Mazatlán: Había que fusilar a un catrín

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En la toma de Mazatlán en 1914, al líder revolucionario José María Cabanillas (Cosalá, 1882 – Culiacán, 1917) se le metió en la cabeza que había que «fusilar a un catrín», y presentó el tema ante los demás cabecillas. La aberrante muerte del señor Francisco I. Madero durante la Decena Trágica exigía venganza.

Y por aquellos días, una forma de vengarlo, era fusilar en cada plaza que tomaban a quienes simpatizaron o apoyaron el cuartelazo huertista. Y si no hallaban un oficial federal a la mano, ¿qué mejor que algún vecino pudiente, beneficiario del régimen porfirista?

«En realidad, los hombres que andaban en armas no sentían amor por la víctima del cuartelazo, ni por su memoria (¿o sí lo sentían, señor Carranza?)», escribe maliciosamente el autor de estas anécdotas quien, sus razones tendría, odiaba todo lo que oliera a carrancismo, lo cual no significa que sus relatos no fueran ciertos.

Y para hacer el escarmiento, mandó apresar a don Enrique Seldner, agente de una cervecería y un caballero muy conocido y respetado en Mazatlán. Pero muchas personas de la sociedad mazatleca abogaron por él e impidieron que Cabanillas lo asesinara nomás porque sí.

2. ANÉCDOTAS DE LA REVOLUCIÓN

En el libro «Anécdotas de la Revolución Mexicana 1910-1917» (Ediciones LAVP, 2019), José Ramos recoge una serie de hechos sangrientos y crueles acaecidos antes de 1917 durante la Revolución.

Se deduce que fueron publicados por entregas a lo largo de 1917 en el periódico La Crónica (de San Francisco, California) por este malqueriente de Venustiano Carranza, a juzgar por el hecho de que todos los casos atañen a soldados carrancistas, a quienes no baja de crueles, ladrones y en muchos casos ignorantes, junto con el Primer Jefe.

Vienen en el libro –disponible en versiones digitales en la red- dos anécdotas sobre tres pacíficos ciudadanos de Mazatlán, uno de ellos fusilado injustamente mientras que los otros la libraron por un pelito, en los relatos titulados «Había que fusilar un catrín», publicado el 11 de marzo de 1917, y «El “cancón” del fusilamiento» publicada el día 18.

He aquí un breve resumen de estos hechos.

3. CABANILLAS CHASQUEADO

Chasqueado en su intento de fusilar al señor Seldner, Cabanillas supo que tenían encarcelado a don Francisco de Sevilla, un caballero de sesenta años, por cometer «el inmenso crimen» de escribir en una carta de familia: «Mi mayor deseo es que sea la sangre del señor Madero la última que se derrame».

El señor Sevilla era «un hombre de una conducta intachable, muy moderado, muy sereno en sus juicios y opiniones, y tan ajeno a la política que jamás se le conoció ninguna opinión sobre las cosas y hombres de su tiempo, sino la que emitió a su señora hermana en la carta que cayó en poder de los carrancistas».

La frase, que no era sino un deseo de paz para nuestro atribulado país, fue interpretada por los feroces revolucionarios como si fuera un deseo de muerte para el Apóstol.

Estos hechos debieron suceder tras la segunda toma de Mazatlán, en abril de 1914,  aunque Cabanillas no dirigió la operación sino Ángel Flores y Ramón F. Iturbe al mando del mismo Álvaro Obregón.

Pero bueno, la anécdota se dio. Así pues, Cabanillas decidió que la víctima fuera el señor Sevilla. Después de todo, «había que fusilar a un catrín».

4. LA PENOSA MUERTE DE UN JEFE

Se trasladó al señor Sevilla a las afueras de Mazatlán sin que esta vez valieran súplicas y gestiones que muchas personas hicieron a su favor.

Ante la consternación de los patasaladas que lo conocían, el señor Sevilla fue conducido a las afueras de la ciudad, inspirando «la piedad más profunda» entre la gente.

Avanzó entre su fúnebre escolta dando «muestras de una serenidad y presencia de ánimo como no las había dado nadie hasta aquella fecha en el puerto. Ni la menor inquietud se revelaba en su semblante ni acusaba a nadie del monstruoso crimen que iban a perpetrar en su persona».

