A fines de 1919, los líderes de la campaña antichina, lograron que los diputados de Sinaloa convirtieran en ley algunas demandas: Confinarlos a cierta zona de la ciudad, prohibirles casarse con mexicanas por todas las «enfermedades»
que portaban, comprobar el celibato si querían entrar al país. A los negocios de chinos se les exigía contratar a 80 por ciento de mexicanos.
Con ello, rebasaron los logros en estados como Sonora, donde había movimientos similares.
El gobernador Ángel Flores no aplicó tales leyes, pero tampoco las abolió.
En 1926, la Ley de Migración en el país (promovida por Plutarco Elías Calles), alertaba contra inmigrantes «indeseables» o que «degeneraran a la raza». En la lista estaban los «negros, libaneses, armenios, turcos, rusos, polacos y, por supuesto, chinos».
Pero lo que colmó el vaso fue el vencimiento en noviembre de 1929, del tratado firmado en 1900 con China, por el gobierno de Porfirio Díaz, lo cual los desprotegía de sus derechos elementales (aunque estuvieran nacionalizados) ante las nuevas disposiciones contra esas «razas indeseables»”.
8. DATOS PARA UNA HISTORIA LOCAL DE LA INFAMIA
Así, en 1930, en Sonora se expulsó a los chinos, y los racistas de Sinaloa exigieron imitarlos, pero el gobernador Macario Gaxiola se opuso.
En julio de 1931 el movimiento escaló a «escandalosas manifestaciones» que acabaron en violencia. En Ahome, Ramón García Bojórquez cerró comercios de chinos, quienes se quejaron y hasta expusieron su caso ante el presidente del país, Abelardo Rodríguez (que lo turnó a otra instancia).
En Guasave, azuzados por comerciantes que no querían competencia, se agredía en «forma brutal» a quienes compraran a los chinos. En San Blas se intentó cerrar la farmacia de Engi Fognio (sic), pero el síndico amonestó a los rijosos.
En Mazatlán, exigían cerrar los comercios de chinos por la competencia y por su «asquerosidad característica».
El gobernador Macario Gaxiola intervino para frenar los cierres, y dijo que los comerciantes chinos naturalizados mexicanos debían ser considerados mexicanos.
9. DEL AMAGO AL CRIMEN
Aun así, las agresiones siguieron y en Guamúchil, en septiembre de 1931, Federico González se fue recorriendo comercios y disparó contra los comerciantes Alejandro Chan, Concepción Ley y Hermenegildo Cinco (a este lo mató), dándose a la fuga al ordenar el gobernador Gaxiola su aprehensión.
El mismo ex síndico Miguel Gaxiola amagó a otros chinos, pero no disparó porque había «mucho público». Más tarde, «una patrulla de antichinistas, montados y armados», recorrieron las calles de Guamúchil, amenazantes.
A fines de año, los antichinos lograron que se incrementaran de 30 a cien por ciento los impuestos a negocios chinos, por parte de las juntas calificadoras que tenían esa potestad.
Así, Vicente Chong, de El Naranjo, quien giraba un modesto capital de 500 pesos, y pagaba impuestos de 9 pesos al mes, a partir de enero de 1932 tuvo que pagar mil pesos.
En 1932, ante esta situación, algunos chinos salieron del estado. Luis Bect, naturalizado, huyó de Mazatlán a la ciudad de México, y Antonio Sam, también naturalizado, huyó de Concordia.
10. LA EXPULSIÓN FINAL
Con el gobernador Manuel Páez, declarado antichinista y seguidor de Elías Calles, presidente antichino y anticatólico, los racistas tuvieron carta libre para hacer y deshacer, solapados por las autoridades.
Así en febrero de 1933, grupos armados cerraron comercios y los expulsaron a Nayarit y Jalisco. De nada valieron las protestas del representante diplomático de China ante la Secretaría de Relaciones Exteriores, que las turnaban a Gobernación o al gobernador Páez y estos las archivaban.
