El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
allá donde el estómago se origina, se enciende.
Miguel Hernández
En 1878, una terrible sequía afectó al noroeste de México: provocó gran escasez y carestía en productos de consumo básico. Sinaloa lo padeció a su manera: la falta de maíz era casi absoluta, la harina escaseaba y subía de precio todos los días, el trabajo se esfumó, el comercio sufrió grandes estragos…todo porque no hay agua.
Esta situación se agravó porque comerciantes sin escrúpulos incrementaban arbitrariamente los precios. Los pobladores se arremolinaban frente a las tiendas. En la Villa de Sinaloa, el Prefecto se ocultó ante la iracunda irrupción de numerosos pobladores que se presentaron en la Prefectura solicitando el almud de maíz a cuatro reales. ¡¡Llegó a ofertarse hasta en catorce!!
Para abril, en el norte de la entidad “habían muerto tres o cuatro desgraciados que no han conseguido un plato de maíz en 5 días”. Lo mismo en Rosario que en Culiacán los precios se elevaban desmesuradamente. En mayo, los especuladores ofertaban mercancías al doble de su precio habitual; tres meses más tarde, se afirmaba: “¡¡Por los estribos de Cristo!! la semana pasada volvieron a subir los artículos de primera necesidad en el mercado y siguen subiendo”.
Solo las minas daban trabajo, pero cientos y miles padecían desempleo. Desesperados, muchos jornaleros ofrecían laborar gratis un día, para que se les contratara por el resto de la semana…trabajadores que rogaban…suplicaban empleo.
La desolación se filtraba hasta sitios recónditos y tomaba tintes dramáticos: en plena hambruna “animales volátiles vienen encima de la gente buscando migajas o algo que comer, cuando el campo no les proporciona sustento, el instinto los hace domesticarse”.
Se permitió la importación de arroz, harina y maíz libre de derechos por la Aduana de Mazatlán. La Junta de Beneficencia lo repartiría gratuitamente entre los pobres. Pero los beneficios tardaron en llegar. Las carencias continuaron por el resto del año, al menos hasta octubre cuando se colectaron varias cosechas. Pese a este paliativo, el hambre no aminoraba.
Pero estas carencias no afectaban a todos los mazatlecos. A principios de mayo, mientras que en humildes hogares se padecía hambre, en la Mansión de Joaquín Redo se congregaba lo más selecto de la Colonia Alemana en una suntuosa fiesta donde el champagne fluía a raudales. Lo mismo hacían las elites económicas y políticas de Culiacan, al celebrar el 5 de mayo con un glamuroso baile. Para junio, prominentes personajes anunciaban que Mazatlán tendría un faro que costaría 3,500 pesos.
En contraste, los clamores continuaban: “Señor gobernador, señores diputados, todos los de Culiacán, muévanse por Dios y hagan algo por la salvación de un pueblo, cuya sangre estáis chupando”
“El hambre es caliente y aumenta el fuego de los que la sufren”. En septiembre, la carestía y la escasez de maíz provocó que en Culiacán “casi todos los pobres” quisieran forzar las puertas de las casas de los ricos. El motín de hambre era imponente, por las calles solamente se escuchaban los gritos y los hachazos de la turba desesperada…los dueños de las casas de empeño eran buscados con ahínco…huyeron despavoridos, llevándose sus morrales. La fuerza pública no se atrevió a intervenir. Cuando la multitud apaciguó sus ánimos, los comerciantes más pudientes formaron una Junta de Beneficencia y aportaron fuertes sumas de dinero para socorrer a los humildes…Con eso ¿Alcanzarían el perdón y la Gloria?
Lo sucedido en 1878 no fue una competencia post-apocalíptica… fueron otros “juegos” del hambre.