- Actualmente muestra Vivir el morir, el gusto por la muerte y el amor por las flores, en Fribourg, Suiza
La muerte tiene muchas caras, pero la que Kijano pinta es festiva, sensual, llena de color y de sueños, como todos esos elementos oníricos que se reúnen en cada uno de los cuadros, que lo siguen en su andar desde hace más de 40 años, cuando encontró que la realidad le quedaba corta, teniendo que echar mano de la literatura, la pintura, la gastronomía y la historia, para saber que los días tenían sentido.
Ninguna profesión se peleó con la otra. Se complementaron, aunque todo se condensa en los trazos siempre firmes y evocativos de su propuesta pictórica, que al igual que la de él, ha tenido un camino de trotamundos.
Desde hace unos días, la Galeria Cathédrale -ubicada en Fribourg, Suiza- recibió Vivir el morir, el gusto por la muerte y el amor por las flores, una muestra que recuerda cómo se vive la fiesta entre los vivos y los muertos en México.
Y ahí está la espigada catrina con su sombrero de colores brillantes, el sonriente catrín con un sombrero lleno de pájaros, la boca de sandía y una mirada que abre otros escenarios azules y rojos.
También el camino lleno de flores, la mesa y el pan del buen comensal, la calaca con su puro y un naciente árbol en la parte superior. La muerte, que deambula de un cuadro a otro, y las velas, y las ausencias, convierten a esta alegoría de la muerte en un gran festín.
Los cuadros que el maestro Kijano pintó para esta serie sigue la tónica que lo ha distinguido: obras que invitan al espectador a entrar en ellas y ser parte de ese realismo mágico evocativo, porque en algunas de ellas vale preguntar: ¿acaso sus pinturas son un sueño?
De lo que no hay duda es que cada una de las imágenes son ventanas que abren otras y llevan a quienes las ven, a su propio imaginario, a su infancia en la costa de Guerrero, a sus lecturas, a Rusia y al México que lo han cobijado.
Kijano, formado académicamente como historiador en Moscú, pero alimentado de los colores y olores de este país, en su obra ha sido la continuidad de sí mismo.
Ha dicho que nació como pintor y los caminos han hecho el resto. No es la primera vez que la muerte está en su trabajo pictórico; sin embargo, es ahora cuando resume una visión total de este transitar entre dos mundos.
La exposición Vivir el morir, el gusto por la muerte y el amor por las flores, recuerda que el arte no tiene por qué ser sólo incisivo en temáticas dolorosas, sino también alegre.
Difícilmente se puede tener otra sensación ante esta serie de obras de mediano formato, en las que recuerda también a Guadalupe Posadas, Carlos Gardel, José Gorostiza, acompañados de poemas convertidos en títulos para cada de una de ellas.
Así, tanto pintor como poeta se han fusionado para ofrecer lo creado bajo la intensa luz de los días que llegan a través de los amplios ventanales de su estudio, en Cuernavaca, junto con el sonido del riachuelo que cobija a los árboles. Pero sobre todo al silencio de morir pero sin marcharse.