NOSTALGIA POR LA IMAGEN

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En el Sinaloa de principios del Siglo 19 se empezó a configurar la imagen de estudio como símbolo de clase, pero también como un importante documento histórico.

Sinaloa se ha configurado como un referente en la fotografía a nivel incluso internacional. Dejó de ser ese páramo en el que sólo se hablaba de los maestros primeros de la imagen, de aquellos que retrataron al estado de antaño con la confluencia de sus ríos, edificaciones, gente.

Nadie como Mauricio Yáñez y Alejandro Zazueta para recoger, en 1910, a los actores de la Revolución Mexicana en esta región. Es imposible revisar la historia sin que aparezcan las firmas de ambos en las fotografías, quienes junto a otros que desde el anonimato abonaron a las primeras luces al camino de luz que ha tenido la fotografía en el estado.

Sobresale también, junto a ellos, José María Guillén, quien a principios del Siglo XX abrió el primer estudio fotográfico en el puerto de Mazatlán, donde retrató a la sociedad de esa época.

A partir de entonces, la imagen –como se dice en el libro Sobre la fotografía, de Walter Benjamin– «fue adoptada por la clase social dominante…industriales, propietarios de fábricas y banquetes, hombres de estado, literatos y sabios.»

En Culiacán, Guillermo López Castro abrió el primer estudio de fotografía con luz eléctrica. Estamos hablando de 1930,  cuando la ciudad apenas configuraba su traza urbana.

Muy cerca del Santuario, en el estudio Fotografía Moderna, López Castro se convirtió, más que en un fotógrafo, en un pintor de imágenes, oficio que siguió su hijo Guillermo López Infante.

Ambos captaron nacimientos, primeras comuniones, compromisos matrimoniales de las familias más adineradas de la ciudad, pero también aquellas míticas imágenes de Pedro Infante.

En el cuarto oscuro descargaron lo que la cámara Glafex captó en el estudio, un acto de alguna manera parsimonioso, ya que invertían días para que la imagen quedara a la perfección.

Cada retrato, de acuerdo a lo dicho en vida por López Infante, significaba un acto creativo, lo que fue adoptado por otros estudios fotográficos con firmas tales como Escamilla, Núñez, Alcaraz, Valdés,  Buck.

El arte del retrato lo aprendieron de otros fotógrafos de Guamúchil y Guasave, lo que significó una novedad en Sinaloa, porque en ese entonces lo único que tenía color eran aquellas fotografías que pintaban como si fueran un óleo, que incluso en la actualidad perduran más de algunas en las paredes de muchos hogares.

El estudio se forjó un reconocimiento propio cuando de manera paralela Arnulfo Valdés, un hombre de arte nacido en Orizaba, Veracruz –quien había  recorrido el estado con una carpa de titiriteros–, decidió quedarse en Culiacán para abrir el establecimiento  Fotografía Hermanos Valdés.

Primero estuvo instalado en un espacio de Los Portales, después por la Avenida Obregón y desde hace más de 37 años por la misma avenida, pero frente a la Escuela de Enfermería.

Su hijo Claudio Valdés Anaya aún conserva, en un cuarto oscuro donde pareciera que los días no han transcurrido, la fotografías de la ciudad que ya se fue, pero también de sus habitantes.

Años más tarde –para ser más específicos, en 1945– abrió el Estudio donde se empezó a hacer fotografía de carácter utilitario, es decir, para inscripciones escolares.

Ése fue su fuerte, aunque no dejó de lado los acontecimientos festivos de las familias; incluso fueron ellos quienes captaron las imágenes de la galería de presidentes que actualmente se exhibe en la Sala de Cabildos de Ayuntamiento de Culiacán.

Otro de los estudios fue el que instaló José Refugio Núñez en 1962 –y sin un capital ostentoso– atrás de edificio La Lonja. Allí se apostó con su cámara Nova para retratar a la gente común: estudiantes, matrimonios, comulgantes, bautizados.

En ese entonces, el señor Núñez no imaginaba que el color y las cámaras digitales cambiarían el rumbo de la fotografía; y mucho menos que cinco de sus hijas tomarían las riendas del negocio, ahora ubicado por la calle Domingo Rubí, para evolucionar conforme los nuevos tiempos.

Eva Lilia, Rosa María, Cristina, Jessy y Carmen marcarían la nueva era de las mujeres en el arte de la lente, hasta antes predominada por hombres.
Las hermanas habían crecido entre los clicks de las cámaras, los revelados y la impresión de las fotografías. Era la misma historia de José Refugio, quien desde la infancia vivió en ese mundo.

El estudio Valdés fue su escuela, hasta que sintió la necesidad de crecer y se animó a fundar su propio negocio familiar, en el que su lema primero fue: «Nos encanta retratar niños.»

Cuando la fotografía ya era accesible para todas las clases sociales, en el número el número 156 –de la Calle Hidalgo– surgió Foto Estudio Alcaraz para registrar, desde 1970, a la sociedad culiacanense,  a sus estudiantes, maestros, funcionarios.

La actividad fue incesante: días y noches para lograr la perfección de las imágenes.

Víctor Alcaraz Viedas (junto a su esposa Rosa María Valdés) estuvo frente al negocio, hasta que –no hace muchos años– fue trasladado a la casa familiar.

En estos espacios, la fotografía afianzó su función de carácter técnico, tomando uno y mil retratos, dejando fuera las imágenes que ahora se toman con un fin documental y sin mucha preocupación por lo estético.

Hoy, distintas generaciones de fotógrafos se han dedicado a captar a la ciudad con sus virtudes y defectos, para quizá ser –muchos años después– el registro de una nueva época que, como la anterior, ha resistido el paso del tiempo.

Los estudios fotográficos son actualmente sobrevivientes a la tecnología y a las nuevas temáticas de la imagen; son uno de los pocos registros que ha dejado la historia de tiempos que se resisten a morir.

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