Para eso me gustabas, diciembre

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Menciono aquí, en frío, que comúnmente no encuentro casi nada digno de mis nostalgias, como dijera por allí uno de los personajes de Gabriel García Márquez. Y sin embargo, crac, en estos días se me ha venido cuarteado el pétreo rostro, dejando asomar un talante que muy poco asemeja al déspota solitario. Pues será el sereno, oiga, y aunque no me vea cantando aquello de mira cómo beben los peces en el río, embelesado por la refulgente época decembrina, abrazo la situación por los amigos y las familias que tienen la contingencia de celebrar la Navidad. Y es que no puedo evitar, fíjese, que me abrumen imágenes de los miles para quienes la Navidad no está hecha a la medida de las tarjetas postales, porque sería imbécil no reconocer que en muchos hogares, en la noche del 24, no habrá manteles largos y sonrisas igual de largas, y que los críos verán frustrados los sueños reflejados en vitrinas iluminadas, o en palabras huecas de gorditos barbones vestidos de rojo. Pero quiero decir, y digo, que me cambió el brillo del ojo desde que llegó a la ciudad, y a mi casa, la entrañable Cecilia Pía Medina Zamudio, de esas amistades con buqué de años y que te provoca aceptar que en la vida, si le buscas, puede que encuentres sucesos dignos de tus nostalgias. Habíamos planeado, juntos, asistir a la posada de la Asociación de Periodistas de Sinaloa, la famosísima APS, de la que soy miembro gracias a las gestiones de su presidente, Juan Manuel Partida Valdez, mi fino y digno amigo, pero ambos concluimos que no nos veíamos en horas de la noche circulando por las turbulentas calles de Culiacán.

Norma Aguilar WEBNorma Aguilar aún permanece en la mochila de la vida aligerada con los años

Y así como me hizo feliz el arribo de Cecilia Pía, igual me puso contento la visita de Rosa Patricia Tirado Rojas, la mujer de la sonrisa eterna, quien se apareció trayéndome la excelente colección «Historia Temática de Sinaloa», cumpliendo el compromiso que hizo conmigo la señora María Luisa Miranda Monreal, directora del Instituto Sinaloense de Cultura (Isic). Gustoso he de revisarla, junto con el libro que conmemora los 40 años del Isic, y que su titular puso en mis manos en el desayuno organizado a los medios de comunicación. Por si fuera poco, compañeras de antaño, como Elsa Hermosillo, Paty Ayala y Célida Pérez Payán, han solicitado la presencia de quien esto escribe, justo este martes 22 de diciembre, en la reunión anual de mi generación de la Preparatoria Cervantes. Juro por mis muertos más frescos que todo estaba dispuesto para ir, con ganas de reír con recuerdos oreados del baúl de antigüedades, de rememorar situaciones de esa etapa en la que aún no se perdía del todo la sonrisa que la vida te va borrando, puesto que llegas a una edad en la que, en lugar de labios, se te dibujan dos líneas moradas. Y como jurar por muertos frescos no debe ser en vano, parafraseo al Che Guevara para expresar que otras tierras del mundo han reclamado el concurso de mis modestos esfuerzos, de tal manera que se me negó la posibilidad del festejo con los camaradas del bachillerato. Para eso me gustabas, diciembre. En fin. Qué le vamos a hacer. Pero le decía de la cosa de las nostalgias, de la dignidad y de la madre que la parió. Durante el largo proceso vivido, y en este andar en el que vas aligerando la mochila y te dispones a quedarte con lo que realmente quieres, y mandas al carajo palabras con inicial mayúscula, recuerdos que no valen la pena y hasta a personas que sólo te estorban para vivir, menciono aquí –ya no en frío, sino con calidez–, que en mi alforja resguardo, a bien, la querida presencia de Norma Aguilar, a quien honro hoy justo por ser el día de su cumpleaños. Se trata de una mujer de armas tomar, de las que no corre buscando a mami cuando se pincha un dedo, y de las que le pega con los nudillos a la barra de la vida preguntando cuánto debe, a sabiendas de que es igual a un restaurante caro y que terminará pasándole las facturas. Gracias a Dios, o a quien sea, no pertenezco a la corte de aduladores que podría soler tratar –digo yo–, por la dirección que ostenta en la administración central de la UAS. Sencillamente es mi amiga; así, a secas. Con cargo o sin cargo. O como dijera José Alfredo: con dinero o sin dinero. Y con este abrazo genuino que le mando a Norma Aguilar desde aquí, aprovecho el envío para desearles, a mis lectores, amistades y a cualquier vecino, muy felices fiestas en ocasión de la Navidad. Y pues para eso me gustabas, diciembre. Y punto. Comentarios: expresionesdelaciudad@hotmail.com

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