Al arribo de la tercera edad, ¿habrá de permanecer el amor gay o lébico, habrá alguien sosteniéndonos la mano?
No sé si le pasa a la gente gay adulta, pero con el paso del tiempo nos enfrentamos al que pasará con nuestra vida cuando seamos ancianos. Es difícil predecirlo, pero en definitiva creo que nadie tiene comprada una tercera edad alegre y feliz; y si creyera que el dinero lo arregla todo, pues vaya que se ocuparía una buena cantidad para asegurar esa etapa de nuestras vidas.
Me pregunto si hoy en día nuestros adultos mayores, gays o lesbianas, viven felices, cómodos, aceptados y cuidados. Y lo más importante: si viven queridos.
Recordemos que la mayoría de ellos viene de una generación acostumbrada a señalar y discriminar; y no sé si todos fueron aceptados en sus familias, o si tengan fuertes lazos familiares en los que poder apoyarse en momentos de necesidad.
En lo particular a mí me da miedo la vejez. Vivimos cada vez más sumidos dentro de estereotipos de juventud y belleza infinitos, de éxito económico, sexo fabuloso y parejas perfectas, que nos desvivimos tratando de cumplir cada una de ellos, sin reflexionar, o sin caer en cuenta, que no todos estamos en capacidad y posibilidades de alcanzarlos.
El amor gay y lésbico son particularmente difíciles. Tratamos de que encaje dentro del único patrón que conocemos, que es el de una pareja heterosexual, y tratamos de encajar en los roles que tales parejas tienen; y también adoptamos de ellas sus errores, por lo que creo que dicho modelo de amor a nosotros no nos funciona como quisiéramos.
Es tan común escuchar aquello de que ya me urge tener novio o ya quiero casarme, pero esto tiene más que ver con el temor a la soledad.
Si alguien te gusta sólo por el físico, es pasión. No es amor. El amor va más allá de eso: amor es comprensión, cariño, complementarse el uno al otro, sentir que otra persona estará ahí para ti en tus buenos y malos momentos, y al revés.
La pasión finalmente se desvanece muy rápido, mientras que el amor verdadero permanece con el tiempo, supera diferencias y distancias; tan maravillosamente, que si un día llegamos a ser ancianos y vemos que alguien nos sostiene la mano, entonces podremos decir que lo hicimos bien.