En el fondo tiene gracia que ya se critique la Historia Temática de Sinaloa, aunque maldita sea la gracia. Pudiese haber una lectura bien fundamentada, pero también una actitud de sólo por rizar el rizo, que tanto se da por las constantes virulencias en torno a los productos del Instituto Sinaloense de Cultura, o porque hay que aparecerse a como dé lugar en el conveniente aparador público con miras a la sucesión gubernamental. No se puede explicar el sabor de la manzana, porque no puede saber a otra cosa que no sea manzana, y para saberlo a cabalidad, primero hay que comerla; de modo que no estoy en condiciones de ni siquiera exponer un punto y coma respecto a esa colección, porque no la he leído. Por aquellos días en que empezaba a armarse el proyecto, fui invitado a escribir sobre un tema en particular, que rechacé por no dominar con certeza lo que se me pedía, y también porque casi nunca se me ha dado desarrollar textos a pedido, aunque haya dinero de por medio. En el extenso universo de la vida cotidiana sinaloense, no creo que haya habido lugar para el renglón gastronómico, puesto que la cocina de la región aún no ha sido considerada como patrimonio cultural. Claro que existe bibliografía al respecto, como la obra que María Luisa Miranda puso en mis mandos durante una de las escasas visitas a su oficina, cuando le dije haberme inscrito en el Instituto de Ciencias y Artes Gastronómicas, que he preferido llamar la cocina de Delia Moraila. Ha sido un libro de utilidad, escrito por Alma Cervantes y titulado “El saber del sabor sinaloense”. Pero quiero decir, y digo, que faltaría esbozar la pasión de la señora Moraila por los verdaderos olores y sabores nuestros, que he venido descubriendo, día a día, cada vez que nos hemos comunicado para hablar de tal o cual platillo, y siempre me quedo con un conocimiento más sobre lo que consumimos los sinaloenses, porque Delia Moraila es una enciclopedia viva tanto en la historia como en la práctica de la gastronomía local.
Delia Moraila, un artífice incansable para que nuestra gastronomía se incluya en el patrimonio cultural sinaloense.
Me di cuenta de su pasión por aquellos días como alumno de su escuela, cuando otro condiscípulo, más por broma que por otra cosa, hizo malas referencias en cuanto a las tortillas de maíz. Ella, en tono de seriedad, le dio una cátedra sobre el respeto que se le debe a lo muy mexicano y lo muy sinaloense. A decir verdad, fue una sorpresa oírla hablar así, porque su apariencia la semejaba totalmente representativa de la exquisitez, como si nada más soliera enseñar, preparar y consumir bocadillos gourmet de factura francesa o italiana. Con el paso de los meses he ido adentrándome a su mundo, desde que nos hicimos cómplices para generar recetas en video, y en el devenir de esta gastronómica aventura he concluido que la señora Moraila no sólo es un personaje de valía, una dama en toda la extensión del término, sino también un elemento que a los que escriben historia no debe pasarles de noche, más si la cosa fuera por hacer un inventario de nuestra bendita comida de todos los días, pero también la de antaño, que por angas o por mangas ha dejado de ser popular, como las enchiladas del suelo, tan de Culiacán y tan olvidadas. Pero hay otros detalles que distinguen a la chef a que ahora me refiero: sencillez y generosidad, tan extraños en medio de tanto imbécil en busca de reflectores, tan marcados en tiempos de egoísmo e individualismo. Desconozco cómo vengan los días, ignoro definitivamente cómo se pinte el panorama de nuestras vidas, porque nadie es mago para conocer el futuro. Por supuesto que no hay que dejar de mirar hacia el horizonte, porque sin el sueño no existirían mejores mañanas, ni para el hombre ni para la sociedad. Y observando esa rayita, que sólo aparece cuando te le quedas viendo a los deseos, imagino una magnífica publicación con Delia Moraila y su universo de recetas de la gastronomía sinaloense, imagino un libro que pudiese ir acompañado con un disco de videos, no tanto para impresionar, sino más bien para hacer conciencia de que somos los que comemos, de que la personalidad de Sinaloa también está tejida por su cocina, y no sólo por las luchas revolucionarias y el córrele porque te pego de cada gobierno que ha pasado por aquí. Pero sobre cualquier cosa, para agregar más méritos para que nuestros guisos y nuestros condimentos formen parte del patrimonio cultural de la tierra de los once ríos. Y punto. Comentarios: expresionesdelaciudad@hotmail.com