La mañana del 30 de junio de 1856, doña Josefa Grijalva dejó de lado sus ocupaciones hogareñas habituales y se trasladó a un lugar inusual; su destino fue la pequeña oficina del juez segundo conciliador de alegatos y demandas judiciales establecido en el puerto de Mazatlán. Tenía motivos sobrados para trasladarse hasta ese lugar. Su hija había sufrido injurias y eso no podía quedar impune.
Los hechos sucedieron de esta manera: en días previo, al anochecer, un militar con rango agregado a la Comandancia del puerto pasó frente a su casa y saludó a su hija. La muchacha no contestó el saludo. Ante ese gesto de indiferencia, el militar le dijo a la joven que era una “hija de tal por cual”, la joven no se inmutó y le contestó con una injuria similar. A la noche siguiente se presentó de nuevo el militar frente a la vivienda -acompañado de otra mujer llamada Salomé- y externó que quería recibir una satisfacción por la injuria recibida. Levantando la voz repitió su exigencia frente a la joven y como está no cumplió con los deseos del demandante, nuestro “ofendido” militar le propinó una bofetada a la jovencita y pudo haber continuado con otro golpe similar si la mujer que lo acompañaba no lo hubiera sujetado y convencido para que se retiraran del lugar. Como doña Josefa consideró que era una injuria -y agresión- grave se presentó ante la instancia encargada de aplicar la justicia. Sin embargo, ¡Oh decepción! su demanda no recibió el trato que esperaba, el juez simplemente cerró su reporte con un “No pasó” …El honor de un militar parecía ser más valioso que la dignidad de una dama y una familia.
Pero, no se puede cerrar esta narrativa sin mencionar el nombre del militar agresor… sin sorprenderse por favor: Antonio Rosales…Ese militar ya radicado en Sinaloa, quien casi ocho años después se convertiría en nuestro héroe de la Batalla de San Pedro. Así como le propinó una “paliza” a los franceses cuando se acercaban con la intención de tomar militarmente a Culiacán, con ese mismo temple y sangre fría, cruzó con su diestra la mejilla de una jovencita mazatleca.
¡Qué cosas tiene la vida! Para mostrarnos no a seres míticos, personajes de idolatría, vueltos leyenda, ni héroes inmaculados, ya que existen sujetos …de bronce y de cobre… Registros archivísticos de aquellos tiempos conservan indicios sobre este incidente protagonizado por este “aclamado” General para presentar a un ser humano, con matices, emociones y pasiones.
Su conducta fue tomar por su cuenta, y sin gran riesgo, la aplicación de su “código de honor” de varón, barnizado con orgullo, vanidad y rango militar; amasijo de sentimientos morales henchidos jerárquicamente, lo que no da pie a la humildad y la sencillez. En su lógica, era merecedor de reconocimiento, trato privilegiado, y por ende, su honor es discriminador y hasta ofensivo.
Por lo tanto, debemos valorar con más cuidado aquella afirmación del historiador Francisco Javier Gaxiola cuando afirmaba que “lo positivo es que Rosales en 1856…principió a figurar en Sinaloa, sería un hombre de 30 años a lo sumo y…su existencia gloriosa por mil títulos, perteneció por completó a Sinaloa que fue el teatro de sus hazañas y el centro de sus afectos” …también de uno que otro defecto…seguramente. Lo perfecto es inhumano.
Algo curioso, es que este incidente ocurrió, casi cuando el General Miguel Blanco, Gobernador y Comandante Militar del Departamento lo desterró de Mazatlán y lo envió a la parte norte de la entidad…coincidencias de la vida.
En fin, sucesos “menudos” de nuestra historia.