- El pintor afincado en Tecate, Baja California, falleció este domingo 22 de agosto
- Deja un legado importante en la plástica y en la docencia
Murió el chamán de la pintura: Álvaro Blancarte, el pintor errante que dejó hace muchos años Sinaloa para afincarse en Baja California Norte, dejando tras de sí un legado importante en la plástica y la docencia.
Nacido en Culiacán, Sinaloa, en 1934, donde se convirtió en uno de los personajes principales en la escena de las artes visuales: pintando, dando clases y manteniendo activa una vida cultural.
En los últimos años, en su taller La Panocha -ubicado en Tecate- desarrolló gran parte de su obra y se rodeó de jóvenes con quienes compartió su fuerza creativa.
“Para mí es un vicio enseñar, igual como el que tengo por crear. El arte actual me merece el mayor de los respetos, enseñar a las nuevas generaciones y estar de acuerdo con el pensamiento de la época de los jóvenes. Soy un viejo vigente”, consideró en alguna ocasión.
“No puedes ser un viejo engarrotado en una época, hay que estar más allá que la época, que los muchachos pueden estar inmersos en esa dinámica de estar enseñando, pero también aprendiendo”.
Blancarte siempre se consideró un creativo moderno. Asumió su vida como un artista de vida completa, con una obra poderosa de tipo abstracta, con la que materializó sus sueños.
En su obra persiste la aparición de chamanes, el barroco profundo, los recuerdos, la frontera, el transitar, la mexicanidad, los colores de la tierra: cafés, azules, amarrillos, verdes, lo que afirma que era un pintor y escultor de rupturas y continuidades.
Vida creativa
En sus años de juventud, viviendo en Culiacán, Blancarte fue alumno de Erasto Cortés Juárez en el Taller de Artes Plásticas de la Universidad de Sinaloa, lo que fue para su beneficio al vivir en el primer cuadro del viejo Culiacán, que configuraba su traza urbana, llegándole a ser muy cercano.
Al paso de seis años ya dominaba técnicas, además de la escultura, la pintura y el dibujo, lo que le permitió incorporarse como maestro e incluso como el primer director de la Escuela de Artes y Oficios de la Universidad, en 1970, y empezó su vida como creador errante, y así como Heródoto, viajó a España y después se afincó en la Ciudad de México, donde desarrolló una prolífica labor como maestro y pintor.
El terremoto de 1985 trastocó su vida y al ver morir a varios de sus amigos, decidió tomar sus pinceles, óleos y emprender camino a la tierra fronteriza de Baja California Norte, para radicar con su familia en Tecate.
“Yo venía de una ciudad verde y me encuentro con la maravilla de La Rumorosa, las pinturas rupestres y eso ha hecho que de manera inconsciente trabaje con las texturas cafés, azules, que hacen que siempre quiera estarme sorprendiendo a mí mismo”. dice.
“Yo llegué para cambiar la plástica en Baja California, promoviendo el arte-instalación, primero a través de la Universidad, en Tecate, en ese entonces no había nada de arte”, contó.
Legado plástico
Otro aspecto fundamental en su ejercicio creativo, es el desarrollo de la pintura mural en distintos espacios, como el ubicado en la garita El Chaparral que une a San Ysidro, California, con Tijuana, en la que recupera elementos simbólicos provenientes de los pueblos nativos de la región, particularmente de la cultura Kumiai; en el Palacio de Gobierno de Sinaloa, se encuentra otro con temática histórica.
En el Centro Cultural Tijuana también desarrolló un impresionante mural y su obra aparece en distintos libros.
“En todo este tiempo he tenido y vivido de todo. He podido crear, amar la pintura. Ser pintor te da la oportunidad de vivir, no sé a quién quiero más si a mi mujer o al arte, la verdad es que son dos cosas que no puedes dejar aunque te mueras”, señaló el maestro.
El arte también le ha dado una percepción diferente de la vida: “El arte me ha servido para pensar en algo que puede ser que te haga olvidar cosas negativas como la violencia, el arte te hace ser humanista, te hace pensar y confiar en que el mundo puede cambiar”.
Descanse en paz.