El MIGRANTE DE CULIACÁN 1913

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Con todo respeto  para el Sr. Donald Trump, para que conozca un poco mejor al pueblo mexicano.

José Arcadio Limón Traslaviña fue un revolucionario, su trayectoria de vida lo confirma; en ese tránsito vital, vivió la crudeza de dos guerras mundiales y el esplendor productivo de la última, como representante cultural de los Estados Unidos de Norteamérica en giras internacionales.

Su propuesta dancística aparte de ser un profundo trabajo de búsqueda expresiva, es resultado de una nación triunfadora, buscando alternativas para representar al cuerpo en movimiento; José Limón y su técnica rivalizan con la Danza Butoh de Tatsumi Hijikata (1928-1986) en concepciones paralelas de resultados estremecedores (La Jornada Semanal, N° 1101, del 10 de abril de 2016).

En sus apuntes biográficos José Arcadio Limón Traslaviña admitió haber nacido dos veces, primeramente en Culiacán, Sinaloa, México y por segunda vez en el espíritu de la danza, en N. York, USA. En la primera vida persistió por 20 años (1908-1928) y en la segunda 35 (1929-1972).

Aparte de otras facetas, José Limón busco su etnicidad, aspecto tratado por historiadores y críticos de la danza; en efecto sus coreografías sobre temas mexicanos confirman que tuvo preocupaciones al respecto, sin embargo en lo referente al impacto de su cuerpo y herencia genética creo que poco hemos avanzado.

Al aceptar la invitación del Mtro. Chávez, me pregunté, ¿Qué pudiera decir de José Limón desde la perspectiva local?, en eso estaba cuando me encontré una lectura matinal periodística, de investigadores alemanes que recientemente habían demostrado que la alimentación de los padres influye genéticamente en sus descendientes. En efecto en el Instituto de Genética Experimental (IEG), con sede en Munich, se llegó a la conclusión de que variantes genéticas pueden trasmitirse a las generaciones siguientes a través de los óvulos y los espermas, o sea, los cambios metabólicos pueden ser trasmitidos a los hijos según sean los patrones alimenticios de los padres. (La Jornada, 15 de marzo 2016, pág. 8).

2Esta nota científica me indujo a considerar, sobre cuál fue la alimentación de una familia urbana de la ciudad de Culiacán de principios del siglo XX, con ciertos medios económicos, nivel cultural y preparación para ejercer una actividad laboral, como fue el caso de la familia Limón Traslaviña donde el niño José Limón fincó su pertenencia genética.

En efecto, don Florencio Limón, músico profesional, docente y director de la Escuela Correccional del Estado; vecino de la calle del Comercio y después de la calle Gral. Antonio Rosales, dirigió la Banda de la Correccional junto con el profesor Ángel Viderique y Antonio Macías, este último como técnico musical. (Prontuario de Gobierno del año de 1908 y 1909, AHGS)

Las audiciones se celebraban en la “Plaza de Armas Constitución” a un costado de la actual Catedral de Nuestra Señora del Rosario y en la plazuela “Gral. Antonio Rosales”, frente el Colegio Civil “Rosales”, ante la algarabía de niños, jóvenes y personas de variada edad; seguramente su padre acompañaba a su joven madre Francisca Traslaviña de Limón muy temprano para hacer las compras de los alimentos necesarios al sustento cotidiano.

El mercado estaba situado unas cuadras más hacia el poniente, en la parte trasera de la Casa de Moneda,  precisamente ese mercado municipal que ya había entrado en conflictos por su posible traslado a otro lugar y del cual el Ing. Luis F. Molina tenía algún diseño y del cual se había hecho un empréstito mediante contrato por cien mil pesos entre el Ayuntamiento y el señor Francisco Andrade y Canto, en ese mercado.

¿Pero de qué se alimentaba los culiacanenses de ese tiempo? Según los patrones productivos del valle de Culiacán y cuenca de dos ríos que en corto trecho llegan de la sierra al mar, los alimentos en boga fueron: la carne de res y de cerdo, las aves en pollos y gallinas; el maíz y el frijol, en sus preparaciones de tortillas, tacos, quesadillas, etc., aparte de las  combinaciones en tamales. Las verduras con las huertas y hortalizas cerca de los ríos Humaya y Tamazula. No podían faltar las frutas de estación, como sandías, guayabas, mangos, pitayas, naranjas, litchies, y otras de carácter silvestre.

