Amparo Ochoa: a 32 años de su último concierto en Culiacán

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Amparo Ochoa y su padre, don Donaciano Ochoa

Todavía vivías cuando fui por primera vez a Badiraguato, pero entonces no sabía que tus padres eran de ese rumbo, que don Donaciano Ochoa, en tiempos de coqueteos, conquistó a doña Amparo Castaños cantándole eso de que cuando dos seres que se aman y que se han querido, pues no tienen olvido ni temen morir.

Es más, fíjate, ni siquiera estaba enterado que la canción no se llamaba “Dos seres que se aman”, sino “El Sitio”, y menos sabía, cuando la escuchaba, que se refería a uno de los “Sitios” de Badiraguato, que son tres: el de “arriba”, el del “medio” y el de “abajo”. Ni tantito recuerdo a cuál te referiste cuando diste tu último concierto en Culiacán, en aquel memorable 10 de mayo de 1991, acompañada por la banda Los Tierra Blanca.

Eso sí: clarito me viene a la memoria que mencionaste el asunto cuando te tocó interpretar esa pieza, pero sobre todo cuando invitaste a tu padre para que hiciera dueto contigo, cantando algo también requete bien sinaloense, aquello que dice de que todavía es tiempo, vida mía, para que vuelvas a los brazos de quien te ama.

Ni tú ni nadie, esa vez del 10 de mayo de 1991, podía haber imaginado que no volverías a cantar en tu tierra, que tres años después te sobrevendría una enfermedad incurable, y que te traerían a Culiacán sólo para que reposaras tranquila, en tanto llegaba el tristísimo instante de que mi jilguero se quedara dormido.

Pero te decía que fui una vez al solar donde tus padres se dieron el primer beso, siguiendo el canto de Betsy Pecanins frente a un público angustiado, compuesto casi por puros soldados rasos del ejército mexicano, que llevaron para que no hubiera sillas vacías. Me gustó mucho Badiraguato, porque mis ojos, en ese entonces, nada más habían visto los paisajes del valle y de la costa.

Luego, más crecidito, me daban hartas ganas de volver a aquel Badiraguato de mis recuerdos, pero las cosas de la violencia siempre me detuvieron. Para qué te digo que no, si sí.

Claro que estaba enterado de que ese portento de señora que se llama Alicia Montaño iba y venía entre Culiacán y Badiraguato, casi como Pedro por su casa, dispuesta a impartir, sin quinto de por medio, sus enormes conocimientos del folklor nacional. Nomás la oía decir que Surutato por aquí, que Surutato por allá, que tú tranquilo, no te cabrees, que cualquier rato te trepo a la camioneta para que me acompañes al Centro de Estudios “Justo Sierra”.

Y que me va trepando, oye, haciendo bulto junto con Francisco Bibriesca, este culichi que le dijo que sí, por supuesto que llevo mi guitarra clásica hasta Surutato.

Salimos al amanecer de Culiacán y ya habían cantado los gallos cuando el vehículo dobló rumbo a la sierra, y entonces me acordé mucho de ti, del último concierto del 10 de mayo donde mencionaste lo de El Sitio, Badiraguato, y abrí los ojos todo lo que pude para llenarme con los paisajes; y fue que vi un árbol gigante que llaman el huejote, supe lo que eran los tepehuajes, me fasciné con piedras prehistóricas y raíces fosilizadas, descubrí una casa de lujo que jamás ha sido habitada, miré un panteón que pareciera privado con una tumba como capilla de proporciones lúdicas, nopales asombrosamente grandes, un criadero de venados como si se criasen gallinas, hileras infinitas del palo blanco florecido; y un pueblo mágico donde tanto se dan las naranjas como los duraznos.

Y en de repente, Amparo, todo era fragancia de pinos y encinos, bosques espesos de pinos como si hubiésemos abandonado Sinaloa para siempre.

Y ya no me gustó Badiraguato: me enamoré de él. Quedé hechizado con esta maravilla que se llama Surutato, allá donde Alicia Montaño, cada ocasión que va, provoca algarabía entre alumnos y profesores del Centro de Estudios “Justo Sierra”.

Y pues, mira: ¿cómo no se va a dar el amor en tan fantástico sitio?

Ahora entiendo mejor lo de tus padres, quienes también ya te acompañan en el ensueño.

Pero de cualquier forma estoy triste, mi querida Amparo Ochoa. Esto me pasa cada vez que se acerca la fecha del día que te quedaste dormida, en fecha 7 de febrero de 1994.

Este 10 de mayo se cumplen 32 años de tu último concierto en Culiacán, añadiendo que ya han pasado 29 años desde tu partida terrenal. Como dijo Paco Ignacio Taibo I: no sabíamos que ibas a ser tan necesaria. Yo te recuerdo siempre y de seguido escucho tu música. Te mando un abrazo hasta donde estés, mi querida y entrañable Amparo Ochoa. Y punto.

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