CUANDO ADMINISTRAR A LOS NATURALES ERA CUESTIÓN DE MANUALES

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En el concepto o categoría histórica de Sinaloa prehispánico, se ha documentado la presencia de una importante población en tres zonas que se conocieron como  Chiametlán,  Culiacán y Sinaloa, concebidas como divisiones indígenas del territorio, separadas por la presencia de grupos de diferente filiación lingüística y el impacto de las corrientes ribereñas.

A partir de estas divisiones, en los informes coloniales se señaló la existencia de tres provincias con los mismos nombres; sin embargo, después de 1530, con el violento fragor de la ocupación territorial por los españoles, la apertura de caminos, la cesión de tierras y pobladores en encomiendas, más la venta de naturales marcados y esclavizados,  las nuevas enfermedades  y la lucha personal por el dominio de lo descubierto y conquistado, dejaron una estela de destrucción que mermó notablemente  la población nativa. Algunos historiadores señalan que se generó una debacle poblacional.

Después de lo anterior, las contiendas entre los grupos dominantes por administrar la mano de obra nativa tienen larga data, las cuales se generaron desde el momento mismo de la formación espacial con la entrada de Nuño Beltrán de Guzmán al territorio de lo que actualmente es Sinaloa, y de allí la implantación de los servicios personales. Esta trata fue denunciada por Alvar Núñez Cabeza de Vaca en sus «Naufragios.»

La derrota política de Nuño, después de su breve y accidentada actuación como Presidente de la Primera Audiencia y  con un juicio de residencia a cuestas –aunado al regreso  de Hernán Cortés como Capitán General de la Nueva España y Marqués del Valle de Oaxaca–, fragmentó al grupo que forjó la primera población del Occidente Mexicano.

En ese contexto, con una serie de expediciones buscando las famosas Siete Ciudades Doradas y la posterior formación de los espacios misionales de impacto jesuita, se amplió el conocimiento territorial norteño con un concepto de frontera, estableciendo los presidios militares.

En torno a este tránsito histórico se tuvo la evidencia de que los naturales de Zynaloa fueron sujetos de administración pública; y no sólo en lo material a través de los servicios personales –o la contratación mediante un salario en las explotaciones mineras–, sino que también en lo religioso, que muchas veces redundó en lo espiritual.

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Todo este rodeo es para entrar al tema central de un documento, del cual conozco 20 páginas en internet,  resguardado en Biblioteca Pública del Estado de Jalisco y en proceso de digitalización por la Universidad de Guadalajara, cuyo título es: «Manual para administrar a los indios del idioma cahita. Los santos sacramento», del SJ Diego Pablo González,  impreso la ciudad de México el año de 1740.

Contiene una dedicatoria al patriarca señor San José de parte del alférez D. Sebastián López de Guzmán, y Ayala, que lo sacó a la luz, es decir, pagó su edición. En su interior aparece una imagen del invocado patriarca, arropando al niño Jesús, desnudo ante el mundo, pero protegido por el padre amoroso.

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La dedicatoria abunda sobre los favores recibidos, y expresa –por el alférez–, que sería negligente si no le dedicara este libro. Y dice más, como mostrarse interesado en el trabajo de su autor (que no menciona), misionero de la Compañía de Jesús en la administración de los Santos Sacramentos a los «miserables indios» Zynaloas.

El discurso del alférez es proclive y sumiso a la Jerarquía simbólica de la Sagrada familia; se declara, además,  «esclavo» de San José y un simple instrumento de esta deidad católica y cristiana.

Su fidelidad al patriarca es extrema ya que declara «que no a otras, sino a vuestras aras debiera ser ofrecida, y más cuando, Santísimo Patriarca, no sólo yo, sino las criaturas todas deben estar debajo de vuestro dignísimo patrocinio.»

Pero no osa adjudicarse tal propuesta, sino que la deriva a «los sabios ciudadanos investigadores de vuestras singulares excelencias, ser tan universal a todo lo criado, que a manera del mayor entre los planetas el Sol, no hay Reino, Provincia, Ciudad, Palacio, rico ni pobre, a quienes no acaloricen y refrigeren los benéficos rayos de su influencia.»

