EL CALOR INFERNAL DE NAGASAKI

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En la historiografía sinaloense existen obras casi olvidadas, una de ellas es el libro «La campana de Nagasaki», del doctor Paul Takashi Nagai, impresa en la ciudad de Culiacán en 1952, específicamente  en los talleres de Editorial Sinaloa, S. A.

El libro, de 115 páginas, que entonces tuvo un precio de 10 pesos, contiene el relato de los estragos causados por la bomba atómica lanzada por el ejército norteamericano, el 9 de agosto de 1945, sobre el puerto de Nagasaki, en Japón.

libro (Small)

Los originales en el idioma japonés fueron enviados a Culiacán para que fueran procesados por el doctor José Seibei Okamura, quien los tradujo al español contando con el auxilio en la redacción final de Rafael Bátiz Paredes, Cliserio García Jiménez, Salvador Echavarría y  Román R. Millán.

Sabemos que al traducir un texto de un idioma a otro, se genera un aporte cultural que tiene connotaciones autorales, así que Seibei Okamura, al incorporar al español los apuntes de Takashi Nagai, hizo una contribución a la cultura mestiza de los sinaloenses, específicamente resaltando la influencia de la cultura japonesa en Sinaloa; y así, como no queriendo la cosa, afirmo que en la historia de las letras sinaloenses dicho aporte no está reconocido: José Seibei Okamura no aparece en el apartado de literatura del Diccionario de la Cultura Sinaloense, editado por Difocur en 2012.

Dr. José Sebei Okamura cuarto a la derecha (Small)Doctor José Sebei Okamura, cuarto a la derecha.

Sobre el contenido de la obra, el autor –con estudios en fisioterapia usando los rayos gama– fue atacado por Leucemia Medular Crónica; sin embargo, siguió con sus investigaciones y docencia. En esta condición recibió las radiaciones de la bomba atómica de plutonio que lo dejó inválido; y en su lecho de enfermo, se dedicó a la literatura escribiendo varias obras que sirvieron a la educación, por lo que fue reconocido por las autoridades sanitarias de su país.

«La campana de Nagasaki» se estructura al inicio con relatos de testigos que vieron y sintieron los estragos del estallido del 9 de agosto de 1945, sin que la crudeza del acontecimiento inhiba el relato.

La vida de Nagasaki fue bella un instante antes del fulgor intenso del estruendo; las ondulaciones destructivas avanzaron, testigos cercanos y lejanos relatan la intensidad de la explosión. La diversidad testimonial es interesante por la distancia del observador al  centro del estallido. Uno de los testigos, situado en una colina a lo lejos, observó aquella extraña manifestación atómica y siguió cuidando su rebaño; apenas se dio cuenta de la tragedia. Otros relatan el estallido como un flashazo que cambió sus vidas. Y cómo no, si 9 mil grados hicieron hervir el ambiente.

La Facultad de Medicina de la Universidad de Nagasaki desapareció con todos sus pabellones; profesores y alumnos murieron en un 80 por ciento. El autor Takashi se encontraba en el hospital de la Facultad cuando lo invadió una intensa luz y su cuerpo fue lanzado al aire, expuesto a los filosos vidrios que saltaron en añicos, cortando su cuerpo; al tratar levantarse, se dio cuenta que estaba enterrado en vida, por lo que gritó con desespero y una alumna vino a salvarlo.

La luz cegadora, acompañada con la violencia del estallido, acabó con el barrio donde se asentaba la Universidad y las instalaciones de la misma. El relato es estremecedor, crudo y realista. El autor nos presenta situaciones inverosímiles, cargadas del horror y la sorpresa de quienes vivieron aquel infierno. Ni los más estrictos y rudos  ensayos para prevenir y enfrentar un desastre, pudieron imaginar lo que se vivió ese día a partir de las 11 de la mañana.

Takashi hizo un enorme esfuerzo al relatar tal horror y el testimonio que nos llega, gracias a la tarea cumplida por el doctor José Seibei Okamura en Culiacán, merece una lectura comprensiva y emocionada. Destaco la posibilidad narrativa de combinar aspectos de la vida cotidiana con el horror trágico de los efectos infernales de la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki; sobrevivir con el cuerpo desgarrado, imponer un mínimo de orden en aquel caos, fue tender los finos hilos entre la vida y la  muerte. Mentes enloquecidas, cuerpos destrozados o quemados en medio de un silencio lleno de ayes de dolor; lluvia negra viscosa y radioactiva que anunciaba futuras tragedias; y en medio de todo, un hálito de vida para llegar hasta hoy y estremecernos.

30 ó 40 mil muertes en un instante, y un cúmulo de malformaciones y otras enfermedades por la radiación en generaciones posteriores, constataron las consecuencias. Por ello, el Dr. Takashi imploró por la paz en un aniversario más de aquella tragedia. Gracias a esta obra, lo entendemos en toda su  crudeza.

La sorpresa de Takashi –al comprobar al otro día que habían recibido el impacto de una bomba atómica– fue terrible, sobre todo para él que era un científico especializado en los efectos radioactivos sobre los seres vivientes. Conocedor de la problemática de la investigación nuclear de su tiempo, lo llevó a afirmar: «Al fin perfeccionaron estos estudios tan complicados. El triunfo de la ciencia, la derrota de nuestra patria, alegría de los físicos y tristeza de los japoneses». Un dolor nacionalista lo invadió y las connotaciones ideológicas se asoman en el texto.

Otro aspecto relevante que se advierte entre los sobrevivientes más instruidos en la perspectiva científica, es el saberse engañados sobre sus posibilidades de triunfar en esa guerra. La investigación sobre armas nucleares sirvió para vencer el orgullo japonés y el Manifiesto a la Nación Japonesa, lanzado por otro bombardero norteamericano en volantes de papel al otro día, fue una advertencia definitiva:

MANIFIESTO A LA NACIÓN JAPONESA

«Lean con atención lo que está escrito en este volante.

Los Estados Unidos de América han inventado la poderosa bomba atómica que ninguna otra nación pudo fabricar. Una sola bomba atómica equivale a las bombas pesadas que pudieron cargar 2,000 aviones B-29. Ustedes deben pensar concienzudamente esta terrible realidad. Nosotros garantizamos bajo palabra de honor que es verdad.

Usaremos esta terrible arma en el Japón propiamente dicho. Si ustedes dudan del efecto de esta bomba, investiguen que clase de estragos causó en Hiroshima.

Antes de destruir con esta arma terrible toda la producción bélica que hace prolongar esta guerra, deseamos que ustedes soliciten de S. M. el Emperador la pronta suspensión de la contienda. El Presidente de los Estados Unidos de América ya hizo declaraciones de la sinopsis de los 13 artículos concernientes a la rendición con honor. Les sugerimos que ustedes acepten estos 13 artículos y emprendan la reconstrucción de un nuevo Japón, que estime la paz. Ustedes deben procurar que se suspenda inmediatamente toda resistencia inútil.

Si ustedes no quieren hacer caso de nuestro consejo, nosotros no vacilaremos en usar decididamente esta bomba y las demás armas bélicas superiores y haremos terminar la guerra pronto y efectivamente».  (Páginas 64-65)

El libro «La campana de Nagasaki» circuló en Culiacán desde 1952, y seguramente estuvo en las manos de los migrantes japoneses del país. Su impacto debió haber sido tremendo. Y para los mexicanos, una lección histórica sobre los efectos de la guerra.

Muchos otros aspectos son dignos de destacar de esta obra, que ya es histórica. Y para que no se olvide, lo rescataremos en la biblioteca digital del Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa.

 

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