Entre odio, discriminación y xenofobia: la vida de los primeros chinos en Sinaloa

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Derivada de las dos Guerras del Opio, desde mediados del siglo XIX se generó en China una oleada migratoria de trabajadores rumbo a los países occidentales y sus colonias. Abandonaron aldeas y poblados; atravesaron el Pacífico en busca de paliar su miseria. La mayoría llegó como mano de obra semiesclava en plantaciones, la minería, la construcción de ferrocarriles. Asimismo, fue creciente su inserción en el comercio local. Fueron considerados migrantes de baja categoría. Varios sectores locales les expresaron desden, xenofobia y discriminación.

En esas condiciones llegaron a Sinaloa. Para mediados de ese siglo, ya habitaban alrededor de una treintena de chinos en Mazatlán. Se desempeñaban como dependientes de comercio, cocineros o talabarteros.

En años siguientes su presencia fue en ascenso; proceso nada terso. A fines de marzo de 1886, ante el posible arribo de un vapor que trasportaba chinos, un gran contingente de mazatlecos se abalanzó al muelle y lanzaron ¡mueras!; desengañados porque no era el barco y el pasaje indeseado, se apedreó la casa del agente de inmigración y se asaltó el restaurant de Achao, ubicado en la calle del “Carnaval”. El oriental recibió una pedrada en el muslo y le rompieron, aparte de la chapa,  botellas de cognac, jerez, tinto, mezcal y otros objetos.

En general, sobre los chinos prevalecía una imagen esterotipada, como seres perversos, amorales, degradado por terribles enfermedades y alejados de los valores del progreso y  modernidad occidental.

Una de sus diferencias era su cultura y mundo de creencias. Por ejemplo, en una casa habitada por chinos y ubicada en la calle Porfirio Díaz (frente al Mesón La Colorada) funciona una especie de adoratorio con una imagen de Confucio, a quien continuamente le prendían “triques”. También fumaban opio y convivían, tanto que en noviembre de 1906,  los reunidos se gritaron e intercambiaron golpes, lo que causó extrañeza en el vecindario porque “entre los asiáticos se registran muy pocos escándalos y mucho menos riñas.” Se les detuvo y pasaron 12 días de arresto.

Pero, había muchos orientales que estaban de paso en Sinaloa. En Mazatlán, primeramente, los botes que los traían al muelle intentaban cobrarles una cantidad exagerada ya que no había tarifas fijas, las que los celestes se negaban a pagar. Asimismo, al momento de llegar al puerto, eran bañados, sus equipajes desinfectados y se ponían en cuarentena en el Lazareto, si estaban sanos salían en unos días, no sin antes cubrir sus alimentos.

El punto de destino de muchos era la Compañía del Boleo, las minas de Cananea y la construcción del ferrocarril Guaymas-Guadalajara. Obvio, no iban a un lugar paradisiaco. En septiembre de 1907, a 180 chinos que arribaron a Culiacán en transito a Sonora para emplearse en el ferrocarril les prometieron 1.75 diarios, comida y alojamiento, pero al llegar los dejaron a la intemperie, les fijaron el sueldo en solo 1.50,  les descontaron 75 cvs. por alimentos y 50 cvs. por el servicio médico. Aparte les retenían diez días de sueldo como depósito para que no abandonaran su trabajo. Y, si lo hacían optaban eran perseguidos por la policía de la empresa. Aún así, estos empresarios estimaban que “los coletudos” no dejaban de trabajar ni un solo día y eran muy cumplidos, por eso eran preferidos sobre los mexicanos; asimismo, eran “los únicos que tal vez podrán sufrir sin protestar las vejaciones”. Las mismas autoridades de Mazatlán afirmaban: “los chinos son muy dóciles”.

Quizá por eso los amantes de lo ajeno los “agarraron de bajada”. Entre septiembre de 1906 y  diciembre de 1907 se denunciaron  4 robos a sus comercios 3 tentativas de robo, afectando a negocios como “Puerta del Sol”, “Ciudad de Pekín”, entre otros. Sin contar que otros más no daban parte a la policía porque los ignoraban y “jamás dan con los rateros”.

Uno de los afectados fue el joven comerciante chino Francisco Bon, dueño de una tienda de abarrotes situada entre Duranguito y Camichin, frente al Mesón Las Tres Luces. Lo despojaron de 480 pesos. Bon tenia 5 años de establecido en el puerto como dependiente, pero debido a su constancia dos años después abrió una tienda por su cuenta.

Con todo y eso, gran número de comerciantes en pequeño de Mazatlán se quejaban amargamente de la falta de ventas y que los chinos eran los propietarios de la mayor parte de los comercios al menudeo y dentro de poco serían “los únicos”. Eso se atribuía a que “son constantes y saben tratar a los compradores”.

Murió el porfiriato, llegó la Revolución y el panorama en Mazatlán era el mismo en esta materia. Pese a que se formó una Sociedad de Comerciantes al Menudeo para combatir al comercio chino, Para 1913,  “No hay esquina de la ciudad en los barrios apartados que no esté copada por abarrotes chinos. Su éxito era “porque vende, barato”; así que mientras “los nacionales lían los petates y hacen rumbo en pos de nuevos horizontes…la tenacidad, constancia en el trabajo, hábito del ahorro y otras características de la raza asiática, fueron más contundentes”. Llegaron para quedarse.

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