El 13 de febrero se arrestó a 31 chinos en Culiacán; cien más fueron arrojados de Los Mochis y cientos fueron detenidos después en Ahome, Guasave, Mocorito y Mazatlán, con solo la ropa que vestían; sus hogares y tiendas fueron saqueados, se les echó a golpes en camiones, y sin alimentos ni dinero se le arrojó fuera del estado.
Ante los reclamos, el gober precioso Manuel Páez solo dijo que no podía protegerlos.
Las expulsiones siguieron en marzo y abril. Ramón García Bojórquez, el racista de los Mochis, era de los más activos, fijando plazo a los renuentes para que se fueran, por lo que muchos tuvieron que mal vender sus bienes a cómo pudieron.
11. LA INFAMIA EN CULIACÁN
Sung Yong contaba que, a fines de abril en Culiacán fueron encerrados quince chinos en el local del Comité Nacionalista (un bodegón ubicado por la entonces calle 2 de Abril) y a las 10 de la noche los subieron al tren para abandonarlos en Barrancas, en las montañas de Jalisco.
A la solicitud de Ángel Quizán de que se le permitiera regresar para liquidar sus propiedades en Culiacán, Navolato y El Dorado, el inefable Manuel Páez respondió que no tenía conocimiento «de que el señor Quizán ni ninguno de los demás chinos que salieron del estado hayan dejado propiedades».
1933 fue el año negro para la comunidad china en Sinaloa. Sin embargo, la limpieza étnica continuó en los años siguientes.
El ascenso de Lázaro Cárdenas a la presidencia no cambió la situación. Solo hasta la expulsión del país de Elías Calles (el Jefe Máximo de ese entonces), hubo algún cambio, pero fue porque ya no había muchos chinos a quien expulsar: De mil 628 chinos que hubo en Sinaloa en 1930, en 1940 solo quedaban 150, muchos ocultos en las profundidades de la sierra.
Entre los respetables políticos de aquellos años que se sumaron a la canalla antichinista, el estudioso menciona al preclaro Juan de Dios Bátiz Paredes (que, junto con José María Dávila, formó parte del comité directivo de la Campaña Nacionalista, para coordinar a los comités locales) y a su hermano Guillermo, presidente municipal durante la negra etapa de la expulsión.
También se sumaron el mayor Ricardo Riveros, de Mocorito y el constituyente Andrés Magallón Ramírez era de los más activos. A Alfonso Leyzaola, «La Onza», se le acusaba de extorsionarlos como presidente municipal, para no cerrarles sus negocios o casas de juego (y no lo negaba, porque su salario era poco, dijo).
12. LOS QUE SE QUEDARON
La polarización era tal, que me quedo con la opinión de que todos fuimos racistas en esa dura época, por acción u omisión. En ese tema solo había dos bandos: chinos y nacionalistas a ultranza.
Pese a todo, la inmigración china en Sinaloa (y en México, por supuesto) dejó una huella imborrable, y nombres de sus descendientes son desde hace tiempo ejemplo de éxito, disciplina, trabajo, solidaridad con la sociedad e innovación en el quehacer a que se dedicaron.
De entre ellos tenemos como caso emblemático a Juan Ley Fong, el fundador de la empresa comercial más importante en la región, quien ante el movimiento antichino, se refugió en Tayoltita, Durango.
Otro fue Lai Chang Wong, curandero que se vino desde California y anduvo curando a heridos entre las tropas revolucionarias, y se radicó en Eldorado, donde fue bautizado como José Amarillas, y cuando la cacería de chinos se refugió en Guadalupe y Calvo, Chihuahua.
José Ley Chong (cuyo nombre original era Lei Cuei Ho), quien se radicó en Mocorito donde tenía una botica que fue saqueada durante la campaña antichina y se refugió en Potrero de los Gastélum. Uno de sus hijos fue el médico José Ley Domínguez, personaje muy estimado en Mocorito.
Y hay muchos más. De todo como en botica, por supuesto. Pero el balance les es muy favorable.
NOTA: Todos estos datos los tomé del ensayo «La expulsión de los chinos de Sinaloa (1919-1935): Un movimiento racista en el México posrevolucionario», de Nicolás Cárdenas García, así como de otras fuentes.