PETROGLIFOS, TESOROS PERDIDOS EN SINALOA

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«En La Noria [Mazatlán], a orillas del pueblo, se encuentra una reliquia prehistórica, la mandíbula de un caballo gigantesco, que después de extraerla quedó depositada en la Escuela Preparatoria de Culiacán. En esta misma ocasión se halló, en lo alto de una roca, que se encuentra a algunos metros al norte del primer vado en el camino de San Marcos, el esqueleto de un animal gigantesco, como elefante, ya muy deteriorado. Pareció inútil tratar de traerlo y allí debe encontrarse todavía».

Créalo o no.

2. EL «MEMORÁNDUM» Y MANUEL BONILLA

Ese dato se puede leer en la revista Letras de Sinaloa, No. 11 (abril de 1949), y es un extracto de un documento llamado «Memorándum», de autor anónimo, con sus investigaciones de campo de 1883 a 1941, y que reproduce Vicente Vila con el título «Tesoros perdidos en Sinaloa».

Habla de los lugares en Sinaloa donde hay petroglifos, cerámica, piedras de sacrificios, cuevas e ídolos que evidencian el paso de toltecas y nahoas.

Plantea el incógnito autor la publicación del estudio por parte del Departamento de Arqueología o de Turismo, sin pedir ninguna compensación.

Todo induce a pensar que ese misterioso autor a quien se refiere Vicente Vila, no es otro que don Manuel Bonilla (San Ignacio, 1867-1957), revolucionario maderista y autor del libro «De Atlatlán a México (peregrinación de los nahoas)», publicado en Mazatlán en 1942, que es el primero y más intenso estudio hecho hasta ese año sobre los petroglifos, aún con sus ya extemporáneas referencias a la Atlántida.

El susodicho «Memorándum» ha de ser, supongo, un apretado resumen para interesar a posibles editores.

3. GIGANTES Y EL DIOS DE LA GUERRA

Menciona al cerro del Tecomate, en los límites de Culiacán con Angostura (cuando Navolato aún era parte de la capital) al pie del cual hay unas 90 inscripciones en la roca, a lo largo de diez metros por hasta 6 de anchura y a unos cientos de metros al este está «un baño formado por la roca» y más adelante una cueva.

Las inscripciones, dice, representan «la peregrinación de los nahoas, la legendaria lucha con los gigantes, el nacimiento del Dios de la Guerra de los mexicas y los conocimientos astronómicos de estos».

También se refiere al cerro de La Campana que, «por su figura […] se asemeja en todo al signo jeroglífico dibujado en el cuadrante principal de la Tira del Museo y de la Tira de Singüenza», que están en el Museo Nacional.

A poca distancia del Cerro de la Campana, al noroeste del rancho del Limón (de los Ramos) y Taray hay signos inscritos en las rocas, pero no se han encontrado cuevas allí debido a que «el monte es muy intrincado».

4. CUEVAS DEL CERRO DE LA CHIVA

Al sureste está el Cerro de La Chiva (llamado «El dorado, según las cartas marinas de la región»), en cuya falda oriental hay varias cuevas, entre ellas las llamadas del Carpintero y la del Volcán de Aire (esta, por una corriente de aire tan fuerte que te vuela el sombrero), y otras dos cuevas más pequeñas. Ubica el lugar entre Carpintero y Pochotes y entre Ranchito y Nanches, cerca de lo que fue el antiguo camino real de Culiacán a Sinaloa.

También hay petroglifos y cerámicas cerca del río Humaya, en La Quebrada Honda y Tepuche, aunque estos no los ha visto pero «se dice que son muy numerosos».

Otros más en Jotagua, en las rocas del río Tamazula, y donde este se cruza con el arroyo Tacuilole, en una columna basáltica a cuyo pie hay «inscripciones que por su forma recuerdan las del río Gila de los Estados Unidos», pero no ha logrado copiarlos por la profundidad del agua. A 300 metros de allí, «en un cerrito aislado por dos quebradas, existe otra cueva que debe explorarse».

5. PIEDRA DE LOS SACRIFICIOS

También en Culiacán, está la Cueva de la Siete Gotas, donde cada tanto caen siete gotas de la roca al suelo, que no contiene petroglifos y mide como 30 metros de ancho, 15 de altura y 10 de profundidad.

