El entretenimiento y la diversión son parte íntima del puerto de Mazatlán: su belleza natural es garantía de disfrute. A inicios del siglo XX, no era raro -parafraseando al escritor hidalguense Efrén Rebolledo- que un poblador porteño se “echara de codos sobre el pretil de un muelle” y sobre su cabeza tuviera una corona de nubes y que, por las noches, a ese escenario lo adornaran “estrellas titiladoras”, al tiempo que a sus pies los humedecía el vaivén sin cesar del agua, y muy cerca reventaba la marejada deshilándose en espumas. Son los respiros de un mar, que pese a su fuerza, se esmera por ser tierno, exhalando de su enorme pecho dulces quejas.
A lo largo de sus playas y costas se extiende este intermitente juego de sus aguas con la arena. Olas que con sus pliegues, desprenden cánticos y desgranan collares de risas para luego desaparecer, olvidando en la arena sus conchas de color rosa.
¿Puede existir mayor disfrute que sentir el chapoteo del agua bajo los pies, observar como las olas se extienden como una red de plata que con sus mallas traen pequeñas conchas y peces dorados? ¿Cómo no extasiarse intentando abrazar con el pensamiento y la imaginación la esplendorosa inmensidad del mar?
Todo este contacto sensitivo lo experimentaban aquellos mazatlecos que no necesitaban grandes artilugios para gozar sus tiempos de ocio y recreo.
Y, por si fuera poco, contaban con sus rumbosos paseos a islas cercanas, al igual que a huertas y ranchos, donde la concurrencia se esparcía bajo la fronda de los árboles y recibían la brisa del mar, acompañados del jolgorio infantil y -en ocasiones- las entonaciones de las orquestas de Isabel Otero y Eligio Mora.
A lo anterior, se agregaba un espacio urbano que incitaba al deleite que provocaban las plazas Machado e Hidalgo, así como el paseo de Olas Altas.
Precisamente, junto a su playa y bahía, hace casi 120 años se construyó un nuevo paseo en las faldas del Cerro de la Nevería. Un paseo donde la naturaleza le da una esencia encantadora; se le cataloga como “una obra sencilla, bonita, pero no grandiosa, no difícil, de fino calado, sobre la cual se ostenta un “prodigioso bouquet de colores del cielo y del mar”. Este lugar “dotado de armonías exquisitas, es aderezado por los sentimientos delicados de benevolencia, de cortesanía y de galantería, que expresa el Sr. Claussen hacia sus moradores”.
Sería pedir imposibles que este sentido de afinidad y compromiso con el ambiente natural lo asumiera también el ambicioso empresario y sus comparsas con su actual proyecto de tirolesa que significa una daga en el corazón del Cerro del Crestón, una herida por la que sangra Mazatlán. Una acción que lacera la memoria de todos aquellas personas que poseían y practicaban ese “pegamento social” que conectaba con sus semejantes: la empatía y el espíritu benefactor.
Tan es así que la prensa pidió que a ese paseo se le pusiera el nombre de su mentor Claussen; a quien se cataloga como “excelente caballero, activo vecino y bondadoso extranjero”; además, era Presidente de la Sociedad de Beneficencia Alemana. La ciudadanía votó y el nombre de Claussen se oficializó. Era un personaje poseedor de una voluntad y percepción humana que armonizaba con el vecindario porteño. ¡Hasta se extrañan ese tipo de “burgueses” con sensibilidad! Actualmente, dudo que a algún mazatleco le pase por la mente que se le ponga el apellido de su dueño a esa tirolesa; sería bautizar el oprobio.
Esta cuestionada acción de nuestro tiempo presente, si se me permiten semejanzas, sería más cercana a una opinión que circulaba en Mazatlán hace 117 años: acaba de construirse el sistema de drenaje en el puerto por la Empresa Pearson; con amargura se señalaba que con esa obra, dicha empresa “se burla de Dios y de su santa ley en esta pobre seudo república..[ya que] todo lo hecho es colosalmente malo”. Cualquier parecido con la colocación de esa vil polea es mera coincidencia.
Sobre estos asuntos de la relación ser humano-naturaleza, hago míos los versos de la emblemática canción de Roberto Carlos “El Progreso”: “Yo quisiera no ver tanto verde en la tierra muriendo” “Yo no estoy contra el progreso si existiera un buen consenso”. Y, secundando también a este cantautor brasileño, en no pocas veces “Yo quisiera ser civilizado como los animales”.