«120 kilómetros avanzaron ayer las tropas alemanas en Rusia»… «También en el mar dominan los nazis»… «Victoria alemana en el lago Ilmenhort»… «Manifiesta inferioridad de la aviación inglesa frente a la alemana»…
Por titulares como esos el gobierno mexicano ordenó el cierre del periódico La Opinión, en Culiacán, en 1942, durante los primeros años de la II Guerra Mundial.
Su dueño, don Amado A. Zazueta, era partidario de la verdad al precio que fuera, y al dar noticias de la guerra no se atuvo solo a lo que enviaban las agencias de noticias norteamericanas sino que buscó además la otra cara, para ofrecer una versión más general sobre los avances de la guerra.
Para ello se valió de un potente radio para captar lo que informaban Radio Berlín y «La Rosa de Tokio».
2. PASIÓN POR LA VERDAD
Como siempre, las descalificaciones contra el mensajero: se acusó a don Amado de ser nazista y pro alemán. Se llegó a decir que era amigo personal del Fuhrer y que recibía subsidios del gobierno nazi, del cual era además espía.
El gobierno de Estados Unidos puso a este humilde diario de la provincia mexicana en la lista negra, y presionó al gobierno mexicano para que, a como diera lugar, fuera cerrado.
Pero la verdad, solo la verdad, era la línea del diarismo de don Amado Zazueta. Y con esa consigna había ya incomodado acremente a un presidente de la República, hizo caer a un gobernador y puso en la picota a políticos y funcionarios deshonestos durante 18 años.
3. ENFRENTADO A ELÍAS CALLES
Propietario de una imprenta que años antes le había rentado a un señor Gama, de Jalisco, para apoyar con un impreso la candidatura de Ángel Flores a la gubernatura, en 1924 don Amado decidió editar un periódico propio.
La Opinión se distinguió por su postura popular y crítica, a diferencia de otros diarios alineados al gobierno en turno.
En su planta de reporteros tenía a plumas hoy legendarias como Luis G. Rico, Roberto Leyva, Pilar Ángel Zazueta, y uno de nombre kilométrico, José Luis Pérez de la Rosa y Mena de la Fontana.
En 1929 apoyó el movimiento Renovador, que pretendía tumbar al presidente comecuras Plutarco Elías Calles, y que presidía el general sinaloense José Gonzalo Escobar. Eran tiempos en que no se jugaba con los políticos. Morías de gratis por un ideal.
Pronto la imprenta fue confiscada por el ejército y don Amado tuvo que exiliarse en Estados Unidos. Los reporteros huyeron a Sonora, a esperar que las aguas bajaran de nivel.
4. «LOS QUE VAN A MORIR TE SALUDAN»
José Luis Pérez de la Rosa y Mena de la Fontana (así se hacía firmar, para desventura de los tipógrafos), estaba en Ciudad Obregón, trabajando y, para su mala suerte, allá fue detenido por los esbirros de Elías Calles.
Lo llevaron ante el Turco, que echaba «lumbre por los ojos y con los pelos de la cabeza como antenas» (cuenta don Herberto Sinagawa).
—A ver tú, léeme lo que dice ese periódico- le dijo el jefe máximo.
Lívido y tembloroso, José Luis Pérez de la Rosa y Mena de la Fontana leyó la cabeza principal de La Opinión antes de ser confiscado:
«Dictador, los que van a morir te saludan» – y luego la nota respectiva.
—Óigame, ¿cuánto tiempo tiene de periodista?
—Seis años, señor- dijo el periodista, dándose ya por muerto.
Para su suerte, el general le dio la espalda y en tono de voz ya más tranquilo, dijo:
—Con razón es usted tan pendejo.
Y lo dejó ir sin más.
Tiempo después, el presidente Emilio Portes Gil devolvió la imprenta a don Amado, quien regresó del exilio, y La Opinión volvió a opinar.
5. «¡EL GOBERNADOR ES JOTO!»
Pero no perdió su esencia. En 1934, La Opinión -que a la hora de opinar no se chupaba el dedo- se lanzó contra el gobernador Manuel Páez, de filiación callista, quien en represalia boicoteó a la empresa, cancelando la poca publicidad oficial y presionando a anunciantes y suscriptores para que no se suscribieran ni anunciaran allí.
