Era en abril, de Jorge Fandermole, interpretada originalmente por Juan Carlos Baglietto y Silvina Garré, fue lo primero que vino a mi mente al revisar sucesos del mes de 1913, en el puerto de Mazatlán. Pero no voy a referirme a la tristeza que acompaña a esa canción por la pérdida -ficcional- de un bebé, al momento de nacer. No creo que las personas que voy a aludir hayan afirmado: “Se me ha hecho pedazos mi sueño mejor”. Pero la zozobra y el gozo se entremezclaban en aquel Mazatlán.
En los primeros días de abril de 1913 se inauguró la cantina “La Segura”, en la esquina de las calles Rosales y Ciprés. A su vez, en el mercado Romero Rubio se escuchaba “¡Una Toluca! ¡Una Toluca!”, ofertada como la mejor cerveza en el puerto. No sé si saborearon dicha bebida las familias porteñas que protagonizaban un éxodo al extranjero, o si la consumió la población flotante que se concentraba en el puerto, provenientes del interior de la entidad. Lo que fue notorio es que se atestaran los hoteles y mesones, así como el incremento de la demanda de casas en renta.
Esto sucedía por temor. Hacía muy poco se había lanzado el Plan de Guadalupe contra la usurpación de Victoriano Huerta. La pólvora de la rebelión se esparció por las poblaciones cercanas al puerto sinaloense.
Esta migración tuvo efectos en el comercio local. Para atraer a esos nuevos consumidores, se desató una tremenda guerra entre los carniceros, al bajar el precio de la carne a 30 centavos el kilo, reduciéndose hasta seis centavos.
Otros sucesos destacaron ese mes. Matrimonios civiles y religiosos, como el de Octavio Escobosa y Rafaela Haas, de familias prominentes. Meriendas íntimas, con alegre música. En el café América, bailes con la orquesta de Cirilo G. Rivas. En el Teatro Tívoli Mazatleco, funciones con público a reventar, quien arrojaba ramos de flores al escenario, o los enviaba al camerino de los artistas.
Asimismo, estaba presente la música en la plaza Machado, tanto en la mañana como por la tarde. Por eso se solicitaba el riego de las calles adyacentes. Igual de recurrentes, las funciones de cinematógrafo en los teatros Tívoli y Rubio.
En otro rubro del comportamiento, fueron novedades de la policía: regaños a jovencitos que escenificaban guerras a pedradas con hondas, en la vía pública; la detención de Petra Magallanes y Dolores Álvarez, por ebriedad, escándalo y agresiones al alcalde de la cárcel; se arrestó a J. Guadalupe Bravo, por vender marihuana en el interior del mercado; también a Eugenio Hernández, por ebriedad e injurias a un gendarme; un individuo apodado “El Indio” fue apresado por un ¡Viva Madero! y arremeter desenfrenadamente contra la policía. Lo mismo le sucedió a Pedro Leyva Mora, por ebriedad y gritos subversivos; a Teodoro A. por negarse a pagar una cena pretextando ser carrancista. Por causa distinta, Delfino Lugo se entregó voluntariamente a las autoridades: raptó a su novia de 15 años de edad.
Al chismorreo público se agregó la presencia curiosa de niñas de “ocho y diez años” en el salón de bailes públicos, donde escuchaban “conversaciones, ademanes y quien sabe cuántas cosas más, aspirando una pesada atmósfera llena de vientecillos malsanos”
Mientras que regidores mazatlecos condenaban a jóvenes meseras de la nevería y cervecería de la explanada del mercado por su conducta “escandalosa e inmoral”, utilizando faldas, medias de muselina y peinados que “con cada caída de ojos hipnotizan al cliente y con un vaivén de caderas marean al marino más viejo de ambos océanos”, provocando que, “después de las diez de la noche, ya no es Mazatlán, es el Colima en plena erupción”
Pasajes de la vida porteña, aderezados con prevenciones de las autoridades ante una rebelión cercana: registro de armas por los pobladores; patrullaje de la ciudad por las noches; construcción en la Montuosa de una casa de madera con teléfono, para guardia nocturna; y colocar carpas de vigilancia en la cumbre del Cerro del Vigía.
Mientras esto ocurría, el Prefecto del Distrito, con gala de patriotismo, preparaba la celebración del 5 de mayo.
Era un Mazatlán que durante ese mes de abril “se movía” entre el oleaje de la amenaza revolucionaria y la cotidianeidad.