Fue en un callejón

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  • En el sur de Sinaloa existe un lugar -como muchos otros en el estado- que clama por su rescate, para dar paso a la historia viva y al esplendor de la leyenda.

Era la una de la mañana del lunes 19 de agosto de 1839, en la población minera de El Rosario, ubicada en el sur de Sinaloa. Hipólito Jurado, sargento de la Comandancia Militar establecida en este lugar, transitaba por uno de sus callejones. Sorpresivamente, Nicolás Ortiz, acompañado de seis hombres, le salieron al paso. Sin mediar palabra, Ortiz se le abalanzó por la espalda tirándole embestidas de muerte con un verduguillo (arma prohibida en ese tiempo), pero evadió los ataques. Asimismo, la media docena de acompañantes de Ortiz entraron en escena y le lanzaron toda tupida descarga de pedradas…el ataque era inclemente. Hipólito no lo pensó mucho y puso pies en polvorosa, alejándose precipitada y velozmente. Ante tales sucesos, la Comandancia entró en acción. Un pequeño contingente militar fue tras los agresores… Cerca de la casa de Jurado localizaron a Ortiz. El agredido salió de su hogar y denunció al agresor en su cara, quien no negó su acción, y no sólo eso hasta le lanzó una andanada de insultos. Ortiz fue apresado y su caso turnado a las autoridades militares para que se le dictara el castigo correspondiente.

Este suceso no era común, pero sí eran altercados hasta cierto punto recurrentes en el puerto mazatleco y su arteria de caminos rurales y sus poblaciones periféricas… Entonces, ¿qué tiene de extraordinario para que se resalte en este pequeño texto?

Vayamos a un detalle singular… El lugar de la agresión, el escenario del intento de crimen.

Un callejón es un paso estrecho, regularmente corto, entre paredes, casas o elevaciones del terreno. Tienen una existencia antiquísima. En la época medieval, eran frecuentes en las ciudades europeas e incluso constituían una especie de red para circular por el centro de las localidades. Los callejones también eran indispensables en los barrios árabes conocidos como “medinas”. Durante el periodo colonial, en tierras americanas, muchas urbanizaciones tenían callejones para facilitar el traslado de personas.

Eran -y son- rutas o caminos no regulares, hasta impredecibles, muchas veces rodeadas de curiosidad, misterio y con cargas simbólicas.

En la ciudad de Cuernavaca existe El Callejón del Diablo.

En México, los callejones emblemáticos y misteriosos abundan: el Callejón del Aguacate en Coyoacán, con su leyenda del lamento de un niño asesinado. El Callejón del Monstruo en la misma ciudad de México -recreado por Juan de Dios Peza fines del siglo XIX- con su narrativa del patriota independentista de rostro deforme y apariencia atroz. En Cuernavaca, el Callejón del Diablo, por donde se cree que fue perseguido Hernán Cortés. Son lugares que como escribiera José Martí:

“en el negro callejón
donde en tinieblas paseo,
alzo los ojos, y veo…..”

Pero otras de esas callejuelas cuentan historias de amor, drama y tragedia. Juan de Dios Peza recrea el sitio y momento del beso de una pareja que, pese a su amor, se separaba y cómo, al unir sus labios, el joven se suicidó con una daga.

si ésta que narro a mi lector extraña,
sepa que a la mansión de tal suceso,
llama la gente: “El Callejón del Beso”.

Y qué decir de Guanajuato y su famoso Callejón del Beso, con la leyenda del amor romántico y trágico de Ana y Carlos. Junto a la creencia de que si se visita este lugar en pareja y no se dan un beso en el tercer escalón, tendrán siete años de mala suerte.

Tradicional Callejón del Beso, en el estado de Guanajuato.

Pero, el callejón donde atentaron contra la vida de Hipólito Jurado, ¿qué tiene que ver con todo eso?

La respuesta es simple: su nombre: El Callejón del Amor.

Si la ciudad de Guanajuato tiene el suyo, El Rosario también lo tuvo, aunque esa estrecha callejuela romantizada haya pasado al anonimato, al olvido y se haya cubierto con el polvo y los escombros del tiempo. En ese callejón, bautizado desde tiempos muy antiguos con tan singular nombre, el sargento Jurado no encontró apapachos ni los besos de una dama, pero otras rosarenses seguramente se llenaron de caricias, arrumacos y suspiros al transitar muy unidos por esas estrecheces.

Sinaloenses, rosarenses: ¡ayuden a localizar… a rescatar “El Callejón del Amor” en El Rosario!, para que vuelva a rociarse con ese bálsamo embriagador. Que ese lugar no siga convertido en un “callejón sin salida” y se le de cauce al deleite, la nostalgia y a la historia.

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