Un niño que nació en 1842 -al parecer proveniente del puerto sinaloense de Mazatlán- fue trasladado a la ciudad de México con solamente diez años de edad para encausar su gusto por la pintura e ingresar a la Academia Nacional de San Carlos. Fue un estudiante distinguido. Su nombre: Job Carrillo. Alumno fiel del pintor español Pelegrin Clavé, quien se desempeñaba como profesor y director de la Academia de Pintura.
Esa fidelidad la puso de manifiesto en el verano de 1855, al firmar una solicitud colectiva de más de medio centenar de alumnos de pintura y escultura, dirigida a la Junta Directiva de la Academia, a fin de que se diera marcha atrás a la separación del cargo y contrato del Prof. Clavé como Director de Pintura, ya que no solamente perderían a su ”amado maestro” sino que, acercándose el fin de su carrera, con este cambio provocaban “ser heridos de muerte nuestros estudios, nuestro entusiasmo y nuestro porvenir, arrebatándonos el sabio y prudente guía que tan acertada y luminosamente…desde hace nueve años nos conduce”. Según parece, se cumplieron sus peticiones.
Job, como artista en formación, recibió toda la influencia de Clavé, quien tenía gran predilección por la pintura idealista alemana, patentizada en un arte espiritual y patriótico, con rasgos místicos y de religiosidad cristiana. Ese espíritu patriota lo conduce a plasmar escenas apoyadas tanto en fuentes literarias como históricas. Bajo este influjo, entre las creaciones de Job como discípulo de la Academia destacaron las pinturas “San Mateo” y “Torso de un cautivo”. Asimismo, participó en la 11ª. exposición anual de la Academia, organizada entre 1858 y 1859, con el lienzo La Samaritana. Sus obras se distinguieron por la brillantez de la composición y el color.
Por su calidad se le ofreció una pensión (beca) para que perfeccionara sus estudios en Italia, pero rechazó tan honrosa oferta para no separarse de su familia, especialmente de su padre, ya anciano.
A los veinte años se trasladó a Michoacán para hacerse cargo de las clases de pintura y dibujo del Colegio Nacional de San Nicolás de Hidalgo. Entre 1862 y 1863 impartía clases en este Colegio, teniendo como colegas de docencia a Octaviano Herrera y Ramón Anzorena; en este plantel tuvo como alumno a Félix Parra, quien a su vez sería maestro de Diego Rivera, y titular de la Academia de San Carlos.
Poco tiempo después se desplazó por varias regiones de la república y de Estados Unidos, para después radicar temporalmente en Mazatlán. En este puerto, su labor artística, la complementó con la promoción de actividades y funciones teatrales, para lo cual formó una compañía dedicada a ofertar ese ramo de las artes escénicas.
Debido a su amplitud de miras, su obra se acercó a San Francisco, California y, sobretodo, a su Exposición Industrial de principios de los setentas. A ese evento, Job Carrillo envió un lienzo con el retrato del cura Miguel Hidalgo y Costilla, pero la pintura no llegó a tiempo para la exposición. Pasado este evento, se le envió el cuadro vía marítima hasta su ya mencionado lugar de residencia: Mazatlán. Pero ya antes esta pintura se habia exhibido en la conmemoración cívica del grito de Dolores de 1871, organizada en el centro del país.
A mediados de 1872, con relación a dicho cuadro y artista, el periódico “La Voz del Nuevo Mundo” (editado en San Francisco en idioma español) comentaba: es pintor de no escaso mérito y … de su paleta han salido cuadros con que se honraría el mismo Rubens…. Reciba el sr, Carrillo nuestras mas sinceras felicitaciones por el triunfo que ha obtenido, y crea firmemente que nuestro mayor deseo consiste en que adquiera nuevos timbres de gloria con que coronar su laureada frente. Mientras que el periódico mexicano “La Sociedad” no se quedaba atrás en halagos. Tras visitar su galería, exaltaban la majestuosidad de su pincel y de sus obras, especialmente de lo logrado en la imagen de Hidalgo:
Al momento de fincar su morada en Mazatlán contaba con 31 años de edad; estancia que duró sólo unos cuantos años, pues en 1876 ya radicaba nuevamente en la ciudad de México, donde tras ocupar ciertos cargos municipales, se desempeñó como profesor de dibujo en el Colegio del Tecpam, de Santiago Tlatelolco. Su especialidad era el retrato. Destacaba la fidelidad y la habilidad para dar animación a las fisonomías que su pincel trasladaba al lienzo.
Como era un andarín empedernido, vivió un tiempo en La Habana y Puerto Rico, donde alcanzó reconocimiento. Para fines de los setentas cambió su residencia a Nueva York, ejerciendo su profesión de pintor y retratista. En fin, fue un artista de Mazatlán, pero con alas abiertas y vuelo continuo.