LAS PERRADAS: AQUELLAS «BIENVENIDAS» A CLASES

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Con el inicio del nuevo ciclo escolar, me vinieron a la mente aquellas novatadas o «perradas» con que los alumnos de reingreso daban la «bienvenida» a los de nuevo ingreso. Antes de su extinción la pura rapada, trasquilando a los muchachos con varios estilos, pero no siempre fue así.

Ignoro si tengan un origen iniciático para los de nuevo ingreso, quienes, si soportaban los actos humillantes como prueba, eran aceptados en el círculo estudiantil. Sobre todo en prepa.

En México eran muy comunes hace años; ignoro si en algún lugar se siguen practicando. Si es no, qué bueno. En algo habremos cambiado.

Yo ingresé a la Preparatoria Central de la UAS en 1975, y aunque aquellas vacaciones de verano fueron para mí de terror y de no dormir en las noches ante lo que nos esperaba, la verdad es que ya la vieja tradición de humillar a los nuevos estaba en declive.

Supongo que, esos días, los estudiantes estaban ya más ocupados en exigir «ocho general o muerte» a sus profes, en quemar camiones, pintarrajear negocios con mensajes comunistas y en llamar a matarse unos a otros («hay que ahorcar al último chemón con las tripas del último pescado», leí alguna vez en un muro, junto a letreros de «muera la burgesía»).

En los años 70, la prepa Central de la UAS era casi la única opción de educación media superior en la ciudad y en varios municipios a la redonda (aparte de algunas prepas privadas, inaccesibles para la mayoría), y aún con toda su miseria moral y académica, la gran mayoría no tuvimos opción a la hora de elegir, como sí la tuvieron los que, desde 1981, tuvieron a Cobaes.

Recuerdo el primer día de clases, a las que llegamos cuidándonos unos a otros, temerosos de los abusones de segundo grado que, armados con una tijera de podar, buscaban atrapar a alguno para mochomearle el cabello.

No fue algo generalizado, solo vi a algunos nostálgicos, rebasados ya por los «enfermos» que convocaban a la chaviza a hacerse matar por cosas que no entendían.

Fue la única vez que vi algo parecido a las novatadas.

3. EN LOS AÑOS 40

El viejo periodista Alfonso L. Paliza recrea las perradas de a de veras, en un artículo llamado «Perros», publicado en su libro «Postales amarillentas», edición del autor, Culiacán, 1990.

Ahí descubrí que aquella tijera de podar capaz de arrancarte una oreja si te movías, o de provocarte un tétanos si te rasguñaba, era un juego de niños comparado con las novatadas en décadas anteriores.

Paliza evoca las «perradas» en la Universidad Socialista del Noroeste (hoy UAS), que existió hasta 1941 (lo que duró el gobierno de Lázaro Cárdenas).

En aquellos años, la vida universitaria en Culiacán se concentraba en el edificio central, junto a la plazuela Rosales, que albergaba a las escuelas secundaria, prepa, normal y las carreras de ingeniería, leyes y química.

4. RITUAL PARA LOS SUMISOS

El primer día de clases en septiembre, los alumnos más verijones estaban ya listos para recibir a los de nuevo ingreso, que ya sabían que debían vestir sus ropas más viejas y que lo mejor era dejarse hacer, para salir menos lastimado, pues nadie los salvaría de la pública humillación.

Armados con tijeras, los abusones de grados superiores se ponían a rapar en forma no muy uniforme a los nuevos. Tras la rapada (con los cráneos como «mordidos por burros»), el ritual seguía con la embarrada con aceite quemado de auto, como si fueran perros con sarna.

Para ello, los ataban con una cuerda de la cintura y de las muñecas, y luego los obligaban a desfilar, entre cubetadas de agua, por toda la calle Rosales, por los mercados Vizcaíno (hoy de las Flores o de los Brujos) y Garmendia; después, de vuelta por la calle Ángel Flores para liberarlos frente al edificio central.

Cuando en el «paseo» veían a alguna damita reír del espectáculo, obligaban a uno de los «perros» a hincarse ante ella y declararle su admiración o declamarle algunos versos.

Tras ser liberados, los pobres se iban a bañar y luego con el peluquero a que les emparejara el pelo y con cachuchas disimulaban la pelonera.

5. LOS CASTIGOS A LOS BRONCOS

Con los «broncos», ariscos o rebeldes que venían de fuera y se negaban a recibir ese singular bautismo, el trato era diferente y eran lo máximo de aquel extraño y cruel jolgorio:

Los rapaban a la fuerza, agarrándolos entre varios, y luego los obligaban a pasar entre una hilada de estudiantes que les daban de cintarazos  a su paso, donde cayeran.

O a veces los llevaban a empujones y jalones a la cercana alberca Emma (donde está hoy la prepa Central), y los hacían «tomar limonada», como llamaban a zambullirlos en el agua para sacarlos al punto de la asfixia.

Otra variante de esos castigos era llevarlos a la plazuela Rosales, ponerlos a gatas ante una monedita de 5 centavos en el suelo, y obligarlos a empujarla con la punta de la nariz por todo el redondel,  con lo que salían con la nariz bien raspada, e incluso el rostro.

6. ASÍ POR LAS BUENAS, POS SÍ

Solo a dos alumnos de nuevo ingreso (de los días que narra el periodista) «se les perdonó» y no se les rapó el cráneo ni los embadurnaron con aceite quemado ni los llevaron al desfile del perro, y mucho menos los hicieron caminar entre azotes ni los asfixiaron en las «limonadas» ni los obligaron a mover los «nickles» con la punta de la nariz:

Uno fue el cosalteco Leopoldo Sánchez Celis -que en los años 60 llegaría a ser gobernador -, y otro fue un tal José Medina Velásquez, a quien apodaban el «Vale Medi».

A este último, porque acababa de darse de baja en el ejército y siempre portaba pistola, igual que Sánchez Celis.

Y aunque era una falta a las reglas de la Universidad y causa severa de expulsión, a alguna buena palanca se han de haber agarrado porque, mientras allí estudiaron, nunca dejaron de portar armas al interior de la institución.

Y es que, como decía George Orwell: «aquí todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros».

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