Defendió los archivos hasta el último de sus días, logrando la construcción del Palacio de la Memoria, ahora un tanto ‘desolado’.
Adrián García Cortés murió hace dos años y con ello se llevó la defensa de los archivos históricos. Nadie como él, a excepción de Gilberto López Alanís, se había caracterizado por hacer hasta lo imposible para conservar el pasado, un pasado que generalmente se ha ido cayendo a pedazos.
Periodista, cronista y crítico férreo del actuar de las autoridades, en las últimas semanas ha sido traído a la discusión porque no ha habido quién ocupe su lugar de manera oficial, en el Palacio de la Memoria, un edificio por el que mucho luchó en vida.
Recuerdo que hace más de 15 años tenía que conformarse con pequeños espacios movidos de un lugar a otro; por la Calle Teófilo Noris, justo enfrente de la Galería de Arte Frida Kahlo; por la calle Aguilar Barraza, por la Juárez y finalmente en la Colonia Guadalupe.
A raíz de su insistencia en cada administración –y después de 17 años de gestión– logró que se construyera un edificio digno, a un costado del parque Ernesto Millán Escalante (popular como parque Culiacán 87) que poco le tocó disfrutar.
Cuando este lugar fue inaugurado en su primera etapa en 2013, dejó al frente a Jaime Félix Pico. Nada fue igual. El espacio arquitectónico de 2 plantas se quedó sin su padre putativo, pero también con una operación que últimamente ha sido cuestionada en el gremio de los cronistas.
No se puede negar que ahí se conservan adecuadamente actas de cabildo que datan desde 1872, se dispone de computadoras, un área infantil, pero una biblioteca pública que deja mucho que desear, principalmente por la desactualización de su acervo y la soledad que ahí se vive.
Además, un edificio que no costó no pocos millones de pesos, ya presenta desperfectos por falta de mantenimiento en su interior, sobre todo el techo. Existe además una cierta nostalgia por aquellos tantos libros que García Cortés impulsó, cuya línea editorial no ha seguido: la Colección Dixit, fundamental para los hacedores de historia, permitió conocer gran parte del acontecer en la ciudad.
Entre algunos de ellos se cuentan “La Plazuela Rosales: su historia y entorno: personajes y anécdotas”; “Visión diurna de un Culiacán que se fue”, de Herberto Sinagawa; “Culiacán 450, crónicas y relatos”, de María Teresa Zazueta; “La Candelaria, fiesta popular de Quilá”, de Francisco Martínez; “Origen y ocaso del Ingenio Rosales”, de Benjamín Luna; y muchos otros más.
A estas alturas es innegable que la ausencia del cronista es notoria. Existen muchos temas todavía que rescatar en una ciudad donde la edición de libros históricos no es la constante y la ausencia de espacios de este tipo también.
Mucho se ha pedido la apertura de bibliotecas; pero cuando se abren, están al desamparo, lo mismo que ha sucedido con la ubicada en el kiosco de Catedral, lo que lleva a recordar aquella frase que García Cortés acuñó de José López Portillo: “Defenderé los archivos como perro, aunque muera de rabia”.
Esto lo dijo una y otra vez, y en realidad eso nos hace pensar que si siguiera con vida, la historia fuera otra.