Aquel huracán de 1896 que casi acabó con Culiacán

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A fines del siglo XIX, el escritor culichi Francisco Verdugo Fálquez recreaba olas del mar que “besaban” costas sinaloenses y luego morían “blandamente” sobre la arena de nuestras playas, al tiempo que una nubecilla se acrecentaba y se volvia más oscura, acompañada de “haces de fuego” que rompían la penumbra con estridentes relámpagos, copiosas lluvias y vendavales que provocaron angustia y terror: era un huracán que sacudió a Sinaloa la tarde del 18 de septiembre de 1896.

Todo se ensombreció con nubes de miseria, tragedia y muerte: ríos y arroyos transformados en mares arrasaron hogares y sembradíos, dejaron a madres sin hijos, esposos convertidos en viudos, campos, casas y talleres en ruinas; una naturaleza que muestra su mueca de sufrimiento y desgracia.

Un ciclón que en el Distrito de Culiacán dañó al ingenio “La Aurora”, la finca “La Lima”, la huerta de Ponciano Almada, la toma de agua, la hermosa alameda del Tamazula, plantíos de caña, sementeras y huertas en El Vallado. En la ciudad afectó a la empresa de luz y el alumbrado eléctrico; 60 casas se derrumbaron y muchas otras con cuantiosos daños.

En áreas costeras inundó campos y poblaciones; en Bachigualato, una docena de casas destruidas; en Aguaruto, una decena de hogares cayeron al suelo y otros más quedaron seriamente dañados; en Navolato, el ingenio “La Primavera” con severas afectaciones; los plantíos de caña inundados; en Yebavito, una vivienda sepultó y privó de la vida a tres personas.

Por Mojolo derribó casas; el techo de una de ellas se desprendió y enfiló rumbo al mar llevando a cuestas a una mujer y su pequeño hijo, por un día y una noche estuvieron entre aguas turbulentas, navegando en esa “lancha” de desolación, hasta que al pasar por Navolato, tres hombres realizaron el rescate, salvándolos de una muerte segura.

Por rumbos de la Directoría de Quilá, la parte baja del pueblo de San Lorenzo: destruida; desaparecieron ranchos como San José, El Platanar y El Huanacaxtle, entre otros. En muchos hogares de Elota el agua llegaba a los techos; en Piaxtla se ahogaron varias personas; Quilá y Tecuyo arrasados por las corrientes de agua.

Mientras que en Altata, tres cuartas partes de sus viviendas fueron destruidas: el mar se adentró 150 metros en el poblado; el agua subió metro y medio sobre el nivel de casas y calles. La compañía del ferrocarril, con cuantiosos daños; la aduana marítima, destruida, pese a sus 300 metros distante del mar, al igual que varias embarcaciones de carga. Una tripulación se perdió en el mar: Altata reducido a casi nada, sus sobrevivientes sin víveres y en el abandono.

En el norte de la entidad y en otros sitios, el huracán también hizo de las suyas.

Todo esa avalancha de desgracias acompañaron a esa nube captada por Verdugo Fálquez. ¡¡¡Vaya nubecita!!!

Jalal ad-Din Muhammad Rumi, gran poeta persa del siglo XIII, escribía:

Piérdete, piérdete
y escapa de esta nube negra,
de esta nube negra que te encierra.
Entonces verás tu propia luz
Cual radiante luna llena.

Casi retomando su consejo, prefiero las nubes que observaba de cara al cielo en mis años de adolescencia y temprana juventud, desde mi refugio pueblerino, a las que podía preguntarles: ¿A dónde van, hermosas y fugitivas viajeras del espacio? ¿A dónde que, cubiertas de ópalo y rosa, forman brillante cortinaje en la naciente aurora?

Las miraba arrebatadas por el soplo del viento, como mi existencia por la mano del destino.  Cruzaban el firmamento en todas direcciones sin fijarse en un solo punto de la atmósfera; cruzaban como la alocada fantasía de mis pensamientos.
Prefiero nubes blancas y apacibles, para descifrarlas como trazos del viento que me permiten imaginar y encontrar rostros que ya se fueron y los que vendrían.

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