La Virgen del Rosario: fe y tradición

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Virgen del Rosario

La narrativa católica dice que en 1208 la Virgen María se le apareció a Domingo de Mendoza (Santo Domingo) y le enseñó a rezar el rosario, pidiéndole que lo propagara para enfrentar a los enemigos de la fe. De ahí proviene la advocación (distinta manera de identificar) de María como Virgen del Rosario.

Dicha virgen es venerada cada 7 de octubre. Se acerca esa fecha y mis recuerdos traspasan la bruma del tiempo: siendo niño, mi abuela Luz me contó que dos años antes de 1950 realizó una marcha a pie, desde Recoveco, Mocorito (lugar donde vivía), hasta Guasave, para pagar una manda a la Virgen del Rosario. Alimentos, cobijas y una niña (mi madre) iban en el lomo de un burro. Durmieron entre el monte; los arrullaban las estrellas y el aullar de coyotes. A los tres días llegaron a su destino y esa niña tocó a tan venerada imagen.

Virgen del Rosario en Guasave

Se cubrió la necesidad de adorar, bajo signos visibles, lo espiritual y lo sensible; era regocijarse mediante el encuentro directo con la simbolización de lo divino. Quienes serían mis abuelos -y mi madre- estaban inmersos en una mentalidad y devoción católica antiquísima.

Deshilvano parte de esa historia: es un culto que data del siglo XVII. Corroborado por un visitador religioso que en 1678 se hizo presente en el antiguo poblado de San Pedro de Guasave. Encontró un núcleo de casas donde se congregaban poco menos de dos centenares de familias que sumaban 531 habitantes, mayormente indígenas. Un inmueble destacaba entre el caserío. Ahí se encontraba una de las mejores y bellas iglesias de la región. Tenía altares, retablos y figuras escultóricas. En el altar mayor sobresalía una imagen de la Virgen del Rosario, ya considerada milagrosa.
Los oídos de este “embajador” católico recibieron narraciones de sus fieles: una devoción derivada y exaltada por una peste que asoló a este pueblo. Muchos murieron y 27 de los sobrevivientes ya estaban ungidos con los santos oleos dada su proximidad con la fatalidad. Sin embargo, se efectuó una procesión con esta imagen pidiendo alivio. Al concluirse, 16 de los postrados se levantaron sanos; diez más se recuperaron en dos horas. Solo una mujer de edad madura quedó abatida; se esperaba su deceso, pero un misionero le pidió a la enferma que no hiciera que el milagro aminorara: a la mañana siguiente, la mujer se enfiló rumbo a su milpa, cargando un metate sobre su cabeza.
La narrativa llegó en avalancha, igual que las calamidades. Después, un huracán derrumbó al templo casi en su totalidad. Solamente el presbiterio se salvó. La fuerza de la tempestad provocó que el retablo se empapara tanto, que las pinturas colocadas en este sitio prácticamente se deshicieron. Pero, para sorpresa, la Virgen -estando en medio de las pinturas- no recibió ninguna gota de agua.

Señor de la Expiración – Colima

Otro relato: debido a que tiempo más tarde se emprendieron labores de reparación del templo, se utilizó agua de un pequeño jaguey que pronto se secó. El cura, para evitar el acarreo desde el río, exclamó: “¡¡Oh, si la Virgen enviara un aguacero para que se llenara este jaguey, concluiríamos la iglesia!!”. Por la tarde, súbitamente aparecieron nubes que desataron una copiosa lluvia, y otras precipitaciones mantuvieron llenó el jaguey. Las obras concluyeron. Otro “regalo” más: durante todo un año no falleció ningún indígena del lugar.

Por todo eso, su altar siempre estaba adornado y hasta cantores engalanaban las fiestas en su honor.

A partir de esos tiempos, a esta Virgen se le adjudicaron milagros sucesivos; se convirtió en consuelo, auxilio y esperanza para desvalidos y necesitados, quienes construyeron una conexión con lo sagrado, lo mítico y lo imaginario.

No quiero cerrar estas letras sin exteriorizar un deseo generado al momento del relato de mi abuela: hacer ese recorrido a pie hasta Guasave; motivado más, tal vez, por amor a la aventura infantil, que por anhelos y sentimientos alimentados por la fe. Sólo quedó en deseo. Años después, efectué otras caminatas por otros lugares y por otros motivos.
¡¡Eso sí!!: un martes realicé el recorrido a pie al poblado de “Lo de Villa”, tradición colimense para venerar al “Señor de la Expiración”, figura santificada que, según la leyenda, apareció un martes en esa localidad después de una epidemia de fiebre amarilla.

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