Es pertinente anotar que Don Sebastián Antonio llegó a San Pedro de Guamúchil en 1709, en donde se dedicó a la explotación de grandes extensiones de tierras, convirtiéndose en importante miembro del selecto grupo militar de la región y heredero de las contiendas entre los propios militares y los cuadros jesuíticos por el dominio de los nativos para sus diferentes proyectos, los cuales quedaron nítidamente expuestos en el «Apologético Defensorio y Puntual Manifiesto», compuesto por el SJ Francisco Xavier de Faria, en 1657.

Sin embargo, en 1740 –a 27 años de la expulsión de los cuadros jesuitas de las posesiones españolas–, al alférez le pareció adecuado este «Manual para administrar a los Indios del Idioma Cahita», edición bilingüe, «Escrito por dentro y por fuera, puesto que contiene dos idiomas y sellado con los siete sellos de otros tantos sacramentos, para cuya administración se adereza.»

Hay que anotar que, como alférez real, se  estableció en el predio de Yacochito. Veinte años después, en 1729, compró a la viuda del capitán Gámez de Maldonado, doña María de Soberanez, el sitio de Guamúchil. En 1745, por escritura pública mancomunó los dos predios con un total de dos sitios y medio de ganado (4,387 hectáreas). En 1747 falleció, cuando se desempeñaba como capitán General del Presidio de San Felipe y Santiago de Sinaloa.

Con respecto al Manual, su utilidad se valora en la vida cotidiana de su tiempo, de acuerdo a su contenido: Confesionario, Breve modo que usan los enfermos, Breve forma de administrar el Sacramento de la Eucaristía, Breve forma de enterrar a los adultos, Breve forma de enterrar a los párvulos. Ello, según la ficha publicada en la página de la Universidad de Guadalajara y la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco «Juan José Arrerola», en el apartado de Lenguas Indígenas Nº 50, con número de referencia 56.

Es un Manual para lo extremoso de la vida, para cuando esta termina y deja paso a la muerte; para esos momentos donde se necesita trasmitir la resignación y fomentar la tranquilidad de la paz alterada.

Es un Manual producido en el contexto de una violencia emanada de los combates y represiones por las rebeliones indígenas en el Noroeste, donde la hambruna está presente; rebeliones documentadas por José Luis Mirafuentes Galván (1993), donde hablan los padres misioneros de que los naturales «andan con las armas en la mano y están con el freno totalmente roto» (1739). Aparte de los puntos de vista de los padres misioneros sobre los alzamientos de 1740, los cuales fueron tomados en cuenta (1741). También la petición jesuítica sobre la destitución del alcalde mayor de Sonora por abusos y malos tratos que repercutían hasta Sinaloa (1742). O la sintomática noticia del indulto y perdón otorgado a yaquis y mayos (1741).

Incluyo un breve texto sobre el tema, para ilustrar tan relevante caso: «En el contexto de la rebelión de 1740, el 25 de junio en Tehueco en el río Fuerte, el misionero Valladares intentó hablar a los centenares de indios que rodearon el pueblo en son de guerra, pero después de que rompe el cerco un contingente español de 36 hombres armados y se retira hacia El Fuerte, queda solo en el pueblo. Los indios, luego de despojarlo de la sotana y la ropa, le pusieron un calzón de gamuza y un cotón para trasladarlo al monte donde lo escarnecieron con injurias ‘y con bailes tan torpes y deshonestos que le obligaron a taparse la cara con las manos, las que con fuerza le quitaban para que viese las torpezas’, hasta llevarlo mofándose de él a Mochicahui, donde lo entregaron al jesuita Mazariegos.» (Ignacio Almada Bay, José Marcos Medina Bustos y María del Valle Borrero Silva Profesores–investigadores del Programa de Historia Regional de El Colegio de Sonora, en Región y Sociedad–. V.19 nspe México,  2007.

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Por ello es sintomático que este Manual fuera promovido por un alférez, al amparo de una figura central y fuerte: el señor San José, el Sol, según su promotor y Taa, en la lengua nativa.

Hoy se administran a los naturales y los mestizos de amplias zonas del país con otros manuales y formas represivas, porque permanecen en disputa el territorio y sus recursos naturales, la población, la legitimidad política y la enconada lucha por implantar modelos trasnacionales de reproducción, que algunos llaman capitalismo salvaje.

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