LA AURORA EN NUESTROS TIEMPOS

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Discurso pronunciado en el acto simbólico de iluminación de El Pitón de La Aurora, el viernes 6 de enero de 2017.

Agradezco al Ayuntamiento de Culiacán por la deferencia que me concede para pronunciar unas breves palabras alusivas a uno de los iconos de la ciudad capital: la chimenea del ingenio azucarero, mejor conocida como El Pitón de La Aurora.

Vemos y sentimos su magnificencia y nos preguntamos: ¿qué claridades sociales anunciaba esta instalación agroindustrial en la ciudad de Culiacán en el año de 1876?

Sin duda, fue el salto a una nueva etapa de crecimiento económico donde se llegaron a emplear hasta 250 personas, con el consabido impacto en las actividades productivas y comerciales de una ciudad ribereña que apenas alcanzaba una población de 7 mil 878 habitantes.

Esta realidad productiva generó un incipiente polo de desarrollo urbano que trajo nuevas unidades habitacionales, aparte de migrantes de todas las edades y condición, que se trasladaron de la sierra y las costas a una centralidad que presagiaba otras luminosidades.

El contexto de su época ya tenía encima a la Revolución de Tuxtepec, divisa nacional del general Porfirio Díaz para acceder al poder, y en Sinaloa Francisco Cañedo –su aliado más firme–. La Aurora se construye en años de inestabilidad política nacional, pero con una enorme fe en el porvenir de un país que necesitaba paz social para desarrollarse.

Esa era La Aurora que levemente arropaba a la ciudad, la cual encontró en la fábrica azucarada la producción de 750 mil libras de tal producto y los 500 barriles de aguardiente anuales en los años de su mayor esplendor, aditivo para enardecer las fiestas populares y patronales de las advocaciones parroquiales del valle de Culiacán y más allá de sus fronteras.

Esta Aurora, en amalgama de producción, empleo, fiesta y crecimiento urbano, se erigió en símbolo de un Culiacán que hizo de la música, el baile y el canto, la razón de celebraciones populares.

Aquella Aurora productiva se difuminó con el estallido revolucionario de principios del siglo XIX, pero se preserva hoy con el Centenario de la Constitución de 1917.

Este espacio simbólico de Culiacán es, a pesar de nuestro complicado momento social, lugar para la creatividad y el recuerdo de una ciudad que ya no puede detenerse en su desarrollo cultural.

La Aurora, edificación llevada a cabo por maestros de obra y alarifes a los que conocemos como albañiles, necesitó el concurso de miles de  ladrillos, piezas nacidas de la colorida tierra, esto es, el barro, con el esfuerzo de familias que pusieron su entusiasmo en tal construcción.

Preservar estos restos arquitectónicos de carácter agroindustrial en Culiacán, merece nuestra atención; y sobre todo utilizarlos para acrecentar su carácter patrimonial en una declaratoria institucional que le dé un estatus cultural de gran significado.

Muchas gracias a quienes han insistido en esto, porque al hacer visible ésta más que centenaria presencia, la presentamos viva y hermosamente imperecedera en nuestra ciudad.

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