LAS VIUDAS DE ‘ISMAEL’

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El 14 de septiembre de 1995 amanecía nublado en Guasave.  Horas más tarde llegaría ‘Ismael’, un fuerte huracán del que nadie avisó.

–Yo me salvé por güevas que soy, la neta. Otros no tuvieron esa suerte. Yo me levanté y vi nubladito, pos no voy, y me volví a acurrucar –dice mi hermano Felipe, al preguntarle dónde estaba ese día.

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Y como él, fueron muchos los pescadores ribereños que decidieron quedarse ante el mal clima; lo tomaron como descanso, luego de dos semanas de arduo trabajo en el mes más importante del año para la captura de camarón.

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Pero ante la falta de la alerta de huracán, otros se atrevieron a salir.

Lupío, sentado en una silla mecedora en el portal de su casa en El Huitussi, Guasave, se ríe nervioso. Hace mucho que no hablaba de ‘Ismael’. Tenía 28 años cuando lo atrapó.  Cuenta que al mediodía  se oscureció de repente; andaban muy lejos, muy al centro. Ese día lo acompañaba Romualdo Parra, el Ruma. Las olas pasaban por arriba de la lancha y ellos bien agarrados con una mano, empleaban la otra en “achicar” el agua a toda velocidad. Después de un momento de calma, el golpe de una ola les rompió la lancha. Vieron acercarse la luz de dos lanchas: eran pescadores del mismo pueblo de quienes se niega a dar los nombres. Los lancheros recién llegados aceptaron amarrar la lancha de Lupío para jalarla a la orilla, pero la lluvia y la marejada arreciaron. Uno de los lancheros tomó su navaja y cortó el mecate.  Se fue sin decir más. El segundo se disculpó: “Compa Lupío, no la vamos a hacer”. Y cortó también el mecate. En cuestión de segundos la lancha se partió en dos. Vieron hundirse el motor con media lancha, mientras luchaban por mantenerse a flote en la parte del castillo. Lupío ya se había amarrado a la cintura dos garrafones vacíos para que le sirvieran de flotador, pero cuando el castillo se hundió y ellos quedaron a la deriva, el mar estaba tan agitado que sentía que los garrafones lo partían en dos.

Aquí hace una pausa y ríe. Ríe siempre para no flaquear.

En los pueblos de barqueros, como Palos Verdes y La Brecha, la cosa era peor. Los barqueros se sienten seguros en su barco, se enfrentan seguido al mar picado, a marejadas esporádicas y ese día nadie dijo, nadie avisó que vendría un huracán. Las cifras oficiales dicen que fueron 52 barcos dañados y 57 pescadores muertos. Fueron más. El huracán pegó de lleno en Topolobampo. Y toda la costa, desde Topolobampo hasta Guasave, era un solo llanto.

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El día siguiente al huracán, todas las lanchas se hicieron a la mar para recorrer  las pequeñas islas en  busca de sus familiares, de los sobrevivientes. Encontraron pocos sobrevivientes y el día se les fue en recoger cadáveres.  Era imposible no doblarse al llegar a cualquiera de esos pueblos llenos de carpas fúnebres, de familias en luto, de inocentes muertos, de personas humildes que salieron a trabajar porque viven al día, porque sus hijos tenían hambre, porque nadie avisó. A las mujeres que resultaron viudas durante este fenómeno meteorológico se les llama todavía Las viudas de ‘Ismael’. Para ellas no hubo un “usted disculpe”, mucho menos una indemnización.

Lupío cuenta  que no sabía ni qué hora era. A la oscuridad del día se le pegó la de la noche y ellos eran un trapito a merced del mar. Cada ola los hundía y tragaban agua. Cuando la ola se iba, ellos salían a toda velocidad a vomitar el agua y respirar, para esperar a la siguiente ola. Así pasaron esa noche con las horas más largas que han vivido. Durante esa noche transitaron varios estados de ánimo. Lupío no lo cuenta porque es un caballero, pero él le salvó la vida a el Ruma cuando éste ya se había resignado a morir. Esa parte se la contó el Ruma a su mujer al llegar a su casa, cuando se quedó sentado, llorando, un rato en un escalón.

“Sálvese usted”, le dijo el Ruma, pero Lupío no lo dejó y luego de cada ola iba a buscarlo para darle ánimos y ver que estaba bien. “Vamos a salir de esta, compa Ruma”.

Y amaneció. El mar estaba tan tranquilo que parecía no recordar lo que había hecho el día anterior. Lupío y el Ruma estaban agotados, pero vivos, en medio de esa tranquilidad. Divisaron la orilla y nadaron hacia un banco de arena; no lo sabían, pero estaban en la boca de Topolobampo. Cuando salieron, Lupío vio que al Ruma lo había desnudado el mar. Él solo había perdido la camisa.

–Compa Ruma, ahorita van a venir a buscarnos y lo van a encontrar bichi: ¿qué le parece si le presto mi trusa?

Hace 21 años de ‘Ismael’ y Lupío todavía se tira al mar en busca de su motor, cuando pasa por el lugar donde naufragaron. El Ruma le tomó demasiado respeto al mar: lo evita, busca cargos administrativos en su cooperativa para no tener que enfrentarlo de nuevo, porque esa noche le quedó claro que el hombre no es nada ante la inmensidad y fuerza del mar.

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