Fue entonces que la sociedad acudió en su apoyo, no solo con sus mensajes de aliento sino aumentando el número de lectores, de anunciantes y de suscriptores.
Incluso hubo anunciantes que, presionados por el gobernador, le pedían: «No me pongas el anuncio, pero mándame el recibo», para seguir apoyando al diario aunque no les publicara nada.
«Y dile a Mauro Páez que no grite tanto al pasar por mi casa», le pidieron algunos suscriptores.
Y es que el voceador del diario, Mauro Páez (nada que ver con el gobernador) era un bárbaro para exagerar las noticias:
— ¡Vean lo que dice el periódico! ¡Que el señor gobernador es joto!
Por menos que ese tipo de infundios fue a parar el voceador varias veces al bote
Al final, cayó don Manuel Páez, La Opinión ganó la batalla y su prestigio se fue a los cielos.
6. LAS DOS VISIONES
Pero la perdió contra los aliados, al estallar la guerra mundial.
Sinagawa, en su «Sinaloa, historia y destino», lo pinta como un pro nazi, afiliado al nazismo, pero yo prefiero quedarme con la versión de su yerno Pilar Ángel Zazueta, en entrevista con el maestro Enrique Ruiz Alba para la revista Presagio:
«Don Amado no hizo sino publicar lo que hasta esos momentos era la verdad» […], «no podía cambiar el rumbo de la historia ni inventar triunfos aliados que aún no llegaban, no obstante lo cual se le condenó prematuramente».
Fue esa posición ante la verdad a toda costa lo que le valió que lo etiquetaran de nazista, de recibir dinero del Eje así como informes secretos.
7. LA ACOMETIDA DE GOBERNACIÓN
Lo real fue que, para estar al día respecto a la guerra, Pilar Ángel y Amado Zazueta Villa —hijo de don Amado—, escuchaban a diario Radio Berlín y «La Rosa de Tokio», donde transmitían las últimas noticias en español. Cualquiera que tuviera un buen aparato de radio podía acceder a esa información y lo que ellos hacían era reproducirla.
Con la presión del gobierno de Estados Unidos, el de México hizo todo para acallarlo: Le cerraron el acceso a papel y tinta (hasta el gobierno de Carlos Salinas, el gobierno tuvo el monopolio sobre el papel periódico, como un arma para hormar a medios incómodos).
Por un tiempo, La Opinión consiguió los insumos con los periódicos El Correo de la Tarde y El Demócrata Sinaloense, de Mazatlán, y su rival El Regional, de Culiacán, que se los prestaban por debajo del agua –como se ha usado siempre entre los diarios, arrieros que somos-.
8. UN CIERRE «A COMO DIERA LUGAR»
Y las noticias sobre la guerra no pararon, y la escalada subió de tono: a las amenazas contra el director y el personal, se sumó un atentado contra la imprenta, aunado a una «misteriosa» demanda laboral por los empleados que se vieron sin trabajo y que fue atendida de inmediato por el gobierno, obligando a la empresa a indemnizar, no a recontratar a los empleados.
Don Amado no pudo asumir ese gasto que, sumado a los daños de la imprenta, le hicieron inviable continuar.
Fue entonces que el gobierno estatal de Rodolfo T. Loaiza intervino para acomodar a varios trabajadores en su taller gráfico para editar un periódico llamado El Heraldo, para lo cual rentó el equipo de La Opinión por 150 pesos mensuales que nunca pagó. O sea, todo un complot para cortarle las alas al diario rebelde.
—Yo no tengo nada contra La Opinión —le mandó decir Loaiza a don Amado—, pero mire esto.
Y le dio a leer a Pilar Ángel un oficio de Gobernación ordenando el cierre del periódico «a como dé lugar».
Así fue acallado en 1942 aquel periódico libre que se editó en Culiacán y que llenó toda una época con ese tipo de periodismo del que podemos no estar de acuerdo pero que defenderíamos con todo, sobre todo en tiempos como estos, cuando pensar diferente vuelve a ser motivo de persecuciones.