En la actualidad, cada vez tenemos menos tiempo para mirar el cielo, para extasiarnos y deleitarnos con el firmamento. Solo fenómenos como el que acaba de suceder -el eclipse- vuelve a poner de manifiesto lo maravilloso del plano celeste.
Un eclipse solar es un fenómeno fascinante. Esta grandiosa estrella queda oculta tras un disco negro convirtiendo el día en noche durante algunos minutos. Después se produce el movimiento inverso y la luz vuelve a brillar en el cielo como si nada hubiera ocurrido. Sus causas son bien conocidas y se predice con exactitud. Aun así, este singular suceso sigue sorprendiéndonos, subyugándonos.
Por encima y al margen de su causa científica, en las civilizaciones pasadas, los eclipses de sol, y también los de luna, se interpretaron como acontecimientos sobrenaturales, apocalípticos, como presagio de desgracias, calamidades, desolaciones y muerte.
A inicios del siglo VI a.C., durante una batalla entre medos y lidios en Anatolia, “se les convirtió el día repentinamente en noche” sorprendidos, los combatientes detuvieron la batalla y establecieron tratados de paz. Dos siglos más tarde, durante la conquista de Asia, Alejandro Magno presenció un eclipse de luna, interpretándolo no como mal augurio sino como un signo de que “el sol macedonio se impondría a la luna persa”. Al día siguiente, el ejército macedonio infringió una contundente derrota a las tropas de Darío III.
Y que decir de la misma crucifixión de Jesucristo. Según los textos bíblicos (Mateo, Marcos, Lucas) ese momento .“Era la hora sexta y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona oscureciéndose el sol”.
Quince siglos despues, durante el cuarto viaje de exploración de Cristóbal Colón a América, al quedar varados y sin alimentos en las costas de Jamaica, pudieron sobrevivir gracias a que conociendo la proximidad de un eclipse el 29 de febrero de 1504, por unas tablas astronómicas que llevaban consigo, Colon hizo creer a lo indígenas que su Dios los castigaría ocultando la luna si dejaban de alimentarlos. La “predicción” se cumplió y los indígenas reanudaron el suministro de alimentos.
Por su parte, en la cosmogonía china, el eclipse significaba que “El dragón que se come al sol”; sus arqueros lanzaban flechas al cielo para ahuyentar al dragón. Entre los mayas era la serpiente emplumada que se tragaba al sol, por eso, en ese momento, hacían un tremendo ruido con tambores para asustarla y que volviera la luz a la tierra.
Al parecer, también en tierras del noroeste mexicano, los yaquis, durante el siglo XIX, cuando se presentaba un eclipse “todos ellos, hombres, mujeres y niños salen de sus chozas y comienzan a agitar cascabeles y campanas, armando un ruido infernal dizque para despertar a la luna, pues la creen dormida”.
Existe un cúmulo de evidencias del peso del mito y lo sobrenatural como explicación de los eclipses, como también existen registros desde tiempos antiquísimos donde la razón y la observación astronómica pusieron atención a este fenómeno: babilonios, griegos, egipcios, mayas y otros núcleos civilizatorios exploraron racionalmente el universo y captaron esta conjunción de astros y desaparición de luz que genera un eclipse.
Pero así como el “cielo se eclipsa”, la pasión y el sentimiento también; lo que no se eclipsa es la inspiración poética, por eso Lope de Vega diría:
Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre,
y en eclipse mortal las más hermosas
estrellas, nieve ya las puras rosas,
y el cielo tierra, en desigual costumbre.
Para el siglo XIX, la pluma del poeta ecuatoriano Miguel Ángel Corral, plasmaba:
Mas ¿qué me importa a mí la luz del día,
qué su espléndida pompa y galanura,
si cubierta de luto el alma mía
al eclipse mortal de tu hermosura,
llevo en perpetua y fúnebre agonía.
Y nuestro célebre Ramón López Velarde, daba rienda suelta a su creatividad con estos versos:
Pasa el lunes, y el martes, y el miércoles… Yo sufro
tu eclipse ¡oh criatura solar! mas en mi duelo
el afán de mirarte se dilata.
El eclipse en la literatura, como dolor del alma, como desasosiego de sentimientos.
De mi parte, este 8 de abril no fui a Mazatlán a presenciar tan espectacular suceso, pero si viaje mentalmente a mi pueblo y hogar de niñez, a aquellos momentos cuando mi abuela colocaba trozos de tela roja a los árboles para que su fruta no se “eclipsara” y recordé sus recomendaciones para que toda mujer embarazada se pusiera un listón rojo en el vientre para que el niño “naciera bien”.
También evoqué el anterior eclipse de sol del 11 de julio de 1991, cuando la entrega de un trabajo de evaluación semestral para mi estimado profesor Matías Hiram Lazcano, me privó gozar plenamente de ese acontecimiento. No se que me depara la vida para ese lejano 30 de marzo de 2052, donde el astro sol volverá a hacer de las suyas, pero no esperaré ni soñaré con ese tiempo para deleitarme con el espectáculo que el cielo y el cosmos me regalan; este 8 de abril me prometí que mi vista y mi pensamiento volarán más por esta fascinante bóveda celeste.