EL BADIRAGUATO DE DON JOSÉ CARO

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En pleno tiempo de aguas, agosto de 1942, doña Agustina Medina Juárez, del Potrero de los Medina, con sus cuatro hijos menores (de 3 a 9 años de edad), se vino a Culiacán desde su casa en Badiraguato.

Fue un viaje de tres días, en el tranvía de don Melesio Cuén Cázarez (1894-1967), quien no les quiso cobrar el pasaje.

De Badiraguato, la primera noche pernoctaron en La Higuera de los Monzón, y la segunda en Pericos, para llegar la tarde del tercer día a la capital, que «entonces semejaba un rancho grande», con mucha gente todavía «a lomo de bestia, en carretas y arañas jaladas por caballos».

Pero los niños estaban fascinados: para José Caro Medina, a sus siete años era lo máximo que había visto.

2. DE LA MILICIA A LA VIDA CIVIL

En su libro “Andanzas por Badiraguato”, el periodista don José de Jesús Caro Medina (1935-2018) incluye una curiosa descripción del pueblo donde vivió hasta 1942, de la mano de su padre, el sargento segundo de la revolución, don Jesús Caro Iribe (1893—1975).

A los 17 años, don Jesús se sumó a la brigada Carabineros de Santiago, de la que salieron gentes de armas como Valente Quintero, Martín Elenes y creo que hasta un gobernador, y que operó de 1911 a 1923, cuando don Jesús se licenció.

Con doña Agustina Medina, tuvo siete hijos, los tres mayores radicados en pueblos de Badiraguato, a cuya cabecera don Jesús se fue a vivir al terminar su servicio, tras vivir un tiempo en su natal Santiago. Al final se vino a Culiacán, donde tomó el oficio de policía, asignado en Tierra Blanca.

3. LA CRÍA DE CABRAS

En Badiraguato, en los años 30, don Jesús tenía una gran manada de cabras que sus hijos mayores llevaban a pastar en los alrededores del pueblo. «Arrasaban con los montes y cerros aledaños», escribió su hijo José.

Eran tiempos en que se usaba mucho el trueque y a veces –cuando don Jesús quería matar una res para vender-, le cambiaba a Gerardo Olivas cinco chivas por una vaca.

Sobre todos para los mayores, cuidar chivos era un trabajal, aunque se apoyaban en dos perros que tenían, criados con la misma leche de cabra.

Pero sudaban la gota gorda para dar de beber a tanto animal, sacando y sacando agua del pozo. Pero poco a poco el ganado se fue acabando.

4. DE BARILLERO POR LA SIERRA

Cuando no sembraba, don Jesús se iba de barillero (un oficio perdido) por los pueblos de la sierra, vendiendo ropa y cosas de mercería que compraba en Culiacán.

Su pequeño hijo José, de seis años, solía acompañarlo, pues en cuanto lo veía cargar al macho y ensillar al caballo, insistía en que lo llevaran entre berridos y nalgadas.

Salían hacia San Antonio de La Palma y hacían escala en El Barril, La Cieneguilla, El Tabachín, La Lapara, Los Naranjos, Santiago, Babunica, Barrio de Guanajuato y hasta Bamopa. De ahí se regresaban por El Aguaje para doblar hacia Tameapa y otros pueblos. Hasta dos meses, hospedándose con familiares o conocidos.

5. CAMPOS DE AMAPOLA

Fue en esas andancias cuando José Caro conoció los sembradíos de amapola, de camino entre Guanajuato y La Noria.

Quedó azorado ante aquel inmenso paisaje dominado por flores de «un color rojo subido bellísimo» que se veía «en las vegas de los arroyos y las cañadas entre los cerros, semejaban enormes jardines».

«Los sembradíos comenzaban a verse a partir de Los Naranjos, sobre la “Cuesta de La Josefita” antes de descolgar a Santiago. Se decía que los que sembraban pagaban el “disimulo” [o] estaban apalabrados con el gobierno».

Allí se detuvieron a saludar a unos conocidos, entre la mucha gente que estaba allí trabajando.

