Mi curiosidad se aviva cuando vuelvo a mis andadas de rastrear tiempos y personajes pretéritos no tan vistosos o comunes. Esto se vuelve grato cuando “aparecen” protagonistas casi anónimos o de medianía, pero con adherencia en la vida y cultura sinaloense.
Para la séptima década del siglo XIX, el germano Jorge Augusto Wilhelmy estaba radicado en Mazatlán. Se desempeñó como funcionario federal. Con su pareja sentimental (Paula Gutiérrez), ya había procreado varios hijos, antes de su matrimonio católico de septiembre de 1880. Sus hijos Jorge A., María Flora y Adolfo Mateo (nacido en 1884), optaron por actividades artísticas.
Para los 90s, Jorge, el hijo mayor era barítono. El pequeño Adolfo, cumplidos los 5 años ya actuaba como tenor cómico infantil (bajo el nombre artístico de Armando Conti) en la Compañía Infantil Zarini y Conti, encabezada por el maestro Francisco Martínez Cabrera. Para 1896, Jorge A. cantaba “La Traviata” en el Teatro Rubio. Dos años más tarde, Flora codirigía la mencionada compañía infantil, la que se presentaba en el puerto sinaloense y después extendió su éxito por buena parte del noroeste. Para 1899, Jorge figuró en la lista de festejos del XLII aniversario de la Constitución de 1857 (organizado en Culiacán) como barítono en la ópera “Il Trovatore”. Por su parte, Paula, su madre, estaba involucrada en asuntos artísticos en Mazatlán.
Para 1902, producto de la peste que azotó Mazatlán, los hermanos radicaron temporalmente en El Rosario, donde dieron funciones artísticas. Para 1906, el joven artista Adolfo Wilhelmy capacitaba niñas y niños en obras de zarzuela que se exhibían en el Teatro Rubio; él mismo actuaba en dicho recinto como parte de una compañía artística. Después, Adolfo radicaría en Mexicali, dedicado al teatro y el periodismo.
En lo que corresponde a Jorge, aparte de cantante, las letras también fueron su pasión. Quiero quedarme con su vena romántica que plasmó en “Caprichos”, escrito a fines de febrero de 1898, desde el puerto de Mazatlán:
“La tarde expiraba… El rumor eterno del Pacífico, llegaba a mí con todo su tesoro de ignotas armonías. Mis ojos fijos en la inmensa llanura, contemplaban a lo lejos un bajel, que cual blanca gaviota se deslizaba blandamente sobre la rizada superficie del Océano. La brisa marina con sus monótonos rumores, cantaba a mi oído fantásticas barcarolas preñadas de nostálgicos recuerdos y fugaces esperanzas. ¿Qué tiempo duró mi alma en aquella mágica contemplación? No lo sé. Cuando volvía en mí y todavía bajo esa impresión arrobadora pasaste junto a mí gentil y hermosa …El viento de la tarde jugueteaba con tu blonda cabellera; tu frente tersa y límpida se erguía, y tu mirada soñadora se elevaba al cielo como en busca de sublimes ideales.
“Al contemplarte, un suspiro brotó de mi alma, sentí un voluptuoso estremecimiento y quedé fascinado con tu germánica belleza. Desde esa tarde, en mis sueños rosados, surges como mi blanca musa y me haces pensar en imposibles anhelos.”
Publicó varios poemas…en “Serenata” de nuevo aflora su romanticismo:
¡¡¡Lo que provocas Mazatlán!!!