El 19 de abril de 1771 llegó a Jacobo (en la provincia de Copala, en aquel tiempo), un indio de aspecto pobre, acompañado por tres hombres y una mujer. Se hizo llamar rey de los indios, con el nombre de José Carlos Quinto, hijo del gobernador [indígena] de Tlaxcala.
De inmediato ordenó al gobernador indio del lugar, Joseph Samora, que reuniera a la gente del pueblo, al capitán y a los soldados para verlos.
Joseph de la Serna, que era maestro del lugar, criollo, describió al tal rey como “un indio alobado, ladino” que portaba un bastón de palo de ébano del cual colgaba un listón azul.
Joseph Carlos Rubalcaba -nombre del supuesto rey- lo nombró “escribano real” y le ordenó que “ya no se contemplara como español, sino como indio” y que considerara a estos como hermanos. Le prohibió además “visitar a personas de razón ni compadre ni amigo, [so] pena de la vida”.
Luego le ordenó escribirle una carta para los pobladores de San Juan (en San Ignacio) donde decía: “Manda el rey de los cielos y de la tierra por su real corona que para el día domingo que se contó 21 del corriente salgan a recibir a su rey, don Joseph Carlos Quinto”.
2. SGM JOSEPH CARLOS QUINTO
Solicitó un correo para que llevara el mensaje pero nadie quiso ir, por lo que les amenazó, diciendo que debían obedecer a su gobernante pues nada le costaría mandarlos matar a su regreso.
El indio Domingo Alberto aceptó llevar el mensaje.
Allí mismo ordenó a la gente de Jacobo que no obedecieran los mandatos para trabajar en las minas, ni hicieran tratos con españoles ni “gente de razón”. También les encomendó fabricar arcos y flechas.
Revisó las escrituras de las tierras del pueblo, y las estuvo hojeando, pero el profesor De la Serna se dio cuenta de que no sabía leer porque las tenía al revés.
Luego pidió escolta, dinero y alimentos para ir a San Juan, Santa Apolonia, San Agustín y Ajoya. Ya antes habían estado en La Guásima y en Zavala.
Estos hechos los rescata la investigadora Iracema Enríquez Reyes en su libro “Un rey para los indígenas de Sinaloa, La sedición de Joseph Carlos Rubalcaba en la provincia de Copala (1771” (Edit. DIFOCUR, 1999, Culiacán). Copala abarcaba en aquel tiempo a Concordia, San Ignacio y Mazatlán).
3. LA DENUNCIA
En cuanto pudo, De la Serna denunció los hechos en San Ignacio. Esos años eran frecuentes los levantamientos en el noroeste, a raíz de las reformas borbónicas que despojaban a los indios de sus tierras y ordenaban la expulsión de los jesuitas, bajo cuyo manto se protegían las comunidades indígenas.
En Sinaloa, estaba fresco el levantamiento en Charay (El Fuerte) en 1769, aunque el descontento era general.
La denuncia de De la Serna motivó que varias personas de Jacobo fueran a declarar y, ante el temor de más rebeliones, el teniente Juan Elizalde reforzó la guardia y pidió refuerzos al batallón de pardos de Mazatlán.
El alcalde mayor don Joseph de Quevedo, en cuanto se enteró, ordenó perseguir a los involucrados e informó a sus superiores e incluso al virrey de Nueva España.
4. SU APREHENSIÓN
En Jacobo, los pobladores dieron de comer al rey y a su séquito, además de cuatro pesos en reales y tres cabalgaduras; se alojó en casa del gobernador indio del lugar, y hasta le montaron guardias mientras dormía, y al día siguiente un grupo lo acompañó a Santa Apolonia, donde le dieron tres pesos, y luego a San Juan, donde le dieron 14 reales y tres cabalgaduras a cambio.
Aquí pidió escolta para trasladarse a San Gerónimo de Ajoya, pero no alcanzó a llegar pues fue aprehendido entre El Palmarito y Acatitán, y fueron llevados a San Ignacio, donde rindieron la primera declaración.
Rubalcaba se decía hijo del gobernador de Tlaxcala, tendría como 30 años, y declararía después que el rey de España, después de coronarlo como rey de los indígenas, se arrepintió y lo embarcó en un navío que naufragó, pero él llegó a tierra, y se dirigió tierra adentro.
Dijo que venía de Santa Lucía, cerca de Tlaxcala donde hacía poco hubo una sublevación, y que había sido enviado al norte a anunciar su coronación, pero solo en Jacobo, San Juan y Santa Apolonia le creyeron.
5. SUS COMPAÑEROS
Lo acompañaban Juan Francisco García y su mujer Bernarda de Arenas; él era soldado, español y originario de Aguacatán, y ella de Zacatecas, y venían a Conitaca buscando a un tío suyo.
Encontraron a Rubalcaba en Buena Vista (más allá de Acaponeta), y les dijo que era comandante de los pueblos, por lo que podía cambiar cabalgaduras y obtener cuanto necesitara para el viaje, por lo que se le juntaron para viajar juntos.
