ESO DE LA EXISTIDERA

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Cuando nace un niño en la familia de usted –o en la mía– luego luego buscamos la legalidad: le damos un nombre y corremos a decirle al mundo que existe. Se genera un acta de nacimiento.

Cuando algún familiar fallece, luego luego damos parte a la autoridad correspondiente y obtenemos un acta de defunción. Y en nuestra colección tal vez haya también, al menos, un acta de matrimonio y otra de divorcio.  Necesitamos que todo conste en actas.

En los altos del municipio de Sinaloa habita la etnia rarámuri o tarahumara, aunque ellos se autodenominan “tarámaris”.  Es un pueblo originario parte del de Chihuahua que, cuando se hizo la división política por estados, quedó del lado de Sinaloa. Los tarahumaras sinaloenses han vivido  a la buena de Dios, de SU Dios, al que le danzan cada vez que van a levantar una cosecha.

Cuando un niño nace entre ellos, sólo lo reciben, le dan su teta y ya más grande le ponen a la mano su taquito de sal. No hay registro y mucho menos bautizo.

Cuando una pareja de tarahumaras sinaloenses decide vivir junta, el novio debe ir a buscar a la familia de la novia, hablar con los padres y si éstos están de acuerdo, se irán a vivir juntos. Si no hay una aceptación plena, los novios evitan la unión, porque lo que menos quieren son problemas.

Ni en el momento de la unión, ni en el del nacimiento, ni en ningún otro, habrá fiesta: simplemente no hay dinero para eso.

Ante el fallecimiento de algún miembro de su familia, proceden a limpiar su cuerpo, vestirlo y envolverlo en un petate viejo. Los petates son hechos por las mujeres de la etnia y les lleva hasta una semana su elaboración, así que no hay tiempo para hacer uno nuevo. Luego de envolver al difunto, se hace el agujero en la tierra, calculando que quepa acostado; luego se coloca al fondo una  tanda de varas, sobre ésta se coloca el cuerpo y enseguida se cubre con la tierra. Debe ser el mismo procedimiento en muchas regiones del país. De ahí lo extendido de la expresión “Se petateó”, para decir que alguien falleció.

El cuerpo no es llevado a la iglesia, pues como ésta queda a seis u ocho horas en vehículo, se necesitarían al menos 900 pesos de gasolina y pagar la misa, además de que no se lo recibirían en petate y habría que comprar un féretro… los gastos se dispararían. Por suerte no es su cultura.

Anteriormente cada familia elegía el lugar donde enterrarían a sus difuntos, esto podría ser en el patio trasero de su casa, junto a la milpa, en una cueva, o dónde se les iba ocurriendo a uno por uno. Todavía hay quienes eligen un espacio para sí mismos. “Se me antoja que me entierren en este pedacito”, dicen; pero en algunos de estos pueblos ya están destinando un espacio para panteón.

Nacer, vivir y morir sin un solo documento que dé cuenta de ello. Sin nada  que heredar. Ni siquiera deudas.

Hace dos décadas hubo una brigada del Registro Civil para extender actas de nacimiento a los nativos, y les inventaron nombres y apellidos. “No tengo me llamo”, decían antes. De ahí que ahora cualquier persona que va, encuentra pueblos donde todos son Olguín Olguín, Castro Olguín, García Castro y todas las mezclas de los anteriores; y dicen –sin saber el origen– que son unos cochis.

Hubo incluso personas que fueron registradas con nombres de  personajes de la política o la artisteada, siendo el más famoso un nativo ahora llamado  Renato Vega Alvarado, en alusión al ex gobernador del estado. A los tarahumaras se les explicó que era necesario que tuvieran un acta  de nacimiento, pero nunca han buscado un acta de matrimonio. Para eso sólo necesitan arreglarse entre familias.  Tampoco han necesitado un acta de defunción: para eso solo necesitan aflojar el cuerpo.

Porque para to be or not to be, sólo se requiere, un día, abrir los ojos; y al otro, cerrarlos.

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