Uno de los episodios más vergonzosos del racismo en nuestro país se dio en Torreón el 15 de mayo de 1911, apenas tomada la ciudad por las fuerzas maderistas al mando de Benjamín Argumedo (aquel al que «bajaron de la sierra / todo liado como un cuete»), ordenó matar «a todos los chinos», acusándolos de envenenar el agua y alimentos que consumieron los revolucionarios en su marcha y de dispararles desde sus casas.
Con ese pretexto fusilaron a cuantos agarraban, en sus casas o comercios (fueron 303 asesinado, de más de 600 que había, sin importar edades y géneros).
A las hordas maderistas se sumó la población con denuncias, y hubo fusilamientos masivos, mutilaciones y descuartizamientos con caballos por las calles (hay crónicas que hablan de niños que jugaban a la pelota con cabezas de las víctimas).
«Las calles de Torreón a las tres de la tarde estaban cubiertas de cadáveres… La consternación en que quedó la ciudad es indescriptible, no hay palabras con qué expresarla», escribió el periodista Delfino Ríos, testigo del crimen.
Emilio Madero, que por allá andaba, no tocó a sus subordinados ni con el pétalo de un regaño, y Francisco I. Madero, que visitó Torreón 20 días después, no dijo nada de lo que fue un cruel acto de genocidio, similar a los cometidos contra los yaquis durante el Porfiriato.
2. LA LLEGADA DE LOS CHINOS
En 1882, Estados Unidos había prohibido la inmigración china y muchos de ellos se vinieron a México con la intensión de cruzar desde aquí al otro lado.
Fue en julio de 1900 que el gobierno de Porfirio Díaz firmó un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre China y México, que permitía el acceso a nuestro país de inmigrantes chinos para trabajar en la construcción de ferrocarriles, en minas y haciendas.
Ya con el Tratado, su situación en México se regularizó, permitiéndoles la libertad de circular y hacer negocios en México y la protección de nuestras leyes.
Con ello el número de inmigrantes chinos en Sinaloa, creció y si en 1900 había 234, en 1910 esa cifra ascendió a 667; en 1920 ya eran mil 034 y en 1930 (cuando la persecución) fueron mil 628.
Casi todos venían a México de la provincia de Cantón, huyendo de la hambruna.
3. EL CASO SINALOA
Todos estos datos los tomé del artículo «La expulsión de los chinos de Sinaloa
(1919-1935): Un movimiento racista en el México posrevolucionario», de Nicolás Cárdenas García, así como de otras fuentes.
La presencia china dinamizó la forma de hacer negocios y debió enriquecer nuestra cultura, como es natural, así como la nuestra ha enriquecido a la estadunidense.
Ya desde 1884, en Rosario, el señor Kon Ley puso una fábrica de zapatos y al año siguiente Sin Ley instaló otra, con una producción importante de calzado rudo para el trabajo.
En Culiacán, en 1906, Teodoro Piczán (famoso en la época por sus rumbosas fiestas, alguna de ellas reseñada por Carlos Filio en su libro «Estampas de Occidente»), instaló una fábrica de zapatos y una curtiduría, con sucursal en Mazatlán. Aunque más pequeñas, Juan Pan puso otra fábrica en Culiacán y Juan Qui lo hizo en Mazatlán.
Por su parte, Ignacio Lie abrió una fábrica de jabón en San Joaquín, distrito de Sinaloa, y Domingo Ponzo tenía un predio de cuyo sembradío surtía de hortalizas a Mazatlán.
4. UNA RADIOGRAFÍA
De los que no tenían más que su fuerza de trabajo para vivir, muchos no tardaron en dedicarse al comercio en pequeño, pues eran muy trabajadores y ahorrativos, de tal modo que para 1930, poco antes de su brutal persecución y expulsión, de los más de mil 628 que había en Sinaloa, mil 100 eran comerciantes, 32 eran industriales, 185 agricultores, 57 horticultores y 51 lavanderos. El resto eran 16 cocineros, 18 empleados domésticos y 170 eran jornaleros.
En 1919 ya destacaban en el comercio al menudeo, las famosas tiendas de chinos que instituyeron el desaparecido «pilón» para aumentar su clientela.
Para 1930, los estados con más población china eran Sonora en primer lugar con más de 3 mil 500; Baja California con casi 3 mil, Tamaulipas con más de dos mil, y Sinaloa con mil 685, la mayoría ya nacionalizados o nacidos aquí, casados con mujeres mexicanas y hechos a nuestra cultura.
5. AGRESIONES EN SONORA Y EN SINALOA
En 1916, Plutarco Elías Calles, gobernador interino de Sonora, prometió en un discurso que se encargaría de resolver el problema chino, al cual veía como una nefasta herencia del Porfiriato.
Pronto comenzaron a formarse los comités antichinos que en Nacozari y Hermosillo apedreaban a comerciantes al obligarlos a marchar desnudos por las calles, y que fue implacable con mujeres mexicanas casadas con chinos, a quienes llamaban «chineras» y les prohibían caminar sobre la banqueta, como los sajones a los negros de Estados Unidos o Sudáfrica (esto lo dice el periodista Ricardo Raphael en su libro «El Otro México», 2011).
Durante la Revolución, los chinos padecieron el robo y saqueo de sus negocios, como todos los demás comerciantes, pero ya en 1911 hubo selectividad cuando una multitud los apedreó en las calles de Mazatlán, donde se les tachaba de viciosos, portadores de enfermedades, adictos al juego y comerciantes voraces.
6. «LA RAZA MÁS ABYECTA»
En Sinaloa, el movimiento fue arraigando y en 1915 se exigió al gobernador Manuel Rodríguez que los confinara a un ghetto (una especie de China Town, como en San Francisco), pero el gobernador no les siguió el rollo.
En marzo de 1919, comerciantes encabezados por Jesús Penne y el farmacéutico Reynaldo Villalobos, formaron la Junta Central Nacionalista de Culiacán, que lanzó una dura campaña antichina y para agosto tenía ya más de 500 miembros y hasta tenían un pasquín, «Por la Raza».
Estaban contra «los mongoles» que quitaban trabajos a los mexicanos, dejándoles los «trabajos duros y rústicos», obligándolos a emigrar a Estados Unidos.
Y lo peor: algunos se han casado con «las mexicanas más hermosas del país con el oro nacional, burlándose de la dignidad y honra de ellas».
Todo «por esa raza la más abyecta y degenerada de todas».
Y advertían que si las autoridades no hacían algo, el pueblo se haría «justicia por su propia mano».
7. LAS COMPLICIDADES
Con esas y otras «razones» nacidas más del hígado que del corazón, el caldo de cultivo de la brutal persecución y expulsión final, fue cocinándose con su cauda de saqueos, robos, vejaciones ante la vista cada vez más gorda de las autoridades de todo nivel, hasta llegar a la más descarada instigación, y con el contubernio de connotados personajes de la política mexicana de entonces, también coludidos o guardando silencio cómplice (pocos se salvan, de hecho).
El desenlace lo veremos en la siguiente entrega.