Fue como el desayuno de la abuela. Y sin pretensiones. Nada de ostentar vajillas, ni presumir mantelería, porque el platillo se defendía solo desde su trinchera de sabores con indiscutible vocación sinaloense. Era como uno de esos rehiletes con que juegan los niños en época de fiestas patrias, generosamente dividido en tres porciones principales, esto es, machaca, chorizo y chicharrones, servidos con tiras fritas de tamal de elote, una gordita de asientos, queso fresco y una salsa estilo pico de gallo, con nopales y un toque de cilantro. Al costado del plato, un bol chico con frijoles caldudos guisados, y la canastilla con tortillas recién salidas del comal.
Para antes, la chica del servicio trajo una senda taza de café de olla, por cierto delicadamente perfumado con piloncillo, canela y posiblemente clavo, sin que éstos, o alguno de ellos, dominara sobre el paladar, pues se ha vuelto común que en algunos establecimientos sirvan café de olla con preponderancia en las especias, por ejemplo con exageración en la canela; cuando no como miel de piloncillo, tan dulce, que uno casi corre con el galeno para que te midan el nivel de azúcar en la sangre. Bueno el café, pero desilusionante un de pan de mujer con mantequilla que fue solicitado, porque desde el primer instante dio indicios de haberse horneado con harina preparada, sin esa cáscara y miga crujientes que proveen las horas, cuando se prepara de forma artesanal.
También anterior al desayuno, trajeron a la mesa una porción de jocoque con totopos, comprobado que se trataba de un jocoque de firma comercial, que sin ser desagradable, representó una lástima ante la pretensión del restaurante, que sugiere cocinar a partir de productos y sabores característicos de Imala, donde lo que no faltan son lecherías. Pero la machaca no ofreció resistencia: nada de una machaca vuelta polvo, pues textura y gusto dieron la sensación de ser una machaca mortajada y deshebrada, muy buena. Y los chicharrones en salsa, puntuales; aunque hubiera preferido sentir lo crocante en alguno de ellos. Y el chorizo guisado, sensacional, con buen equilibrio por la sutil presencia de chile poblano. Y no se diga de las tiras fritas de auténtico tamal de elote, que sin remedio remite a los sabores de Sinaloa. Pero el queso fresco quedó en supuesto. Más bien se asemejaba a panela. Y mire que en Imala hacen exquisitos quesos.
La gordita de asientos estaba a pedir de boca, mientras el pico de gallo sí que irradiaba frescura. Fue notorio que en ‘El Marquéz de Imala’, como se llama el restaurante, saben cocer los frijoles como Dios manda, que se ofrecen para acompañar el platillo que en el menú se nombra ‘Pa’ probar de todo’, que a decir verdad representa a la cocina típica de Sinaloa, o a la abuela que todos tenemos en casa, o quizá en la nostalgia. Es un conjunto rico y llenador, con un costo de $124.00, más $28.00 por el café de olla. Se ubica por la calle Hidalgo No. 679 poniente, entre G. Robles y Teófilo Noris, en Culiacán. Sólo sirven desayunos, de 7:00 a 12:30 horas. Vale la pena visitarlo. En Imala se llama igual y sólo trabajan los domingos. Y es todo.