«En ese tiempo nadie los molestaba, hasta que llegó a Santiago, la “Onza” Leyzaola, a la sazón jefe de la Policía Judicial del Estado de Sinaloa, dizque a terminar con esta ilícita actividad. Al final esa hablada le costó la vida, como cuenta la historia».

6. UN VERANO DE SANDÍAS

Cuando no vendía, don Jesús cultivaba un verano en una isleta del río de Badiraguato.

«Yo acudía al verano a cortar para comer sandías, cortar cañas, calabazas, ejotes y otras legumbres. En tiempos de aguas, sembraba de temporal […], al oriente del río, rumbo a Cortijitos de los Olivas».

Pero sacaba muy poco maíz, apenas para el autoconsumo en las secas.

También sembraba legumbres en el solar de su casa, frente a donde, después, se instaló la primaria Daniel Díaz Jiménez.

El problema era cuando las gallinas, que doña Agustina criaba al poniente del solar, se salían y se acababan las hojas tiernas de las legumbres.

7. MANGOS CONTRA EL HAMBRE

Era un solar de 150 metros cercado con cardones, como se estila en muchos ranchos de p’arriba. Por la puerta de trancas entraban las carretas o bestias de los parientes que bajaban de la sierra y querían asilo.

Acampaban a la sombra de un alto árbol de mangos que, en el verano, le mataba el hambre a la familia con sus frutos.

A los lados de la casa había largas enramadas que daban sombra al gallinero o a las cabras o servían de cobertizo a las cabalgaduras de las visitas.

Pero la miseria no cesaba por más que trabajaran, así que un día don Jesús se vino a Culiacán:

«…Se cuidó que ni Rubén ni yo [los menores] lo supiéramos. Rubén era dos años mayor. Yo era el hijo consentido, porque fui el más apegado a mi padre. Sabía que si me daba cuenta, no lo dejaría ir a menos que me llevara», narra José Caro.

8. ADIÓS A BADIRAGUATO

Muy temprano subió al camión de redilas de don Ignacio Landell y hasta la noche, su hijo lo echó de menos. Preguntó a su madre y esta le dijo que no tardaría. Se apuró a comer y se fue a los billares de la Casa de Teja, de don Melesio Cuen, donde su papá solía jugar baraja.

Un amigo de su padre le dijo que no lo había visto. Regresó desconsolado a su casa, ya oscureciendo, dejando atrás los bien iluminados billares.

En esos años, ni soñar con el servicio de energía eléctrica: Los más pudientes tenían pequeñas plantas eléctricas para iluminar sus casas o sus negocios. Los demás, seguían con cachimbas o lámparas de petróleo.

Al fin, su mamá les confesó que su padre se había ido a Culiacán.

9. LA DESESPERACIÓN

Por días se vio a José Caro mustio y desganado, tanto que su madre le hizo tomar la emulsión de Scott y su famoso aceite de hígado de bacalao, que sabía a rayos.

La situación de la familia empeoró, tanto que doña Agustina lloraba de desesperación. Dio en cambiar los huevos de sus gallinas (a cinco centavos cada uno) por tres centavos de café y dos de azúcar en la tienda de Landell.

Reacia a dejar la tierra de sus amores, por fin en agosto de 1942, doña Agustina arreó con sus cuatro hijos menores y encaramó sus tiliches a la tranvía “La Pantera”, de don Melesio Cuen, rumbo a Culiacán.

10. AL DIABLO CON JUAN BANDERAS

Don Melesio no quiso cobrarles, recordando la vez aquella en que Juan Banderas el «Agachado» quiso extorsionarlo para que donara 50 mil pesos a la revolución,  y aquel se negó y Banderas ordenó a Jesús Caro que lo llevara preso ante él.

En el camino don Melesio –que conocía a Jesús desde pequeños- le suplicó que lo dejara ir.

–No puedo, Melesio- Si yo te suelto, aquel nos mata a nosotros.

Pero la pensó mejor, y llegando a La Cieneguita, el sargento segundo convenció a sus hombres de soltarlo.

–Si vamos a dejar a Banderas para irnos con Ramón F. Iturbe, ¿qué caso tiene hacerle el mal aquí a Melesio?- les dijo.

Y lo dejaron y desertaron. Eran otros tiempos. Muy duros tiempos.

 

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