Incluso lo perdono. Y decir esto es como pensar que José Ángel Espinoza Ferrusquilla estuviera urgido de que alguien lo perdonara, lo cual es una insolencia, pero me gusta como suena. Lo que quiero decir, y digo, es que tengo evidencias de su vocación adoratriz hacia el poder establecido, pero pues hay que entenderlo a partir del contexto que le tocó vivir. Concluyo que Ferrusquilla era un priista decente, lo que se oye como una barbaridad, situación que conduce a establecer la existencia de priistas correveidiles, corruptos y oportunistas, pero también la presencia de priistas originales, esos que creen en doctrinas y cosas así, en donde cabía muy bien el compositor nacido en Choix, porque a sus veintitantos años entendió que el PRI no nada más era partido político, sino también estilo de vida; y siendo tan joven llegó a poblar aquel país requerido desde el gobierno; un tipo de sociedad -parafraseando a Carlos Monsiváis-, que ocupaba de una nueva clase obrera, sumisa, deportiva y alcoholizable, amiga del orden y la parranda, pero enemiga del comunismo, llevada de la mano por Pedro Infante, su representación más fiel con la película Nosotros los pobres, el estereotipo de héroe popular para un México que empezaba a darle la espalda a los rústicos y broncudos -Jorge Negrete incluido-, para forjar la nación del licenciado, del funcionario de la corbata, de los empresarios sin moral y de los juniors aborrecibles. En este parto de nación es que emergió Ferrusquilla, por eso digo que no se pueden juzgar sus actos, so pena de caer en un terrible anacronismo. Y es que si no digo todo esto, si no ubico la situación de vida de don José Ángel, estaría tentado a la carcajada luego de descubrir un cántico suyo dedicado al PRI, impreso en el volumen que recientemente publicó Editorial de la UAS que dirige Elizabeth Moreno, administración que se está distinguiendo por la calidad de sus productos, y por moverse entre los vacíos que emanan de otras instituciones culturales sinaloenses. El libro, titulado Palabras nuevas, es en sí un compendio de sus composiciones, en el que coexisten letras emblemáticas en relación al cancionero popular latino y mexicano, al tiempo que temas que pudieran parecer definitivamente absurdos. Cómo imaginar, por ejemplo, de dónde se tuvo qué asir don José Ángel para construir, a vaso lleno entre lágrimas y tequila, la desgarradora conclusión de abandono en Échame a mí la culpa (un himno al dolor asimilado, semejante a los dramas de Sara García), pero también entender cuál era su cosmografía, su compromiso y su sistema de lealtades para dejar correr la tinta en favor de Francisco Labastida Ochoa, cuando fue candidato a la presidencia de la república, haciéndole un corrido en el que aseguró que aquél llevaba la delantera, que tenía millones de adeptos y córrele porque vamos a ganar. El sólo hecho de que lo hayan publicado (Labastida perdió la presidencia, recuérdese), da a decir que se trata de un libro honesto y congruente con la vida del compositor, y es a la vez otro referente de la sencillez que lo caracterizaba, de la que adolecen algunas glorias de las letras de por acá, que cuando no se marean arriba de un ladrillo, se encuentran abrazadas del poder político en turno para no dejar de recibir prebendas, menciones y homenajes. El libro contiene alrededor de 134 composiciones de Ferrusquilla, muchas de ellas de fama internacional, como Cariño nuevo, El camisa de juera, El tiempo que te quede libre y Seis años, interpretadas magistralmente por la española María Dolores Pradera; Échame a mí la culpa, que reconozco con el grito adolorido de Amalia Mendoza La Tariácuri; La ley del monte, cantada sin igual y para siempre por Vicente Fernández; y las gotas sangrantes y desoladas y en busca de consuelo, contenidas en Sufriendo a solas. El volumen dio sitio a agradecimientos del compositor en cuanto a sus intérpretes; ojalá y hubiera recordado, cuando los escribió, que en 1978 Amparo Ochoa grabó el disco Yo pienso que a mi pueblo, donde cantó con banda zacatecana su canción El oro blanco, que cifra la pobreza de los sembradores de algodón, el tema más social y denunciante de Ferrusquilla. Bienvenida sea, pues, esta publicación que honra la línea editorial sinaloense, gratifica al cancionero popular mexicano, y destaca la genialidad creadora de un hombre con la visión artística de una generación que ya se ha empezado a extinguir. Y punto.