Bajando por el arroyo que pasa al pie de esa cueva se halla otro baño formado en la roca, «en cuyos bordes hay taladros como para recibir postes de una enramada».

«Y poco más bajo encontré en 1914 […], una piedra que en su parte superior contiene una oquedad con una sangría, ¡y que indica haber sido utilizada para sacrificios humanos!»

6. VESTIGIOS Y CHICOMOSTOC

Luego, refiere unos montículos o túmulos ubicados en la margen derecha del río Culiacán («donde han existido las casas de El Pízar»), y piensa que fueron ocasionados por la caída de la tierra que servía de techo a las chozas indígenas. Dentro de esos túmulos, agrega, hay piezas de alfarería indígena.

Y que, «de los dos sitios denominados El Tule que están cerca del litoral en la región del Bledal y que revelan la permanencia de los Toltecas, los primeros en descender del norte hacia el centro del país, desde California».

Comenta que el valle de Culiacán (que antes de los 80 aun incluía a Navolato) debe haber sido uno de los «Chicomostoc» (lugar de las Siete Cavernas) de nuestros antepasados, pues las cuevas dentro de esa zona son siete.

7. EL ÍDOLO DE LA MITRA DE OBISPO

En el camino de Culiacán a Cosalá (esto, en febrero de 1941), frente a los ranchos de Los Arrayanes y San Antonio, sobre el Cerro del Sombrero, hay una cueva espaciosa, llena de petroglifos y restos de cerámicas e ídolos de barro.

También aventura que en la sierra de Tacuichamona -una región poco explorada- haya vestigios de la permanencia nahoa, dada la presencia de pueblos «netamente indígenas» como Baila, Abuya y Tacuichamona.

Y dice que en un lugar llamado Obispo se hallaba un ídolo de un metro de altura al que se le llamó Obispo  por la forma de su cabeza, pero ignora si aún está allí.

En la sierra de Conitaca, en Cosalá, también hay inscripciones como una llamada «Mano de tigre», y cerca del Mineral de Nuestra Señora hay una roca llamada «La Piedra del rayo», con «signos astronómicos e históricos».

8. EL RESBALÓN DEL DIABLO

En San Ignacio está la piedra llamada «Resbalón del Diablo», que el autor conoció en 1883, con muchas inscripciones, y que en los años 40 ya no estaba, por lo que quizá quedó enterrada tras construirse la carretera de Coyotitán a San Ignacio.

Al norte de San Ignacio, están los pueblos de Apoya (?) y los campos de Agüinea. Guiyapa y Tejoco, poblados por «descendientes de los indios de la peregrinación histórica; tenían sus costumbres muy curiosas y hablaban su idioma» (esto, hacia 1883-1885).

Saliendo de San Juan hacia el Cerro de los Frailes, en la cima del Cerro de Potrerito están los restos «no mal conservados de un grupo de construcciones indígenas», entre ellas un «zacualli» (pirámide) que «quizás fue un sitio de sacrificios», y en el Cerro de la Trinidad hay vestigios de habitaciones pequeñas.

Otros petroglifos en San Ignacio, se hallan al sur del Cerro de la Silla y en las márgenes del rio Piaxtla, así como en la Quebrada de la Pitaya y en el arroyo de la Lechuguilla.

9. LAS LABRADAS Y OTROS SITIOS

Menciona otro sitio, a dos kilómetros de Estación Dimas, en el litoral: «un grupo de rocas que termina en el médano y en varias de ellas hay grabadas figuras diversas, de las que he sacado fotografías y también hay dibujos. Llevan el nombre de Las Labradas».

Y agrega: «El sitio es notable por ser el de la recalada de los troncos arrastrados por las crecientes de los ríos que desembocan allí cerca: Piaxtla, Elota y Quelite, y quizá allí llegaron por el mar las canoas de algunos navegantes indígenas».

Y también: «En una de las piedras está el nombre de cierto jefe azteca, “Venadito”, pero también la luna está representada por unos puntos rodeados de una elipse».

Ubica petroglifos también en San Marcos y muy cerca de Estación Labradas.

Luego se refiere a los fósiles gigantescos a orillas de La Noria, en Mazatlán, y de ahí pasa a Concordia, y dice que al norte, en Santa Catarina, «ya no hay indios pero quedan sus huellas en una roca a manera de mahonera [¿mojonera?], entre cuyos signos destaca el vocablo “Mazatl-an”, lugar de venados».

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