AJUSTE DE CUENTAS

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No se trata de que yo nada más pasaba por allí, sino que hay que joderse como Dios manda haciéndonos responsables de nuestros actos.

Te enteras del triunfo del PAN en México y dices caramba, deseando disfrazarte con un personaje de novela, del sello García Márquez, para percibir una tibia y tierna brisa de muerto grande y podrida grandeza: aterra la posibilidad de su regreso a la Presidencia, porque dilucidar sobre el PAN es como ir guiado por un viento putrefacto, es como caminar por la estela de más de 120 mil cadáveres que dejó el gobierno de Felipe Calderón.

Te enteras del fracaso nacional del PRI y no te permites ni el mal gusto de un remordimiento, porque sabes perfectamente por quién doblan las campanas, porque estás enterado de que lo que quiso decir la gente, y dijo, es que Enrique Peña Nieto no puede olvidar que quien siembra Casas Blancas recoge desprecios ciudadanos.

Te enteras de los porcentajes que en término de votos obtuvo cada partido en Sinaloa, sacas la cuenta del posible resultado si el PAN nacional no hubiera enviado un emisario a romper la alianza con el PAS, luego razonas en torno a la figura de Ricardo Anaya y terminas riendo en plan qué simpático es este imbécil. Te ríes un huevo y parte del otro.

Como muchos, adviertes hedentina en el proceso electoral sinaloense.

Y como con un flashazo recuerdas que en la vieja campaña para gobernador elegiste a Mario López Valdez, y que a los meses descubriste que el hombrecito estaba amparado por la osadía del ignorante; y que la suya no ha sido una administración, sino una vergüenza. Hubo límites donde debió imponerse la palabra basta.

Pero asumiste la situación, como debe ser, pues sabes que no se trata de que yo pasaba por allí, sino que hay que joderse como Dios manda, haciéndose cada quién responsable de sus actos.

Y te hiciste cargo del voto emitido, con María Luisa Miranda incluida, directora del Instituto Sinaloense de Cultura. Y pese a que aún reniegas, has tenido que llevar en la conciencia el despojo que quedó de Audómar Ahumada y Juan Guerra, aquellos líderes de izquierda cuya trayectoria alguna vez respetaste, pero que envilecieron por amor a la nómina gubernamental y le añadieron otra raya al desprestigio del PRD.

Lo único que te salva es la ausencia de pasión. La vaciaste casi toda en tus tiempos militantes de aquella historia que nunca fue. Y la que te queda, la has dejado para el consumo personal. Se te acabaron los suspiros reprimidos.

Y desde ese ángulo, desde tu larga vida de déspota solitario, viste crecer las campañas y madurar los candidatos. Qué viva, le gritaba el gentío a Héctor Melesio Cuén Ojeda. De esto, tú fuiste testigo en la distancia. Y derivaste tu posición, decidiste cruzar la boleta en favor suyo, donde decía PAS, por una razón elemental, casi de sentido común: porque lo conocías. Y porque mejor no podría haberle ido a la Universidad Autónoma de Sinaloa, de haber ganado él en la contienda.

Y pues que te disculpen los que se decían insobornables guardianes de la ética y de la moral de la UAS, porque en medio de la disputa electoral y con todo cristo mirando la escena, impulsados por la desesperación, el rencor y la venganza, los supuestos defensores deshonraron sus ya huecas ideologías de izquierda y sin pudor alguno integraron la corte de aduladores impávidos de Quirino Ordaz.  Imaginas a cada uno y no encuentras nada digno de tus nostalgias. Pero en el fondo tiene gracia, aunque estúpida sea la gracia.

Antes del bacanal de la campaña, desconocías vida y alcances de Quirino Ordaz Coppel, y maldito lo que te importó conocerlo cuando lo tuviste cerca; ni tampoco intentas ningún coquetear oportunista en sus prefacios de gobernador electo.

Esto se explica sin complicaciones: eliges lo que conoces; y no a los partidos, sino a las personas. La máxima se aplica a Jesús Valdez, aunque sea priista. Pero sobre todo, porque no buscas prebendas.

Y pues aquí estás con tus ajustes de cuentas con la vida, a una altura en la que creías estar ya a salvo de todo esto, y mira.  Es que a la dignidad de cada cual le corresponde establecer los límites. Y ya.

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