como Juan Guerra y Audómar Ahumada, se estuvieron llenando los bolsillos como delirantes funcionarios de la nómina estatal.
En 2016, en Sinaloa, el PRD cayó al pozo de la ignominia sin fondo. Al calor de ello, todo esto lo escribí el 25 de junio de aquel año. Y dije también que los políticos aludidos en el párrafo anterior, asediados por la codicia, ni por tantito se les vio la intención, por mera pena, de renunciar a sus cargos en la administración malovista. Que continuaron allí, asediados por la codicia. Y que lo que fue peor: que no les avergonzó en lo absoluto.
Ese 2016 aseguré, colega, que lo que había quedado eran las sobras del PRD en su vertiente golfa. Pero nunca me pasó por la cabeza que iría más al fondo de aquel pozo ignominioso, como tal acaba de suceder en las recientes elecciones que encumbraron a Andrés Manuel López Obrador como presidente electo de México. Ya ni sobras se vislumbran del PRD, sino hilachos que no van a poder cubrir la desvergüenza de sus líderes. Dios los ponga a cocinar a fuego vivo en las pailas de los infiernos más profundos. Desamor con desamor se paga.