Desde niño escuché enunciados como “chino cochino”, o “chino, chino japonés, come caca y no me des”, formas discursivas para sobajar a los oriundos o descendientes de China. Tambien forman parte de nuestro léxico frases -aparentemente menos agresivas- como cobrarse “a lo chino”, te engañaron “como a un chino”, son puros “cuentos chinos”; o simplemente: “está en chino”, lo que refiere a lo dificil, lo alevoso, lo inocente, lo ingenuo o lo tonto. En cualquiera de sus fomas, ninguna expresión amable o tolerante.
Pero estos vocablos son poca cosa si nos remitimos a los tiempos de su arribo masivo a tierras de Norteamérica y del noroeste de México. Desde mediados del siglo XIX, oleadas numerosas de migrantes chinos arribaron a tierras americanas para laborar preponderantemente en el algodón y el ferrocarril. En estas tierras, recibieron un trato no grato y hasta se les impusieron restricciones como raparse y deshacerse de la coleta que les daba identidad.
A México, los primeros grandes contingentes de chinos llegaron a trabajar como mineros y en la construcción de vías de ferrocarril, allá en los tiempos de Porfirio Díaz. Su número creció tanto que, por ejemplo, para 1910, en el vecino estado de Sonora habitaban cerca de cinco mil. Para esa fecha, cifras conservadoras “hablan” de cerca de 700 chinos en suelo sinaloense; dedicados al ferrocarril, como iniciadores de pequeños comercios o como empleados de tiendas y restaurantes, entre otras ocupaciones Pero, más allá de su cantidad, me interesa resaltar la actitud de ciertos sectores sinaloenses hacia estos asiáticos, al inicio de la lucha revolucionaria.
A mediados de mayo de 1911, ocurrió un acontecimiento que conmocionó a la opinión pública. Fuerzas revolucionarias promaderistas, al tomar Torreón (Coahuila), realizaron actos de saña contra de los habitantes chinos de la ciudad. Se propagó el rumor que comerciantes asiáticos envenenaron agua y alimentos consumidos por las avanzadas revolucionarias; el odio racial se desencadenó. El fusilamiento, el homicidio a mansalva y el descuartizamiento arrojó más de 300 chinos muertos.
En Sinaloa, aunque se presentaron agresiones físicas, no se llegó a tales excesos; pero lo que sí estuvo en el mismo tono, fue la denostación hacia este grupo etnico/racial. Entre las diversas expresiones públicas condenatorias, destacaré la que se presentó en Mazatlán seis meses después de la masacre de Torreón. A mediados de noviembre de 1911, la “Unión de Comerciantes al Menudeo” de este puerto sinaloense emprendió una campaña pública contra los chinos titulada “ProPatria”. Invitaban a extirpar a los chinos de Mazatlán y de México, porque eran extranjeros perniciosos. Sus argumentos eran los siguientes:
Los mexicanos conocían a los chinos someramente: vendiendo manta detrás de un mostrador y “traficando con manteca adulterada y quesos corruptos”, pero que su negativa presencia iba mucho más allá.
En sus señalamientos contemplaban también su vida privada e íntima: “En sus cubiles, en asqueroso hacinamiento, sudando a chorros y despidiendo olores mefíticos y cacoquimios, semidesnudos, fijan sus pupilas de felino en la figurita de una baraja o en el número de una diminuta pieza de ‘dominó´, en sus pocilgas, en los antros pringosos de las bolsas (vecindades), en los estrechos cuartitos de arrabal, donde roncan como marranos, echados en nauseabundos petates, embrutecidos, idiotizados y adormecidos por el opio”.
Se agregaba que los chinos “beben aguas fermentadas y vinos extraños… celebran juntas de la fatídica ‘Mafia negra’, reuniones donde se confabulan, deliberan y discuten sobre quién deberá ser actor de un futuro crimen”.
Adicionaban otros comentarios. Se mostraban como testigos visuales de “los cuadros repugnantes que forman en las cuarterías de vecindad, [con] lamparones de lepra en el carcaje de su cuerpo amarillento…difunden enfermedades contagiosas entre las prostitutas y éstas a su vez entre nuestros compatriotas”, ademas de ser criminales y fraudeadores. En fin, eran un peligro, una presencia de “funestas consecuencias en nuestro suelo”. Remataban diciendo que su campaña contra los chinos no se amedrentaría por las opiniones de “obtusas inteligencias”.
Frente a este discurso de los comerciantes mazatlecos, aquel “chino cochino” es una frase ligera y hasta baladí.
Lo que se pone de manifiesto son expresiones racistas que visualizan ideas estereotipadas sobre los chinos en México. Exteriorizan prejuicio racial, xenofobia e incitación al repudio colectivo. Pero, además, ponen de manifiesto un sentimiento de superioridad; muestran a esta raza asiática como ajena y opuesta a la forma de ser del mexicano; y, además propagan la imagen de que los chinos atentan contra la vida, los bienes y patrimonio de los mexicanos. Y como remate, hasta se les caricaturizaba y se hacía mofa de su figura y su habla.
Pese a todo, sorteando sinsabores, en tiempos posteriores la población china viviría momentos más amenos, integrándose a este México y Sinaloa multicultural. Fueron fieles a su proverbio: ¡Las grandes almas tienen voluntades, las débiles tan solo deseos!