Los otros dos acompañantes se le juntaron en Otatitán y eran de Maloya, en Rosario. Uno llamado Francisco Javier y el otro su tío Lucas Martín, quienes decidieron ayudarlo por hambre, para comer en el camino.
Tras el interrogatorio, el teniente de San Ignacio, don Juan Manuel Eseverri, hizo atar a Rubalcaba a la picota y darle públicamente 25 azotes, haciéndole gritar que era un embustero que los había engañado.
De ahí los envió a San Sebastián (hoy Concordia), a donde llegaron el 2 de mayo de 1771, y el alcalde don Joseph de Quevedo volvió a interrogarlos.
6. SUS DECLARACIONES
Les dijo que era de Michoacanejo, del partido de Teocaltiche; que salió de Santa Lucía el 23 de diciembre de 1770, por mandato de los gobernadores Francisco Hernández y un tal Esquivel, que lo comisionaron para convocar a los pueblos indígenas hasta Culiacán, para que hicieran armas, le mostraran sus títulos de propiedad y “compusieran sus casas reales”.
En Guadalajara, dijo, un indio llamado Francisco Antonio lo alcanzó para decirle de parte de Francisco Hernández, que se apurara porque había que coronar al hijo del gobernador de Tlaxcala como rey de los indígenas.
Fue allí cuando decidió emprender la aventura por su cuenta, y en Quiviquinta, Nayarit, se le “metió el diablo” e ideó hacerse pasar por rey.
7. LOS CARGOS
En San Ignacio se le acusó de siete cargos: Hacerse venerar como rey, convocar a hacer armas, decir que echaría a los españoles y otros.
A Francisco García lo acusaron de ser desleal al rey de España; de incitar a la rebelión, de perjurio y de hacer cómplice a su mujer de esos delitos.
A Francisco Javier y a Lucas les acusaron de infidelidad al rey, aunque estos siempre alegaron que se les juntaron solo para tener de comer.
El virrey ordenó trasladar a los reos a la ciudad de México y que se notificara a las autoridades de Tlaxcala y otros lugares para verificar lo declarado por Rubalcaba. Allí se supo que en Tlaxcala no había ningún Santa Lucía cercano a Tlaxcala ni ningún gobernador indio llamado Francisco Hernández, ni ningún cacique Esquivel.
(Después declararía que, en efecto, no conocía a nadie y que esos nombres los oyó a unos mineros, en un descanso junto al río Santiago, de que iban a coronar rey al hijo del gobernador de Tlaxcala).
8. EL LARGO VIAJE A LA CDMX
Cargados de grilletes, el 2 de septiembre de 1771 los reos fueron enviados de San Sebastián a la Ciudad de México. 20 hombres los custodiaban, pues el Marqués de Croix, virrey, ordenó la máxima seguridad.
El cabo Francisco de Osuna lo custodió hasta El Rosario en cuatro días de viaje. Desde allí, 400 hombres los custodiaron en su traslado, firmando de recibido la autoridad de cada pueblo.
Pasaron por 28 pueblos, desde Rosario a Acaponeta, y de ahí a Tepic, Tequila, Tonalá, Silao, Salamanca, Celaya, Querétaro, Tula y Cuautitlán.
Siete meses duró el viaje, cuatro de ellos en Tequila a causa de un incidente.
Y es que, en el camino a Amatitán, la procesión se detuvo porque el reo García denunció que Rubalcaba le había confiado que, de Cerro Gordo en adelante, los indios iban a rescatarlo al pasar por Tlaxcala.
Rubalcaba, a su vez, confirmó que los indios de Mexcaltitán le dieron cuatro pesos en limosna, pero que si le dijo a García que los iban a rescatar fue porque lo vio muy decaído. De todos modos, se reforzó la vigilancia y al fin, el 10 de abril de 1772 llegaron a la capital.
9. LA CONDENA
Tras un largo juicio, a mediados de 1773 se emitió sentencia. La defensa quiso hacer pasar por demente a Rubalcaba porque solo a un loco se le ocurre ocupar el trono sin tener armas.
Don Vicente de Herrero y Rivero, comisionado para llevar el caso, pidió 10 años de presidio en Veracruz para Rubalcaba; 10 para García en La Habana, y a su mujer dejarla en libertad tras “grave apercibimiento”, y a los otros dos, debido a los males que padecían, un año de cárcel.
Sin embargo, el nuevo virrey Antonio María de Bucareli tuvo la palabra final: Cuatro años de trabajos forzados en Veracruz para Rubalcaba y García, a ración y sin sueldo. Además, el destierro para Rubalcaba de la Nueva Galicia.
A Bernarda de Arenas le dieron su libertad pues el único delito que cometió fue seguir a su marido.
A Lucas Martín y a su sobrino Francisco Javier les dieron un año de cárcel, pero durante el juicio ya estaban muy enfermos debido a las malpasadas, y murieron en prisión casi en esos mismos días.