“Produce una embriaguez que tiene alguna analogía con la que ocasionan los licores alcohólicos. Generalmente se experimenta una gran tendencia a reír aun por los más insignificantes motivos; ninguna sensación dolorosa y sí un bienestar indefinible; un sueño lleno de las más agradables ilusiones. Cuando la dosis es considerable, se observa constantemente la dilatación de la pupila y la catalepsia perfectamente caracterizada.”
Eso se decía sobre la marihuana en el México de mediados del siglo XIX.
Su presencia fue diversa. En San Luis Potosí, por 1853, un cabo amonestó a un soldado que fumaba marihuana. Bajo el influjo de esta yerba, el soldado mató al cabo. Un año más tarde, en la cárcel de La Acordada de la ciudad de México, una mujer se envenenó al “consumir una planta llamada mariguana”. Para 1855, en Guanajuato, los ocupantes de coches de sitio y tranvías se ahogaban con el humo de tabaco y mariguana que se acumulaba.
Por otra parte, para la exposición internacional de París de 1855, desde Querétaro se enviaron plantas de “Rosamaría o Mariguana”, en calidad de vegetales medicinales con propiedades narcóticas. Algo similar se remitió a la Exposición Internacional de Filadelfia de 1876.
Para 1857 se comentaba la “proclividad de los indígenas por el consumo de esa yerba llamada mariguana, cuando están iniciados en la existencia de los ídolos”.
En 1860, tras un combate entre conservadores y liberales en Guadalajara, se afirmaba: “Tal vez el olor a pólvora y el humo de la mariguana que fumaban les hizo ver visiones”.
A fines de 1867, desde la serranía duranguense se enviaron mercancias a Mazatlán. Unos arrieros trasladaron 13 mil 200 perones, cacahuate, queso de tuna y marihuana. Se vendían en plena calle, a lomo de bestias de carga. Lo dificil fue vender los perones.
Su venta era legal. A mediados de 1869, en el Portal de Mercaderes de la capital del país, mujeres indígenas vendían mariguana: injustamente, se les apresó por 15 días.
En 1873, su intenso consumo inspiraba:
Por estos tiempos el kilo de marihuana se vendía a 50 centavos.
En 1875 se decía: para mejor efecto, al pulque se le añadía marihuana; eso provocaba cantar:
Entre militares era consumo habitual. Para 1878, a soldados de Chilpancingo, trastornaba su juicio y producía en su cerebro “la locura de no querer servir al país”. Dos años después, en la cárcel de Guadalajara, al jefe de custodios se le “subía” la marihuana: golpeaba presos y enamoraba a sus mujeres. En 1881, en Oaxaca, un soldado “embriagado con mariguana” se disparó un tiro: “entró debajo de la barba y salió cerca del oído”.
Ese año, en la lista de productos agrícolas sonorenses, figuraba la marihuana como hierba medicinal afrodisíaca. Tal vez por eso, procedente de La Habana, arribó a Veracruz “un saquito de mariguana” destinado a la negociación Zaldo Hermanos y Cía.
Ya que, en eso de la vendimia, en 1882, un celador de la Penitenciaria de Guadalajara incautaba “todos los días una cantidad considerable de mariguana” … para venderla de nuevo entre los más de 800 reclusos “para luego recogerla de nuevo” … Jugoso negocio.
Pero se vinieron restricciones y prohibiciones. Desde 1871, en Guanajuato se restringió la venta de marihuana solamente en boticas. Y, para julio de 1882, el gobernador de Oaxaca decretó: “Se prohíbe la venta de la planta Rosa María, conocida con el nombre vulgar de mariguana”.
Pero, ¿qué se decía de fumar esta planta?:
“La embriaguez que produce se manifiesta por medio de un calor general que invade todo el cuerpo; las ideas se concentran, y parece que entre el individuo y el mundo exterior se encuentra un nuevo universo. El rostro se forma lívido, la mirada es vaga e indecisa, se siente que diáfanas y vaporosas alas lo llevan deliciosamente al infinito.
“Después surge la perturbación intelectual y un periodo de risa estrepitosa y descompuesta que degenera en convulsiones horribles. Este periodo acompañado de gran excitación muscular, se va extinguiendo poco a poco para ceder su lugar al éxtasis, en que la imaginación vaga desbordada por regiones fantásticas llenas de voluptuosas imágenes. En seguida sueño tranquilo y reparador.”
Se consumía pese a sus consecuencias. Iniciaba 1884: por el barrio de Las Tenerías de Monterrey un soldado ebrio, “más que por alcohol por el consumo de mariguana…poseído de un atroz delirio”, mató su caballo y asesinó a un zapatero que pasaba por el lugar. Meses después, en la plazuela de Loreto, de la ciudad de México, un soldado atacó a un capitán; el “abuso” en el consumo de mariguana, le produjo “una especie de locura”.
En contraparte, en esas mismas fechas se publicitaban los “Cigarros Indios”, muy efectivos para combatir el asma, pues contenían cannabis indica.
Otra cara se mostraba un año más tarde, en el poblado de Pueblo Viejo (Veracruz) cercano a Tampico: la curandera y espiritista Jacinta García esparcía copal y mariguana, trastornando “el cerebro de los asistentes que encerraba para sus sesiones de fanatismo”.
La condena y castigo se hizo presente. Principiaba 1885: en la metropolí mexicana se apresó a Filomeno Sánchez por dar de beber a Julia González una pócima con marihuana, “cuya bebida le causó el extravio de la razón”. Al año siguiente, en Guanajuato, se detuvo a una mujer que “vendia la peligrosa yerba conocida como mariguana.”
Su consumo se asociaba a fatalidades. A inicios de 1887, en Cadereita (Nuevo León), un cabo “embriagado de mariguana”, “cazaba” soldados; el saldo: 4 muertos y varios heridos. En la capital del país, en octubre de ese año, la prisión de Santiago se bañó de sangre. Un preso que dormía fue atacado por otro recluso “trastornado por los efectos de la mariguana”. Recibió cuatro puñaladas, pero pudo defenderse. Ambos murieron. Poco antes, en Zacatecas, tras fumar marihuana, un individuo se sintió “aburrido de la vida” y se quitó la vida.
En fin, los sucesos son muchos… Luego les platico sobre obras dramáticas subtituladas “Por un cigarro” … Ya se imaginan de qué…Y de otros mitotes distantes de la decencia de esos tiempos, derivados de tan “cautivadora” planta.