Peregrinar para solicitar un milagro, pagar una manda por el favor recibido o andar en procesión para celebrar alguno de los rituales religiosos, es y fue disciplina de muchos pueblos. La peregrinación como expresión colectiva e individual, está documentada en Sinaloa desde los primeros tiempos de la presencia jesuita, en el siglo XVI. Sin embargo, ¿peregrinaban los pueblos prehispánicos de origen mayo y yaqui? La respuesta es que sí; originalmente somos un pueblo peregrino y el documento de “La tira de la peregrinación”, en el cual nos señalan un lugar y un grupo humano generando una deidad, nos remite al sentido que estamos comentando.
El contenido del libro recorre los santuarios de México, y en lo que respecta a Sinaloa, me tocó colaborar reseñando el Santuario de Nuestra Señora del Rosario, de Guasave, anotando que su festividad inicia el primer domingo de octubre y dura varios días, con peregrinos de toda la geografía sinaloense, nacionales y del extranjero, principalmente de las costas californianas. Aparte de incluir el origen de la imagen de bulto, adorada.
Al peregrinar se sale de una situación y se coloca el peregrino ante otra mejor. La liturgia católica es generosa con esta acepción, al atribuirle resultados espirituales de consideración. “Es buscar la razón de la propia vida o bien un retorno a su fuente, que las diversas culturas de los pueblos han puesto en el centro de la tierra o en un lugar escondido, remoto, elevado o misterioso”. Y todavía más: “Peregrinar es desligarse de las ataduras, dejar lo caduco, alejarse de cuanto parece estorbar y volver al punto de partida; buscar lo que eleva y trasciende”. (Parra Sánchez, 1996)
Así que peregrinar en los espacios de la naturaleza sinaloense de carácter prehispánico, fue buscar la renovación de la vida, fue viajar al encuentro del ideal puro de la cultura nativa, como cuando se juntaban en grandes grupos para la recolección de la pitahaya, en celebración festiva, invocando a una deidad con forma humana, a la cual daban ofrendas. Aparte, los niños recibían por tradición oral conocimientos sobre su cultura. Era una especie de carnaval, anotaron los padres jesuitas.
El tema ha sido escasamente asumido por los historiadores locales, aunque no soslayado por investigadores de la cultura de otros tiempos y nacionalidades. Ya Martín Pérez, en sus primeros escritos sobre la Provincia de Nuestra Señora de Cinaloa, apuntó lo siguiente:
“El Domingo de Ramos, me hallé en Ocoroni, pueblo de muchas palmas. Bendijeles hartas cargas de ellas que trajeron y cada uno llevó su palma para guardarla. Díjeles lo que significaba la ceremonia, y lo que había pasado aquel día, y al tiempo de la procesión comenzaron a tender mantas en el suelo y no me dejaron poner un pie en él en toda ella. Después fui a la villa adonde estaba el padre Tapia ofreciéronse los de ella y de otras partes, en particular algunos individuos de Culiacán que habían venido por acá a tener las pascuas con algunos cantores con los cuales se celebró el Oficio de la Semana Santa y Pascua como mejor pudimos con su monumento. El Jueves Santo hubo su Pasión en la cual se llevó un Cristo grande que movió a mucha devoción a los indios. Acabada la Pasión les dio gana de azotarse a algunos maestros de ellos y también hicieron su procesión aunque pequeña si hubiera recaudo fueran muchos más… Predicóseles la Pasión en su lengua y declarándoseles los misterios en ese santo tiempo.”
Por lo tanto, peregrinar o andar en procesión significa también acudir al templo o santuario, y es una tradición cultural que se mantiene en los pueblos sinaloenses.
Y en las fechas de procesiones, en Sinaloa, en México y en diversos sitios del mundo con fe se repiten las frases, a manera de epígrafes, que en 1994 Andrés Henestrosa anotara en su libro La ruta de los santuarios en México: ¡Adiós, Cristo milagroso! ¡Adiós, brillante lucero! ¡Adiós, santuario dichoso, hasta el año venidero!