Ya en las afueras de la población, aún lejos del panteón, los soldados hicieron a un lado a la gente para fusilarlo en plena vereda. Con tono tranquilo, el señor Sevilla pidió:

-Por favor, siquiera mátenme cerca del panteón y no aquí a mitad del camino, como a un perro.

Accedió el jefe de la escolta y el señor Sevilla fue ejecutado ante el panteón.

Y cierra este pasaje el autor con estas palabras: «el recuerdo de este crimen ha quedado perfectamente grabado en el corazón de los sinaloenses y aun de los extranjeros que lo presenciaron. Y aun se asegura que la enfermedad que contrajo Cabanillas por aquellos días fue la de los remordimientos, pues desde entonces ya no volvió a levantar cabeza, que dicen los humildes, y todo amarillento, todo flaco y desmedrado vivió hasta hace poco».

5. LOS FALSOS FUSILAMIENTOS

Otro caso, acaecido también en Mazatlán, es el del señor Villaverde (no dice su nombre), «uno de los comerciantes más honorables», a quien «fusilaron de mentirijillas o le hicieron el “cancón” de fusilarlo».

Aunque la busqué sin éxito en la red, no encontré qué es eso del «cancón», pero el mismo autor la define así:

«Tomar a un hombre, encerrarlo en un cuarto y allí, con centinelas de vista, disponerlo para el fusilamiento; sacar a ese hombre después de horas de agonía y llevarlo ante un paredón donde estaban formados los soldados que habían de arrancarle la vida y que, en realidad, no disparaban sino al aire… eso era el “cancón” del fusilamiento».

Se usaba ese cruel método para obligar a los pacíficos adinerados a que les dieran las cantidades que exigían «para la causa». Había quienes no soportaban la tensión nerviosa y les daba el soponcio o terminaban «con la razón perdida».

Aunque desde el principio, el señor Villaverde, accedió a darles cuanto le pedían, y aún más, porque hubo de pedir préstamos a amigos y familiares, hasta que ya no tuvo de dónde sacar.

6. EL CASO DEL SR. VILLAVERDE

Fue entonces que «los carrancistas sedientos de riquezas», lo sentenciaron a muerte y fue llevado al patíbulo.

Pero antes se le permitió hacer testamento ante notario de los pocos bienes muebles que tenía y que recibiera la extremaunción.

«Preparado para morir, fue llevado, en medio de la soldadesca más insolente, al cadalso. Se le vendó y se le ataron las manos. Lloraba el señor Villaverde y hacía penosas demostraciones ante sus verdugos, pues tenía miedo a morir y así lo manifestaba a gritos angustiosos».

No hubo remedio y, puesto ante el paredón, se dieron las voces de «preparen… apunten… fuego… »

Sonaron los disparos, seguidos de las carcajadas de la soldadesca al mirar al señor Villaverde que, medio loco de terror, se palpaba el pecho y la cabeza buscando sus heridas.

Después de esta farsa, se dejó en libertad al desventurado, quien a como pudo se fue a su casa, donde su esposa convalecía a causa de estos hechos.

7. ASÍ EXTORSIONABAN A LA GENTE

Apenas estaba asimilando lo sucedido cuando fue reprehendido y enviado al paredón. Tan dura había sido la impresión del falso fusilamiento que el pobre hombre suplicaba que, por favorcito, ahora sí lo ejecutaran «de verdad».

No lo fusilaron porque, cuando estaban a punto de hacerlo, hubo un motín que lo impidió. Y a la primera oportunidad, el señor Villaverde tomó un barco rumbo a Los Ángeles, en Estados Unidos, a donde se fueron muchos mexicanos, ricos o no, para no volver.

«Así conseguían dinero, cuando no de los banqueros americanos, los señores que formaban las legiones del señor Carranza», concluye José Ramos su relato.

(Y así lo obtenían todos nuestros preclaros héroes revolucionarios, agregaría yo. No nomás los carranclanes. Y no siempre precisamente para la causa, sino para su enriquecimiento personal, que eso del sacrificio por la patria siempre ha sido puro cuento… Como el coronel Cabanillas, que de humilde carpintero y cantinero, al año de su muerte en 1917, tenía como hogar la que fue casa de la rancia familia De la Vega, aquí en Culiacán, en Obregón y Buelna).

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