Han pasado 53 años desde aquel 1968, año bisiesto de convulsas y revueltas políticas y sociales en el mundo; año en que se suscitaron los asesinatos de personajes como Martin Luther King o Robert Kennedy en Estados Unidos; año de la invasión soviética a la antigua República de Checoslovaquia; año de numerosos disturbios estudiantiles en universidades norteamericanas en contra del racismo, que se extendieron a Francia en aquel memorable mayo parisino y continuaron hacia México en el mes de julio, con el movimiento estudiantil surgido tan sólo tres meses antes de los décimo novenos Juegos Olímpicos.
Todo comenzó con una simple bronca estudiantil en el mes de julio de 1968, cuando alumnos de la preparatoria Isaac Ochotorena se enfrentan con alumnos del Politécnico. La policía interviene y persigue a varios estudiantes que se refugian en la Plaza de la Ciudadela. Allí son golpeados y detenidos por elementos del cuerpo de granaderos.
Al comenzar el mes de agosto, el entonces rector de la máxima casa de estudios, Javier Barro Sierra, declaró: “La autonomía de la UNAM está amenazada gravemente”. Entonces encabezó una manifestación de más de 80 mil personas en Ciudad Universitaria. El movimiento crece y la tensión también. Ese mismo mes se constituye el Consejo Nacional de Huelga formado por estudiantes de la UNAM, el Politécnico, de la Chapingo, la Universidad Autónoma del Estado de México, la Ibero, Lasalle y otras instituciones de provincia. Para el 8 de agosto, 150 mil alumnos se declaran en huelga general. El Consejo Universitario de la UNAM se pronuncia a favor de las demandas estudiantiles y brinda su apoyo incondicional al rector Barro Sierra.
Primero de septiembre. El entonces presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, declara durante su cuarto informe de gobierno: “No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaríamos si es necesario; sabremos emplear todos los elementos que el pueblo puso en nuestras manos”. Una semana después, alrededor de 30 mil estudiantes se reúnen en un primer mitin en la Plaza de las Tres Culturas, convocado por el Consejo Nacional de Huelga. El 13 de septiembre se efectúa la memorable marcha del silencio; y el día 15, Heberto Castillo, maestro de la UNAM, da el Grito de Independencia en CU. El 18 de septiembre Ciudad Universitaria es ocupada por el ejército mexicano. Más de 500 estudiantes son detenidos. El 24 de septiembre el ejército ocupa también el Casco de Santo Tomás en el Politécnico, tras una batalla campal contra los estudiantes que defienden sus escuelas.
Para el primero de octubre, el Consejo Nacional de Huelga rechaza el llamado a regreso a clases y convoca a un mitin que deberá efectuarse al día siguiente en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Y ese 2 de octubre cientos de personas se juntan en tan anunciado mitin. Y al filo de las seis de la tarde, un helicóptero sobrevuela la plaza y minutos después lanza cuatro luces de bengala que marcan el inicio de la matanza de estudiantes y civiles de aquella fecha inolvidable.
La refriega entre el ejército y los estudiantes se prolonga hasta la media noche; a esa hora, el ejército toma el control de la situación. Se habla de centenares de muertos, heridos y miles de detenidos. La mañana del 3 de octubre, los mexicanos desayunaron con el siguiente encabezado en los principales diarios del país: “Refriega del ejército contra francotiradores en Tlatelolco: 30 muertos, 53 heridos y 1,500 detenidos”.
Para el 5 de octubre, la mayoría de los líderes del movimiento estudiantil se encuentran encarcelados en el Palacio Negro de Lecumberri. Para el 12 de octubre, Día de la Raza, se inaugura en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria la fiesta de las Olimpiadas. Entonces nadie parece recordar lo que días antes había ocurrido.
Han transcurrido ya 53 años y todavía el 2 de octubre no se olvida. Recuerdo, recordemos, como dijo la poeta Rosario Castellanos. El olvido no es una opción.