Lo más sofisticado en los productos de panaderías y los pasteles. Platillos como huevos rancheros o revueltos con machaca; el cocido o el caldillo, aparte del menudo y el pozole, combinados con los productos del mar, camarones, robalos, pulpos y las aguas frescas, sin faltar el tradicional tesguino y el tepache. Ni que decir de las mieles de abeja, o las de caña de azúcar, aparte de la leche y sus derivados en quesos, natas, panelas, jocoqui, requesones, etc. Todo esto con el acompañamiento de las bebidas espirituosas, como el mezcal, la cerveza, el tequila y otras más rusticas.

Patrones alimenticios alejados de la esfera industrial y más cercanos a los huertos y potreros familiares instalados incluso en los patios de las casas habitación. En ese Culiacán de José Limón,  de repente un hato de vacas obstruía la circulación de peatones por las calles y los reclamos de los vecinos por la instalación de chiqueros al fondo de los solares fueron continuos.

Por ello, cuando en 1908 José Limón vino al mundo en un barrio cerca del centro de Culiacán, en su composición genética traía lo que después le permitió desarrollar una dinámica corporal que sorprendió al medio dancístico de los Estados Unidos de Norteamérica y a toda Europa.

José Limón Traslaviña, no sólo nació en Culiacán, sino que de aquí se llevó el germen de su desarrollo psicogenético con el cual alcanzaría plenitud humana. El no pudo desprenderse de su rostro, extremidades y músculos, aparte del ansia libertaria de mirar el firmamento en la expresión dramática de la danza.

El mismo danzante en sus memorias hizo remembranza de la fuerza de su herencia genética, afirmando que Don Florencio (de 35 años) era alto, bastante guapo y distinguido, (viudo), de ascendencia francesa y española. Describe a doña Francisca, su madre, como una joven morena de 17 años que dio a luz a un niño que manifestó al nacer una enorme energía; un monstruo de energía, según testimonio de una de sus tías; ahí estaba la trasmisión genética de unos padres que seguramente se alimentaron excelentemente. Describe su desayuno de niño en casa de su abuela: “Nuestro desayuno consistía en toda clase de frutas tropicales, naranjas y plátanos, mangos y piñas, y unos deliciosos pescaditos salteados hasta que se doren y estén crujientes; huevos, maravillosas tortillas. Espumoso chocolate caliente y deliciosos panes dulces. (Memoria Inconclusa, 2009:9)

Su corta etapa de vida culiacanense pendiente de documentar, contó con la compañía de niños de filiación familiar como Gumersindo Amarillas, Encarnación Meleros, Mariano Urías, María Silvestre Benítez, Columba Benítez, Inés Angulo, Higinio López, Mariano Alfaro, Hilario López, Policarpo Salazar, Heladio Mariscales, Juan Lara, Alejandro Valdez, María Francisca Orrantia, Enrique Zazueta, Pedro Cañedo, Carmen Armenta, Juventino Olivas, Alejandra Zazueta, Rafael Meda y Osuna, Guadalupe Ochoa Sainz, Rosenda Delgado y muchos más de las rancherías aledañas, que visitaban la plaza de armas en compañía de sus padres para escuchar los conciertos que dirigió don Florencio.

Aparte me pregunto: ¿Admiró alguna vez desde pequeño hasta los seis años la danza del venado y el pascola en Culiacán o Cananea? De lo que si estoy seguro y lo cuenta maravillosamente es que  admiró otras danzas y bailó al compás de las audiciones de la orquesta que dirigió su padre, porque artista lo fue siempre.

De lo que sí estoy seguro es que este migrante sinaloense y mexicano, le aportó a la cultura de los Estados Unidos de Norteamérica lo mejor de sí mismo y fue su representante universal.

*Texto leído en la mesa redonda sobre José Limón en el XXX Festival “José Limón” en el Centro Centenario de las Artes de Culiacán, el 15 de abril de 2106

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